20 marzo 2015

Viernes IV de Cuaresma: Someter a Dios a prueba

Sabiduría 2,1a. 12-22. El libro de la Sabiduría contrapone la suerte de los justos a la de los impíos. Confiados en su propia sabiduría, éstos rechazan toda idea de trascendencia y, de ese modo, se condenan a muerte. Los justos son para ellos un reproche viviente, y por eso desean desembarazarse de ellos lo antes posible. Releídas en la perspectiva del cuarto evangelio, dos afirmaciones adquieren un relieve sobrecogedor: el justo «se jacta de tener a Dios por Padre» y pone su esperanza en una intervención divina para poder escapar a la muerte.
El salmo 33 canta el reconocimiento del justo liberado de sus enemigos.
Juan 7,1-2.10.25-30. «En el mundo estuvo, y el mundo no le conoció. Vino a su casa, y los suyos no le recibieron». Los capítulos 7 y 8, que constituyen la parte central del «Libro de las Señales», están dominados por el conflicto entre Jesús y la autoridad de su país. La amenaza de muerte está presente por doquier. El marco del relato es muy simbólico y subraya debidamente la progresiva ceguera de Israel. Al principio, Jesús se esconde en Galilea, porque los judíos quieren matarlo. Después sube a Jerusalén, pero en secreto. Finalmente, dejará el templo para evitar ser lapidado.
Cuando, al fin, Jesús escoge su hora, se presenta en Jerusalén en plena fiesta de las Tiendas, haciendo realidad la profecía de Malaquías: «Entrará en el santuario el Señor que buscáis» (3,1).
Los «tests» están hoy de moda. Se somete a «tests» a los aparatos electrodomésticos para verificar la relación «calidad-precio». Se comprueban las posibilidades técnicas de los últimos descubrimientos. Se miden las facultades intelectuales de los estudiantes y la capacidad de adaptación de un empleado. Se acorrala a un candidato para comprobar su capacidad de resistencia y los medios de su política.
«Acechemos al justo, que nos resulta incómodo. Declara que conoce a Dios y se da el nombre de Hijo del Señor. Es un reproche para nuestras ideas, y se gloría de tener a Dios por padre». Desde hacía mucho tiempo, los jefes religiosos acorralaban a Jesús. Comprobaron su voluntad midiendo la novedad de su palabra. Saben que no se volverá atrás y que sortea todas sus trampas. Verdaderamente, los «tests» son claros, y su interpretación no tiene contestación posible. Jesús es peligroso, y es preferible que muera uno solo antes que todo el pueblo. Los jefes de los sacerdotes saben que Jesús no corresponde en absoluto a lo que se espera de él. Saben demasiado bien de dónde viene. «Si este justo es hijo de Dios, Dios le asistirá y le librará de sus adversarios. Condenémosle a una muerte infame, ya que, según dice, alguien cuidará de él». Nos parece oír las burlas al pie de la cruz: «¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo! Es rey de Israel: ¡pues que baje ahora y creeremos en él!». Ultima prueba y último «test», pero Jesús no aprobará el examen de recuperación: morirá. ¿Habrá confirmado Dios la decisión de los hombres? Hasta los discípulos dudaron.
Someter a Dios a prueba… ¡Que nos dé garantías y aceptaremos (¿quizás?) comprometernos! ¡Que demuestre la rentabilidad de lo que propone, y respetaremos sus exigencias! Someter a Dios a prueba, conocer de dónde viene y adonde nos lleva, calcular y sopesar lo que él ofrece y lo que nosotros damos, en lugar de abandonarse y entregarse. ¡Pensáis conocerme y pretendéis saber de dónde soy! Sabedlo: ya me habéis perdido; nadie puede desvelar mi secreto. El único «test» que Dios soporta es el riesgo de una palabra que se da y la locura de una vida que se compromete. El amor no se mide; no conoce otro modo de probarse que su propia existencia.
Era la fiesta de las Tiendas, en la época de la vendimia. Jesús ya había aceptado la prueba. Irá al lagar de la cruz. El vino sólo existe para ser vertido… Pero mañana estallará el amor en unos nuevos esponsales, y será la fiesta de Dios, que habrá resucitado a aquel a quien habían tendido una trampa.

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