20 agosto 2015

Comentario a las lecturas del día 20 agosto



Eguione Nogueira cmf
 Al leer la primera lectura nos encontramos con una historia que puede costar entenderla. Jefté sacrifica a su única hija al Señor como acción de gracias por la victoria conseguida frente a los amonitas. Cualquiera de nosotros reprobaría esa actitud. ¿Cómo es posible creer en un Dios tan cruel? ¿No es el mismo Dios que impidió el sacrificio de Abrahán? A diferencia de los dioses paganos, el Dios de Israel nunca aceptó los sacrificios humanos (Lv 18,21; Dt 12,31). Eso es lo que nos da una clave para entender el sacrificio de Jefté. Aún creyendo en Dios, no lo adora como el Dios de la vida. Al contrario, usurpa el lugar de Dios al decidir sobre la vida de su hija.
Jefté hace una promesa sin sentido cuando promete ofrecer en sacrificio a la perima persona que lo reciba a la puerta de su casa. No puedo menos que imaginar la dramática escena de la hija danzando y cantando porque su padre ha vuelto a casa con vida y al mismo tiempo viéndose sentenciada a muerte. ¡No se puede aceptar! La promesa de Jefté no es para gloria de Dios sino para su propia gloria. La prueba está en que Dios no dice nada ante la promesa de Jefté ni da su consentimiento. Entonces, ¿qué nos enseña este texto?



A lo largo de la historia, incluido la del cristianismo, muchos países han sido invadidos, muchos inocentes han sido asesinados, muchos pueblos han perdido sus tierras, siempre en nombre de Dios. Hoy vemos las barbaridades cometidas por el autodenominado Estado Islámico en nombre de Dios. También nosotros, cristianos, podemos cometer atrocidades en nombre de Dios cuando distorsionamos el contenido de la Buena Nueva.
Es preciso rechazar cualquier imagen de Dios que oprima o discrimine a las personas por la razón que sea. Si no lo hacemos así, estaremos también sacrificando a los hermanos en nombre de Dios. Por eso, el Evangelio de hoy nos dice que todos estamos invitados a la fiesta del reino, los malos y los buenos. Basta con que tengamos el traje de fiesta, es decir, que asumamos los valores del reino. 

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