24 agosto 2015

¿Vosotros queréis marcharos?

Hemos escuchado esta escena cargada de dramatismo que recoge las ultimas palabras del discurso de Jesús sobre el Pan de Vida y su diálogo con sus discípulos narrado en el evangelio de Juan. 
Las gentes que escuchan a Jesús, que le siguen días y días, a las que Él ha alimentado de modo tan extraordinario, no aceptan ya sus palabras, le critican con dureza y se marchan, también le abandonan algunos de sus discípulos que han convivido con Él, a los que ha iniciado en las primeras tareas apostólicas entre las gentes de aquellos poblados para ayudarles a vivir. El grupo de seguidores de Jesús comienza a disminuir. Jesús no los retiene, les deja en plena libertad, no pronuncia ningún juicio contra nadie. Solamente hace una pregunta amarga a los que aún se han quedan junto a Él: “¿También vosotros queréis marcharos?”. Simón le contesta: ”Señor, ¿a quién vamos a acudir? tu tienes palabras de vida eterna”. Una breve reflexión ante esta escena del evangelio de Juan. 
Hoy, como ayer, unos se adhieren incondicionalmente a Jesús, otros se alejan, otros afirman seguirle a su manera. 
Seguir a Jesús es acoger su palabra, acoger su espíritu, vivir nuestra vida conforme a sus valores, es una decisión personal, vemos en esta página del evangelio de Juan que Jesús respeta nuestra libertad, su seguimiento es libre, a nadie le fuerza, ni critica, ni condena por abandonarle. Nos lo pregunta a cada uno de nosotros que decimos que queremos seguirle: ¿También tú te quieres marchar?. ¿Qué respondemos? 

Es fácil vivir hoy apartados de toda creencia religiosa, muchos lo afirman. Muchos también se han apartado del pensamiento, de la vida de Jesús ante la interpretación que se ha hecho de sus palabras y de su vida, afirmando que se atribuyan a Jesús palabras y actitudes que no es posible reconocer como suyas. Afirman también que se ha tratado de violentar las conciencias personales con la imposición de normas de conducta bajo penas y amenazas de pecado y dejando de lado otras palabras de Jesús como el sermón del Monte, parábolas suyas: la del samaritano, del hijo pródigo, del rico Epulón, tantas más.…dicen que no se acepta la predilección de Jesús por los necesitados, siguiendo otros intereses egoístas. La verdadera palabra de Jesús, su vida resulta así incomprendida, mal interpretada, hasta despreciada desde muchos frentes. Jesús olvidado.
Hay también quienes aseguran que siguen siendo fieles a la verdadera palabra y a la vida de Jesús, pero abandonan la Iglesia a la que acusan de no vivir los valores de Jesús, interpretando las palabras evangélicas conforme a los intereses de la institución eclesial. 
Seguir a Jesús no puede estar condicionado por intereses ajenos su palabra, a la Buena Noticia que Jesús dirige para toda la humanidad. Las palabras y actitudes de Jesús se pueden comprender y vivir en culturas y modos de vida humanos muy dispares, la Palestina de los tiempos de Jesús no se caracterizaba por su gran desarrollo, por lo que resulta difícil legitimar que se impongan como obligatorias normas de vida, se prohíban ritos cultuales por considerarlos contrarios a la naturaleza humana, cuando sin poderse negar su valor humano, no coinciden con los principios de nuestra cultura occidental. 
Quien se sienta hoy interpelado por Jesús, es bueno que interiormente responda si le sigue o le ha abandonado. Seguir a Jesús dependerá siempre de nuestra opción personal libre y responsable de aceptar su mensaje, su vida, más que de atender a otras prohibiciones y condenas autoritarias en las que no aparezca motivación evangélica. 
No todos piensan que dejar la Iglesia, ha sido siempre lo mismo que dejar a Jesús. Por muy dolorosa que sea la crisis religiosa actual, los que nos consideramos que seguimos en su Iglesia, muchos o pocos, hemos de ir convirtiéndonos en auténticos discípulos de Jesús, es decir, en hombres y mujeres, que reconociendo su dificultad, hemos de aceptar en nuestra vida los valores que Jesús vivió, son los valores de los que se acercan y acompañan a los desheredados, a los sufren hoy ante tanto dolor, siendo capaces de darles esperanza con palabras y hechos de consuelo. 
Tratemos de vivir con el Espíritu que Jesús ha infundido en nosotros, es espíritu de amor, de entrega generosa, realizando su palabra “amaos como yo os amo”. Atentos siempre a escuchar el grito del hambriento, del perseguido, del que sufre, gritos que han de hacernos despertar de alguna manera. Será lo que nos dé verdadera conciencia de formar parte de nuestra Iglesia, la Iglesia acogedora, la Iglesia verdadera de Jesús.
La confesión de Pedro fue la manifestación de su compromiso con Jesús. En esta eucaristía, Jesús aquí presente, quiere unirse a nosotros para ser la energía que todos necesitamos para seguirle, pensemos qué nos está pidiendo a cada uno.
Tarde o temprano, podemos caer en la cuenta de que solamente hay alguien que de verdad nos salva: Jesucristo, el enviado de Dios Padre. Si queremos optar por la vida en plenitud, sin límites ni ocaso, Él y sólo Él es la respuesta, y habremos de repetir con Pedro, sin miedo ni complejos: “Señor, ¿a quién iremos? sólo tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos en ti, y sabemos que tú eres el Hijo de Dios”. 
Sintámonos seguidores de Jesús manteniéndonos unidos a la comunidad de seguidores suyos a la que él confió su Espíritu, a su Iglesia, a pesar de los defectos que encontremos en ella, los humanos somos pecadores, Jesús lo sabe y ha querido que su Iglesia está integrada por nosotros. Por eso hemos de sentirnos profundamente amados a pesar de nuestra miseria, porque recibimos el abrazo de la misericordia del Señor. Dios llenará nuestro vacío con su plenitud y redimirá nuestra existencia con la bondad de su ser.
José Larrea Gayarre

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