27 marzo 2015

Con María el Domingo de Ramos



CON MARÍA… EL DOMINGO DE RAMOS

El año pasado celebramos, unidos a la Iglesia universal, la solemnidad del Jubileo, un año de gracia. Tres años de intensa preparación, dedicados a la reflexión sobre la obra del Dios Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu, precedieron y marcaron nuestra vida de fe. Con diversas conmemoraciones en todo el mundo creyente y en particular en nuestras Iglesias locales, los cristianos intentamos contemplar y actualizar el infinito amor de nuestro Dios, revelado plenamente en la persona y en la obra de Jesús.
Este año, continuando en esa línea de profundización de la fe, queremos encontrarnos con MARIA, la Madre de Dios, nuestra Madre, la María del pueblo oprimido, la Virgen de la esperanza. La situación actual no muestra precisamente los efectos que quisiéramos ver después de haber celebrado el año de gracia; más aún, los índices de violencia, desocupación, y la multitud de promesas sin cumplimiento, han ido creando en nuestra conciencia una sensación de abandono, de incredulidad y de escepticismo. Es cierto que en la resistencia y en la solidaridad del pueblo podemos leer la fuerza del Espíritu y la concreción de la esperanza, pero no es menos cierto que necesitamos una fe más profunda que nos ayude no únicamente a sobrevivir sino a buscar caminos de cambio, caminos que lleven a mostrar la vida en abundancia que Dios quiere para todos sus hijos e hijas, y que se nos ofrece en la vida, pasión, muerte y resurrección de su Hijo.
MARIA, la mujer que la Iglesia venera como Nuestra Señora y que nuestro pueblo llama como “vida, dulzura y esperanza nuestra” va a guiarnos en nuestras reflexiones en esta Semana Santa. No es posible hablar de búsqueda de nuevos caminos en la fe, ni de organización, ni de liberación, sin volver los ojos hacia ella y tratar de indagar por la palabra que brota de su persona y de su misterio para las personas, comunidades y grupos que viven hoy la resistencia y la solidaridad como expresión de fe en la vida y en el Dios de la vida. A ella dedicamos nuestra reflexión, y con todas las personas, comunidades y grupos que desde su fe, su resistencia y su solidaridad hacen creíble la esperanza nacida de la Pascua, cantamos:
“VEN CON NOSOTROS A CAMINAR, SANTA MARÍA, VEN”


DOMINGO DE RAMOS

“ ¿No se llama María su madre?”
Mt 13, 55
  
¿No es Jesús el hijo de aquella que embarazada y a lomo de burro, cuando el emperador dictó una ley que ordenaba hacer un censo en todo el imperio, sube con José a la ciudad de David, llamada Belén, para hacerse inscribir? (Lc 2, 1-5), ¿No es el hijo de aquella que lo da a luz en una pesebrera? (Lc 2, 7), ¿No es el hijo de aquella que con José y el niño huye, desplazada, a lomo de burro, porque Herodes busca al niño para matarlo? (Mt 2,13). Por eso Jesús, llegada su hora, dice a dos de sus discípulos: “Vayan al pueblo que está enfrente, Al entrar encontrarán amarrado un burrito que nadie ha montado hasta ahora. Desátenlo y tráiganlo (Lc 19, 32-35).
 Jesús es el hijo de María: es el hijo de una mujer humilde y por eso se desplaza como los humildes. De ella aprendió a ser pobre: no era ciudadano romano, no tenía ningún título distinto a los de “hijo de María”, “hijo del carpintero”, “carpintero”. Para su presentación en el Templo sus padres hicieron la ofrenda de los pobres (Lc 2, 24). Jesús fue un obrero, un laico venido desde Galilea donde la inestabilidad social era grande. Había vivido 30 años en Nazaret (Lc 3, 23). Había nacido en un pesebre y así, desde el seno materno había sufrido las consecuencias del sistema opresor de los romanos. Por eso Jesús entra triunfante a Jerusalén pero como pobre, montado en la cabalgadura que le correspondía como pobre, aclamado por los pobres que le seguían, y su triunfo se hace comienzo de su pasión, porque en la sociedad de los satisfechos no hay lugar para que el pobre triunfe. “Vino a su propia casa y los suyos no lo recibieron” (Jn 1, 11).
 Estamos frente a la pedagogía de Dios: es a partir de lo que socialmente carece de importancia, de lo despreciado por las instancias de poder, que Dios muestra su salvación, porque la salvación que nos ofrece viene únicamente de El y no de los recursos de los grandes. María fue pobre y socialmente sin importancia. Jesús, el hijo de María, fue, como ella, también pobre y socialmente sin importancia. Dios hace presente su salvación desde la dignidad y la sencillez de los humildes, desde los que luchan para vivir con el pan fatigosamente ganado cada día. Dios plantó en María la semilla de la liberación de todos sus hijos y por eso la exaltó como llena de gracia y “dichosa” ante todos los pueblos.
 Hoy celebramos gozosos la entrada de Jesús a Jerusalén. Como los pobres y los humildes de entonces, reconocemos en la persona de Jesús, el hijo de María, el proyecto de una humanidad nueva que se gesta a partir de la humildad y la pobreza. Acompañando a Jesús, como y con María, proclamamos en medio de los conflictos que vivimos, la fe en el poder de Dios, proclamamos alegres su grandeza y, al mismo tiempo, testimoniamos la esperanza invencible de los pobres.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja tu comentario