07 octubre 2015

Domingo 11 octubre: Recursos – Domingo XXVIII de Tiempo Ordinario



LOS CRISTIANOS HOY DEBEMOS APRENDER A… DEJARSE QUERER
SENTIDO DEL APRENDIZAJE
Uno de nuestros “pecados” más recurrentes es el “pelagianismo”, es decir, el querer conseguir el amor de Dios a base de puños y buenas obras “ganadas a pulso”. El evangelio habla de otra manera. El joven rico “guardaba todo lo mandado desde joven”. ¿Era perfecto? Para muchos de nosotros ése sería el verdadero modelo y, al mismo tiempo, la causa de muchas tristezas y angustias, de ésas que tanto nos marcaron en la vieja educación… Pero el episodio del joven rico guarda dentro una “perla preciosa” de la imagen de Jesús: “le miró con cariño”. ¡Ésa es la clave! Toda la vida cristiana se basa en ello. El mismo Pedro lo experimentó en su camino y quedó desarmado: “El Señor se volvió y miró a Pedro”, dice Lucas. Hay amores “que matan”… de amor. El secreto más hondo de la vida cristiana no está en amar a Dios sino en “dejarse querer” por Él. Y esa es la asignatura más difícil de la vida.



UN TEXTO
Él nos amó primero
«…Los talentos sólo comienzan a florecer, y los tesoros empiezan a revelarse, cuando reina un clima de amor… Antes de poder dar amor debemos recibirlo. Ser amado es más fundamental que amar. Saberse amado es la más fundamental aspiración de todo corazón humano. Para fraseando a San Agustín, podemos decir: «Sábete amado y haz lo que quieras». Esta es una de las ra- zones por las que el amor no puede ser comprado ni exigido, sino únicamente ofrecido y aceptado. Por otra parte, nuestro deseo no se refiere a un amor de corta duración, condicionado e insignificante. Debe ser un amor que no tenga fin, que no esté sujeto a ningún tipo de presión y que llegue a las últimas consecuencias. Y esto significa que sólo Dios constituye la realización plena de nuestro deseo. El amor humano manipula al «otro» con mucha facilidad: «Si me quisieras de verdad, no harías eso … », o « … harías por mí tal cosa». El único amor que no pone condiciones es el amor de Dios, porque es un amor que no se fundamenta en nada, sino que él mismo es el fundamento de todo. Es pura sorpresa. Es un abismo sin fondo. Y el hecho mismo de que no se apoye en nada nos da seguridad y confianza. Porque, si se apoyara en algo y ese «algo» se viniera abajo, entonces se vendría igualmente abajo el amor de Dios. Pero en Dios no puede producirse semejante catástrofe. Quienes todavía no lo han comprendido se parecen al gigante Atlas: al igual que éste, llevan a sus espaldas el globo terráqueo, soportan enormes cargas y tratan de merecer el amor de Dios. Sólo con ver cómo viven se siente uno cansado … Yo le diría a Atlas: «¡Suelta ese globo y baila sobre él, que para eso está!» Y del mismo modo les diría a esos esforzados seres humanos: «¡Sol- tad vuestra carga y construid vuestra vida sobre el amor de Dios! ¡Sólo así viviréis una vida sana! » No tenemos que «ganar» ni «soportar» el amor de Dios, que es un don totalmente gratuito. «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso» (Mt 11,28)»
Piet Van Breemen, S.J. “Él nos amó primero”
El amor está dentro de nosotros mismos.
Nosotros le despertamos pero, para que despierte, necesitamos del otro (Claudio Coelho)

UNA ORACIÓN
Oración de la zarza (1)
Al ahondar más y más
te encuentro en el fondo mismo de mi ser
amándome,
creándome
para que no me reduzca a la nada,
trabajando por mí,
para mí, conmigo,
en una comunión misteriosa de amor.
Concédeme, Señor,
que yo comience a ver con otros ojos
todas las cosas;
a gustar de tus cosas
y saber comunicarlas a los demás.
Dame aquella claridad de entendimiento
que diste a Ignacio, a Agustín,
a Francisco, a…
Deseo, Señor,
que comiences a hacer conmigo de maestro
como con un niño,
pues estoy dispuesto a seguir
aunque sea a un perrillo
para que me indique el camino.
Que sea para mí tu iluminación
como fue la zarza ardiente para Moisés.
Es decir, el llamamiento
a emprender un camino
que será oscuro,
pero que se irá abriendo ante nosotros,
como les sucedió a tus amigos,
según lo iban encontrando.
Por eso, quiero sentir
que todo termina en Ti.
UNA CANCIÓN
El amor ha sido dicho en mil canciones y de muchas maneras. Siempre es el amor a la mujer, el amor al hombre a quien se quiere, a quien se añora, quien se fue o nos traicionó… Pero, en el fondo del amor, hay un único AMOR posible, del que todos vivimos y que nos hace posible amar. Y se nos hizo Vida en Jesús. Esta canción-poema de Joaquín Sabina -¡quién lo podría decir!- puede ser perfectamente dicha a Jesús, porque «sin mi no podéis hacer nada» (Jn 15,5). Tal vez esos fueron los sentimientos de aquél que se fue cabizbajo porque no podía seguir a Jesús, a pesar de su mirada de cariño…
“Así estoy yo sin ti” (Joaquín Sabina):
Extraño como un pato en el Manzanares,
torpe como un suicida sin vocación,
absurdo como un belga por soleares,
vacío como una isla sin Robinson,
oscuro como un túnel sin tren expreso,
negro como los ángeles de Machín,
febril como la carta de amor de un preso…,
así estoy yo, así estoy yo sin ti.
Perdido como un quinto en día de permiso,
como un santo sin paraíso,
como el ojo del maniquí,
huraño como un dandy con lamparones,
como un barco sin polizones…,
así estoy yo sin ti.
Más triste que un torero
al otro lado del telón de acero.
Así estoy yo, así estoy yo sin ti.
Vencido como un viejo que pierde al tute,
lascivo como el beso del coronel,
furtivo como el Lute cuando era el Lute,
inquieto como un párroco en un burdel,
errante como un taxi por el desierto,
quemado como el cielo de Chernovil,
solo como un poeta en el aeropuerto…,
así estoy yo, así estoy yo sin ti.
Inútil como un sello por triplicado,
como el semen de los ahorcados,
como el libro del porvenir,
violento como un niño sin cumpleaños,
como el perfume del desengaño…,
así estoy yo sin ti.
Más triste que un torero
al otro lado del telón de acero.
Así estoy yo, así estoy yo sin ti.
Amargo como el vino del exiliado,
como el domingo del jubilado,
como una boda por lo civil,
macabro como el vientre de los misiles,
como un pájaro en un desfile…,
así estoy yo sin ti.
Más triste que un torero
al otro lado del telón de acero.
Así estoy yo, así estoy yo sin ti.

1.- Final de un documento de 1980, “Inspiración trinitaria del carisma ignaciano”.

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