09 junio 2015

Para la homilía: Sagrado Corazón de Jesús

EL CULTO AL CORAZÓN DE CRISTO
Una pequeña introducción a modo de contexto
La fiesta del Corazón de Jesús está unida directamente al culto que, desde hace siglos, se comenzó a dar al Corazón de Cristo. Para conocer su valor es muy importante conocer la encíclica Haurietis aquas [HA] (“Beberéis aguas con gozo en la fuente del Salvador”, cfr. Is 12, 1). La publicó el papa Pío XII el 15 de mayo de 1956, al cumplirse cien años desde que el beato Pío IX mandase celebrar la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús en la Iglesia universal (1856).
En el cincuentenario de esta encíclica, 15 de mayo de 2006, el papa Benedicto XVI escribió una carta al Superior General de la Compañía de Jesús, Peter-Hans Kolvenbach en la que citaba de esta manera al santo papa Juan Pablo II (1986): “El Concilio Vaticano II, al recordarnos que Cristo, Verbo Encarnado, nos ‘amó con corazón de hombre’, nos asegura que ‘su mensaje, lejos de empequeñecer al hombre, difunde luz, vida y libertad para el progreso humano’, y que nada fuera de él ‘puede llenar el corazón del hombre’ (cf Gaudium et Spes, nn. 22, 21). Y añadía: “Son bien conocidos los abundantes frutos espirituales producidos por la devoción al Corazón de Jesús. Expresándose sobre todo en la práctica de la Hora Santa, la confesión y comunión de los Primeros Viernes de mes, ha servido para estimular generaciones de cristianos a orar más y recibir con más frecuencia los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. He ahí medios que sigue siendo deseable proponer a los fieles”.
El antiguo adagio que dice así: Lex orandi, lex credendi, enseña que la Iglesia cree como ora. Cómo es esta “oración” en la liturgia de la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús nos pondrá en buena pista para saber cómo es su “creencia” correspondiente.

La ternura de Dios
Sabemos que Dios, mediante su palabra en la Sagrada Escritura, entra en diálogo amoroso con nosotros sus hijos. ¿Qué ha querido decirnos, en esta fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, a través de las lecturas que acabamos de proclamar?
El texto del profeta Oseas (Os 11, 1.3- Lo propio de Dios y su grandeza 4.8c-9) nos revela preciosamente los sentimientos del corazón de Dios. Comienza poniendo ante nuestros ojos la imagen del amor paternal. Son expresiones de gran ternura: “Cuando Israel era joven, yo lo amé”, “yo enseñé a andar a Efraín, lo alzaba en brazos”, “con correas de amor lo atraía”, “me inclinaba y le daba de comer”. Pero el pueblo, tercamente, no había correspondido a este amor. El destierro que los avatares de la historia le hicieron sufrir en Babilonia sobre todo, Dios lo aprovechó para llamarle a la conversión. Su corazón está rebosante de misericordia: “No actuaré en el ardor de mi cólera” “no volveré a destruir a Efraín, porque yo soy Dios y no hombre”. Sí, lo propio de Dios es el perdón. Es tan grande que sabe, puede y quiere perdonar.
El corazón atravesado de Cristo
En cualquier caso, el mejor reflejo de los sentimientos del corazón de Dios, profetizado por Oseas, será el Corazón del Hijo de Dios hecho hombre. En él anidó y palpitó un infinito amor, divino y humano, al Padre y a los hombres. Un amor que le llevó a entregarse por nosotros, como nos decía san Juan en el evangelio de hoy (Jn 19, 31-37). Él quiso que de su corazón traspasado brotaran agua y sangre (cf. Jn 19, 34), expresión de los sacramentos de la Iglesia. Ese corazón, así roto por la lanza del soldado, quedó abierto para que “todos puedan beber con gozo de la fuente de la salvación” (Prefacio; cf. Is 12, 3). La frase última del evangelio de hoy: “Mirarán al que atravesaron” (cf. Za 12, 9), ha tenido valor para los cristianos de todos los tiempos.
El amor, un programa de vida
De ese amor de Cristo nos hablaba la Carta a los Efesios (Ef 3, 8-12.14-19). Un amor “que
trasciende toda filosofía”, es decir, que supera cuanto podemos nosotros conocer humanamente (Ef 3, 19). San Pablo desea que ese amor sea comprendido por todos, para poder llegar a nuestra plenitud cristiana; y nos exhorta a que Cristo habite en nuestros corazones por la fe, y que el amor sea nuestra raíz y nuestro cimiento. ¡Gran programa de vida!
Como decía Juan Pablo II: “En el Corazón de Cristo aprende el corazón del hombre a conocer el verdadero y único sentido de su vida y su destino; a comprender el valor de una vida auténticamente cristiana, a guardarse de ciertas perversiones del corazón, a unir el amor filial a Dios con el amor al prójimo. De esta forma, sobre las ruinas acumuladas por el odio y la violencia, podrá ser construida la civilización del amor, tan deseada: el reino del Corazón de Cristo”.
Javier García Ruiz de Medina, sj

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