05 mayo 2015

VI Domingo de Pascua: Recursos

En el jardín del resucitado crece la flor de LA DISPONIBILIDAD
“Él nos amó primero”, nos dice hoy la carta de Juan. El amor, pues, es lo importante, porque Dios es amor, y sólo de amor podemos vivir: “Como el Padre me amó, así os he amado: permaneced en mi amor y amaos unos a otros, porque sois mis amigos”… Dios nos “primereó” en el amor. No esperó. Se adelantó, como el padre de la parábola. “Primerear”, como dice el papa es, como Dios, echarse a andar antes casi de que te lo pidan. Es disponibilidad. Y esta es otra flor que brota direc- tamente del jardín del resucitado. “Como Dios nos amó”, es decir, “primereando”…
Evangelii Gaudium: “Primerear”
“La Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan. “Primerear”: sepan disculpar este neologismo. La comunidad evangelizadora experimenta que el Señor tomó la iniciativa, la ha primereado en el amor (cf. 1 Jn 4,10); y, por eso, ella sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos. Vive un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva. ¡Atre- vámonos un poco más a primerear! Como consecuencia, la Iglesia sabe “involucrarse”… La comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo. Los evangelizadores tienen así «olor a oveja» y éstas escuchan su voz. Luego, la comunidad evangelizadora se dispone a “acompañar”… Fiel al don del Señor, también sabe “fructificar”. Por último, la comunidad evangelizadora gozosa siempre sabe “festejar” (24).

El jardín:
Hoy lo llenamos de tiestos y jarrones de flores.
Un testigo: San Francisco Javier.
«Pues, ¡sus!, heme aquí»
Francisco Javier murió agotado en las costas de China el 3 de diciembre de 1552. Para todo el mun- do ha quedado como la imagen prototípica del misionero. Si ya su “celo apostólico” podría considerarse como una nueva flor del “jardín del resucitado”, no puede ser menos en él la flor de la disponibilidad. En la famosa biografía que el P. Recondo escribió de Javier, aparece preciosamente descrita esta bella flor javieriana, de la que fue testigo el jesuita Pedro de Rivadeneira:
“El 11 de marzo, Mascareñas1 tuvo la audiencia de despedida con Paulo III, y éste le dio su bendición para el viaje. Estaba ya impaciente, pues Bobadilla, a quien se le había llamado oportunamente el día que fue elegido con Rodríguez, no acababa de llegar. El 14 de marzo llegó por fin, deshecho, con fiebres de Malta, fatal, sin que el médico y sus compañeros pudieran permitirle emprender el viaje con Mascareñas. Había que buscar un sustituto, pues ni Mascareñas podía esperar más ni llegar a Portugal sólo con un clérigo de París, después de haber conseguido una pareja. Sólo quedaba uno de los maestros de París, antiguo, de los de primera hora, y ése era el secretario, Maestro Francisco.
Íñigo, doliente en cama, llamó a Maestro Francisco y le habló:
– «Maestro Francisco: Ya sabéis cómo por orden de Su Santidad, han de ir dos de nosotros a la India, y que habíamos elegido por uno a Maestro Bobadilla, el cual por su enfermedad, no puede ir, ni el Embajador aguardar que sane; esta es vuestra empresa».
Entonces, el bendito Padre, con mucha alegría y presteza, respondió:
– «Pues, ¡sus!, heme aquí».
El tiempo urgía y todo se hacía de prisa. Mascareñas aceleró el despacho de los breves con el nombramiento de legados pontificios a favor de Rodríguez y Javier. Los cardenales no se dieron tanta prisa. Maestro Francisco, hilo y aguja, remendó «ciertos calzones viejos y no sé qué solanilla», luego fue al Vaticano a pedir la bendición del Papa, se despidió de sus amigos y de Madonna Faustina, que le prometió frecuentar los sacramentos , y escribió todavía, el mismo día de su partida, una triple declaración: de pertenecer a la Compañía de Jesús, de dar su voto como General de la Compañía a Ignacio, y de profesar votos de pobreza, castidad y obediencia. Luego cerró y selló el documento, escribiendo en la envoltura: «Esta es la carta de Francisco para los de la Compañía».
Llegó la hora de la separación. Faltaba tiempo para todo, e Iñigo no podía darle una carta de recomendación para los señores de Loyola o añadirle una instrucción acomodada a su persona, según acostumbraba en la despedida de sus discípulos. Ambas cosas prometió enviárselas a Bolonia.
Cuando Javier, enfundado en su pobre sotana, se despidió de Ignacio, éste se la abrió por el pecho para comprobar si llevaba suficiente ropa; al comprobar que sólo llevaba la camisa sobre la piel, le dijo:
– «¿Así, Francisco, así?»
Y ordenó que le diesen más ropa. Abrazó a todos, y abandonando el palacio Frangipani, con su breviario y algunos escritos se dirigió a la casa de Pedro Mascareñas. Montó a caballo y salió en el séquito del embajador. Era el 15 de marzo de 1540. Iba muy alegre, inesperadamente elegido a última hora. «Se partió con tal semblante, que en fin bien se veía que Dios le llamaba» (Pedro Rivadeneira).
José Mª Recondo, S.J. “San Francisco Javier”,
Ed. BAC, Madrid 1988, pp. 265-267

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