Jesús: Tú eres siempre una sorpresa,
eres el amigo que se encuentra sin esperarlo.
No esperaba conocerte tan de cerca.
Pero llegaste, como a la samaritana,
y me has dicho:
“Dame de beber”.
Como a Zaqueo, elevaste los ojos
hasta el árbol en que estaba,
y me dijiste:
“Baja, que quiero hospedarme en tu casa”.
Sabes que te necesito,
y llegas sin que te llame.
Permíteme acompañarte en el camino.
Pero ¿qué digo?, si tú ya vas conmigo,
me acompañas siempre, sin cansarte.
Me conoces y sabes lo que quiero,
lo mismo mis proyectos que mis debilidades.
No puedo ocultarte nada, Jesús.
Quisiera dejar de pensar en mí
y dedicarte todo mi tiempo.
Quisiera entregarme por entero a ti.
Quisiera seguirte a donde quiera que vayas.
Pero ni esto me atrevo a decirte,
porque soy débil.
Esto lo sabes mejor que yo.
Sabes de qué barro estoy hecho,
tan frágil e inconstante.
Por eso mismo te necesito aún más,
para que tú me guíes sin cesar,
para que seas mi apoyo y mi descanso.
¡Gracias por tu amistad, Jesús!
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