11 agosto 2015

Comentario al Evangelio de hoy, 11 agosto



Queridos amigos:
¡Cuántas luchas disimuladas o a cara descubierta se dan en las personas por el afán de sobresalir y ser más que los demás. ¡Qué mala consejera es la envidia! Es como una fiebre del corazón humano que se manifiesta de mil maneras. Ni siquiera los apóstoles y discípulos que convivieron con Jesús desde la primera hora se vieron libres de esa enfermedad del alma. Quieren saber quién es el más importante en el reino de los cielos. “Jesús llamó a un niño y lo puso en medio”. Y es que para ser discípulo de Jesús hay que tener el alma y los sentimientos de un niño.
En el evangelio de este día S. Mateo recoge las instrucciones de Jesús para enfrentar las divisiones dentro de la comunidad y los problemas que surgen entre los grupos que la componen. Para iluminar esta situación, Mateo nos exhorta a prestar atención a los pequeños y nos propone el perdón como norma básica en la comunidad cristiana; un modelo de comunidad para todos los tiempos. Este cambio de valores inaugura la llegada del reinado de Dios a esta tierra. 
La Iglesia debe organizarse y algunos tienen que asumir ciertos servicios y responsabilidades. ¿Son estas personas las más importantes? Los discípulos quieren saber, y Mateo les recuerda las enseñanzas de Jesús sobre este tema. Seréis los más importantes el día que os parezcáis a un niño que nada puede por sí mismo, que todo lo espera de los demás.



Pequeños son todas las personas humildes y sencillas que desde su simplicidad de vida han optado por seguir a Jesús. La comunidad cristiana, particularmente sus responsables, han de tener cuidado de estas personas, porque son ellos los que hacen patente la presencia de Jesús en la vida de cada día.
Hoy la liturgia nos recuerda a Santa Clara que vivió como humilde servidora del Señor. La conversión de Clara hacia la vida de plena santidad se efectuó al oír un sermón de San Francisco de Asís. En 1210, cuando ella tenía 18 años, San Francisco predicó en la catedral de Asís los sermones de cuaresma e insistió en que para tener plena libertad para seguir a Jesucristo hay que librarse de las riquezas y bienes materiales. Durante todo el día y la noche Clara meditó en aquellas palabras que habían calado lo más profundo de su corazón. Y esa misma noche tomó la decisión de comunicárselo a Francisco y de no dejar que ningún obstáculo la detuviera para responder al llamado del Señor.
Santa Clara estuvo enferma 27 años en el convento de San Damián, soportando todos los sufrimientos de su enfermedad con paciencia heroica. En su lecho bordaba, hacía costuras y oraba sin cesar. El Papa la visitó dos veces y exclamó "Ojalá yo tuviera tan poquita necesidad de ser perdonado como la que tiene esta santa hermana". La santa repetía: "Desde que me dediqué a pensar y meditar en la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo, ya los dolores y sufrimientos no me desaniman sino que me consuelan".
Vuestro hermano en la fe
Carlos Latorre, Misionero Claretiano

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