05 marzo 2015

Jueves II de Cuaresma


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SOLEDAD
 Jeremías 17,5-10. Dos caminos se le ofrecen al hombre: uno conduce a la perdición, el otro a la felicidad. Así habla la sabiduría humana desde la noche de los tiempos. Un escriba egipcio, Amén-em-opé, ya había hablado del feliz destino del que se confía a su dios. A su vez, el salmo 1 habla del hombre que no sigue el consejo de los impíos, oponiéndolo al hombre malvado. Si éste es paja que arrebata el viento, el sabio se parece al árbol verde plantado al borde de la acequia.
Dos caminos se le ofrecen al hombre. El primero está hecho de con- fianza y de abandono; el justo posee una casa sólidamente cimentada sobre roca. El otro, aparentemente más fácil, es frágil y efímero. El que pone su esperanza únicamente en el hombre corre hacia la desilusión. Se parece a un matorral seco en la estepa.
Lucas 16,19-31. Para un hombre harto y cegado por sus «seguridades», ¿qué podría suponer de cambio ni siquiera el milagro de una resurrección? Su corazón es tierra «salada e inhabitable». La legislación mosaica contenía disposiciones muy concretas en favor de los pobres. Precisaba que el que toma un manto en prenda debe devolverlo a su propietario antes de la puesta del sol, «porque no tiene otro vestido para cubrir su cuerpo» (Ex 22,25- 26). En lo que se refiere a los profetas, se conocen muy poco sus invectivas contra el lujo desenfrenado. Así, Amos dice: «Tumbados sobre camas de marfil, tendidos en sus divanes, se alimentan con lechazos y terneros es- cogidos en sus establos; improvisan al son del arpa, bebiendo vino en copas y perfumándose con el aceite de las primicias».
Sobre el salmo 1:
En la encrucijada de toda vida
>
hay dos caminos que atraen al hombre:
>
una ancha avenida de lujo y despreocupación
y el árido sendero de la cruz y del amor.

Dos caminos que jamás se encuentran.

Uno desciende sin esfuerzo hacia la ruina,


el otro escala la colina de la vida.

Sólo de vez en cuando,

Dios invita al hombre a que cambie de ruta.
Pero ¿quién querrá cambiar la pendiente fácil
por el sufrimiento del Gólgota?

El despreocupado. El rico que ni siquiera es voluntariamente malo con el pobre. Me lo imagino nacido en una lujosa mansión, encontrando normal el comer cada día en una mesa bien abastecida. Y luego los pobres, que forman parte del paisaje, de ese claro-oscuro que se ve cada día sin realmente verlo. El despreocupado… Sólo la riqueza lleva a la despreocupación. ¿Quién se preocupa ante tantas situaciones tan habituales como poco conformes con la dignidad del hombre? Desde hace mucho, hemos capitulado ante la fatalidad del mundo. ¿Y cómo reconocerse culpable cuando ya nadie llega a sentirse responsable? Cada cual se encierra en su actitud de reserva, aislado, protegido, cegado…
Pero he aquí que el rico, el despreocupado, muere. Será necesaria la muerte para que tome conciencia. Ahora ve las cosas con la mirada interior que proporciona la eternidad. Siente la sima espantosa, el abismo infranqueable al que se dejó conducir en la tierra. Pues su infierno comenzó en la tierra, aunque él no lo sabía. Ahora querría que se alertara a sus hermanos… ¡Tiempo perdido! Las advertencias más solemnes nunca han cambiado nada en el mundo.
El infierno es una sima, un abismo en el que uno está perdido, en un aislamiento total, sin comunicación alguna, pero con la viva conciencia de que nadie puede vivir si no es en comunión con los demás. Conciencia trágica, pues se querría vivir y ya no se puede… Tampoco es ya posible disculparse con un «no sabía», ya que la preocupación por el otro es una llamada del corazón que todo hombre siente si no embota su corazón aislándose.
Parábola de los pobres solitarios. Parábola de los que lo tienen todo y están eternamente aislados de la vida. Es trágicamente cierto que el infierno puede comenzar en la tierra. Tanto para unos como para otros. El infierno eterno no es más que una réplica exacta de este mundo…

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