13 mayo 2015

Érase una vez...El costo del amor de una madre

Una tarde, nuestro pequeño hijo se acercó a su mamá, que preparaba la cena en la cocina, y le entregó una hoja de papel en la que había escrito algo. Después de secarse las manos, ella la leyó:

— Por ayudar a lavar los platos                          15 €
— por limpiar mi cuarto                                        5 €
  • por ir a comprar el pan                          0,50 €
  • por cuidar de mi hermanito 5 €
  • por sacar la basura todos los días               2,50 €
— por sacar buenas calificaciones                    50 €
— por limpiar y barrer                                           5 €
            Total adeudado                                         83 €

Después de leer la lista, mi esposa se le quedó mirando; él aguardaba nervioso pero lleno de expectativas. Ella tomó el lápiz y en el reverso de la misma hoja escribió:
– Por cargarte 9 meses en mi vientre y darte la vida   Nada
– Por tantas noches de desvelos, curarte y rezar por ti Nada
– Por los problemas y lágrimas que me hayas causado Nada
– Por el miedo y preocupaciones que he pasado          Nada
– Por comida, ropa y juguetes                                          Nada
– Por limpiarte la nariz, acariciarte y quererte           Nada
            Costo total de mi amor                                         NADA
Cuando nuestro hijo terminó de leer lo que había escrito su mamá, tenía los ojos llenos de lágrimas. La miró a los ojos y le dijo:
—Te quiero mucho mamá.
—Y se abrazó a ella.
Luego tomó su lápiz y escribió en la hoja con letra muy grande: “TOTALMENTE PAGADO”


En este día de la As­censión, queremos estar alegres, Padre, porque Jesús ha “subi­do” a tu “casa” y está contigo para siempre y porque ese es tam­bién nuestro presente y nuestro futuro. Da­nos, Padre, esa ale­gría profunda en to­das las circunstancias de nuestra vida.

 Por medio de Jesús, que vive contigo para siempre, te ofrece­mos, Padre, el pan y vino que Él nos rega­ló. Él se abajó como uno de nosotros para que todos, con Él, as­cendiéramos hasta tu casa, que es la nues­tra casa.

Gracias, Padre, por Jesucristo, que vive contigo para siempre. Él es nuestro presente y tam­bién nuestro futuro. Por eso sabemos que, si morimos con Él, viviremos también como Él y contigo.
 La alegría del discípulo tiene su raíz en la fe
 Nuestro desafío es ser un nuevo Jesús para los humanos de hoy

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