- "¿Por qué lloras, mamá?", le pregunté cuando era niño a mi
madre.
- "Porque soy mujer", me contestó.
- "Pero yo no entiendo", le dije.
Mi madre se inclinó hacia mí y
abrazándome me dijo:
- "Y nunca lo entenderás".
Más tarde le pregunté a mi padre:
- "¿Por qué mamá llora a veces sin
ningún motivo?".
- "Todas las mujeres lloran
siempre sin ningún motivo", es todo lo que mi padre supo contestarme.
Un
día, convertido ya en hombre, me arrodillé y le pregunté a Dios:
- "¿Señor, por qué lloran tan
fácilmente las mujeres?"
Y Dios me dijo:
“Cuando hice a la mujer, quería que
fuera algo especial.
Hice
sus hombros bastante fuertes como para cargar el peso del mundo entero, pero a
la vez tan suaves que diera gusto reposar la cabeza cansada en ellos.
Le
di esa fortaleza interior que le permite seguir adelante y cuidar a su familia
aun en tiempo de enfermedad y de fatiga, y sin quejarse cuando otros se rinden.
Le
di la sensibilidad capaz de amar a un niño en cualquier circunstancia, aun
cuando su niño le haya dado muchos sufrimientos.
Le
di fuerza suficiente para que pudiera perdonar las faltas de su esposo y,
contra todo pronóstico, esperase siempre en poder cuidar de su corazón.
Y
le di lágrimas. Lágrimas de las de verdad, las que brotan de ella siempre que
su ser necesita expresarse más allá de las palabras.
Esa
es su única debilidad, las lágrimas. Con ellas la mujer pide perdón por los
errores y la dureza de corazón del resto de la humanidad."
Ahora entiendo por qué lloraba mi
madre, y le doy gracias a Dios por haber creado a la mujer. Le doy gracias a
Dios por mi madre, mis hermanas, mis hijas, mis amigas, mis primas... por su
sensibilidad, por su fortaleza, por su capacidad de ser fieles a pesar de los
olvidos de los que aman.
(Anónimo)
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