16 febrero 2015

Reflexión: ¡Qué lástima!

(Foto Ilustratios.fr)
Comentando la situación de una persona que estaba llevando un rumbo equivocado en su vida, la conclusión final fue: “¡Qué lástima que eche a perder las oportunidades que tiene!” Si lo pensamos, utilizamos la palabra “lástima” con diferentes sentidos. Unas veces referido a cosas: cuando algo está muy deteriorado (“está hecho una lástima”); cuando las cosas no nos salen (“lástima de tiempo que he empleado en esto”). Y otras veces referido a personas, como hemos dicho al principio, y también cuando sentimos tristeza por alguien (“me da una lástima”). También, con un tono de voz irónico, empleamos esta palabra en diminutivo para hacer ver al otro que no es para tanto lo que nos está diciendo (“¡Qué lastimita me das!”); y si lo decimos con humor, como una conocida actriz, la utilizamos para constatar los efectos de la edad (“¡Qué lástima, cómo se estropean los cuerpos!”).
Sea cual sea el uso que le demos, la palabra “lastima”, en su primera acepción, significa enternecimiento y compasión excitados por los males de alguien. Por tanto, la lástima es un sentimiento muy humano, mucho más que una simple pena, que debería afectarnos profundamente, y es un instrumento para actuar frente a la “globalización de la indiferencia”, que tantas veces ha denunciado el Papa Francisco.
Hoy la palabra de Dios nos invita a reflexionar acerca de nuestra capacidad de sentir de verdad lástima, y en el Evangelio hemos escuchado que Jesús sintió lástima de un leproso. En un primer momento podemos pensar que no era para menos, ya que, como hemos escuchado en la 1ª lectura, la situación de un leproso en aquella época era tremenda: andará harapiento y despeinado, con la barba tapada y gritando: «¡Impuro, impuro!»… vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento. Esto “da lástima” a cualquiera, pero Jesús nos muestra que esa “lástima” hay que llevarla más allá del sentimiento, nos debe mover a la compasión, a “padecer-con” el otro y a tratar de aliviarle: Jesús, sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó
Como seres humanos, los males padecidos por las personas deberían hacernos sentir enternecimiento y compasión, como dice el Diccionario. Pero muchas veces nos quedamos ahí, en lo puramente sentimental (y en algunos casos, sensiblero), y después pasamos a otra cosa.

Como cristianos, además de ese sentimiento, los males padecidos por las personas nos deben mover a la acción. Y son muchas las personas, cercanas a nosotros o lejanas, que padeces males a veces tremendos. Por eso, no podemos quedarnos como meros espectadores, no podemos mantenernos a distancia ni física ni emocional, ni contentarnos como mucho participando en una recogida de firmas o dando un donativo en alguna campaña para tranquilizar nuestra conciencia. Como Jesús, debemos “extender nuestra mano y tocar”, es decir, involucrarnos personalmente, conocer, escuchar, participar… sin miedo a “que nos contagien”. El único “contagio” que debemos temer es el de la indiferencia. Decía san Pablo en la 2ª lectura: No deis motivo de escándalo a los judíos, ni a los griegos, ni a la Iglesia de Dios. Y el único motivo de escándalo sería la indiferencia, y que la lástima no nos moviera a la acción, como hizo Jesús, ante los excluidos.
¿Qué personas y situaciones me dan lástima? ¿Por qué? ¿Cómo me afectan? ¿Qué hago al respecto? ¿Me siento “contagiado” de indiferencia, hay personas y situaciones que “deberían” darme lástima? ¿A qué se debe? ¿Cómo actualizo en mi realidad ese “extender la mano y tocar” que hizo Jesús?
Pidamos al Señor que nos enseñe a “extender nuestra mano y tocar” en cada caso: puede ser una ayuda material, puede ser un rato de escucha, puede ser una llamada de teléfono o una visita, puede ser una participación en una acción o campaña, puede ser asumir un compromiso continuado… Ser cristianos, ser seguidores de Cristo, conlleva entre otras cosas adquirir su mirada, pasar de las apariencias al corazón de las personas. Y con esa mirada descubriremos a los “leprosos” de hoy: algunos son muy visibles, otros padecen “lepras” interiores, invisibles. “Sería una lástima” y motivo de escándalo para todos, que pasáramos de largo porque todavía tenemos una mirada superficial o, peor aún, porque estamos contagiados de indiferencia.

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