09 febrero 2015

Nuestra vida es misión

Hoy en día la primera necesidad para muchas personas es encontrar un trabajo, y los que lo tienen agradecen poder trabajar. Antes de la crisis económica, el trabajo solía verse a menudo como algo pesado, algo que hay que soportar para obtener el dinero necesario para poder hacer “nuestra vida”, lo que nos gusta, que en general no tiene que ver con nuestro trabajo. Y esta división entre trabajo y vida propia a menudo es causa de insatisfacción, muy profunda a veces, porque el trabajo absorbe la mayor parte del tiempo, y el tiempo para “nuestra vida” suele reducirse, con suerte, al fin de semana o vacaciones, pero sentimos que no podemos “disfrutar de la vida”.
Esta situación es la que refleja la 1ª lectura de hoy: El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio, sus días son los de un jornalero… como el esclavo, suspira por la sombra, como el jornalero, aguarda el salario… Mis días corren… y se consumen sin esperanza. Job siente su vida como la de un esclavo, sólo cabe hacer lo que debe y contentarse con pequeñas satisfacciones. Pero en este lamento de Job hay un deseo de cambio, de salir de esa situación, y por eso termina dirigiéndose a Dios diciendo: Recuerda que mi vida es un soplo, porque es consciente de que la vida humana pasa demasiado rápido, y sabe que sólo Dios puede sacarle de esa situación de amargura que siente ante lo que experimenta en su vida.
Este lamento de Job podemos también hacerlo nuestro, y Dios nos da la respuesta en Jesús, en sus palabras y en sus obras. Porque en el Evangelio hemos visto a Jesús lleno de actividades, sin parar desde la madrugada hasta la noche: salió de la sinagoga, fue a casa de Simón y Andrés, curó a la suegra de Simón, al anochecer le llevaron todos los enfermos y poseídos, curó a muchos enfermos, expulsó muchos demonios, se levantó de madrugada, fue a las aldeas cercanas, recorrió toda Galilea predicando en las sinagogas y expulsando demonios… Pero Jesús, a pesar de esta actividad incesante, no se siente un “esclavo”, ni siquiera un jornalero, sino que afirma: para eso he venido. En Jesús no hay división entre el “trabajo” que realiza y su vida, porque el sentido de su vida es su misión: predicar el Evangelio, la Buena Noticia, con obras y palabras. Y no hay división porque, aun en medio de esa actividad incesante que como verdadero hombre le haría experimentar el cansancio, Él se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. La oración, el encuentro con el Padre, es lo que hace que para Jesús su vida sea su misión.

Para superar la insatisfacción y división entre nuestro “trabajo”, sea el que sea, y nuestra vida, y vivirlo todo como parte de nuestra misión, necesitamos cuidar la espiritualidad, el encuentro con Dios en la oración, para llegar a la conclusión que san Pablo ha expresado en la 2ª lectura: si lo hago a pesar mío… ¿cuál es la paga? Precisamente dar a conocer el evangelio… para participar yo también de sus bienes. Cuando nuestra vida la vivimos como misión, sin divisiones, ya estamos recibiendo “la paga”, porque la misión alimenta nuestra vida, y aunque nos suponga esfuerzo, nos hace sentir más libres, y no nos importa, como a san Pablo, hacernos todo a todos, para ganar, sea como sea, a algunos.
¿Experimento esa insatisfacción, esa división entre mi “trabajo”, sea el que sea, y “mi vida”? ¿Entiendo mi vida, aunque se desarrolle en lo cotidiano y rutinario, como una misión evangelizadora? En mi compromiso por el Reino, ¿siento que estoy recibiendo ya “mi paga”, alimenta mi vida? ¿Cómo cuido mi espiritualidad, mi encuentro con Dios en la oración, en la Eucaristía, en la Reconciliación, en el Equipo de Vida…? ¿Le doy a Dios el tiempo suficiente?
Hay una historia que nos ayuda a entender lo que Jesús hoy nos propone: Se estaba construyendo la catedral de Chartres. Los obreros trabajaban sudorosos y extenuados. Un viandante se dirigió a uno de los trabajadores: “¿Qué está haciendo, buen hombre?” “Ya lo ve, levantando esta enorme piedra. Esto no hay quien lo aguante”. El viandante camina unos pasos y pregunta a otro trabajador: “¿Qué hace usted, buen hombre?” “Estoy levantando este interminable muro que acabará conmigo.” El viandante avanza un poco más y pregunta a un tercer trabajador: “¿Qué está haciendo usted, buen hombre?” El trabajador, sonriente y orgulloso, contesta: “¡Estoy construyendo una catedral!” Los tres trabajadores estaban haciendo una tarea similar. Una tarea que requería mucho esfuerzo. Pero la actitud con la que la realizaban era muy diferente. Uno maldecía la tarea; otro, resignado, realizaba su trabajo sin esperanza; el tercero, sin embargo, disfrutaba de la tarea porque daba a su trabajo un sentido elevado, trabajaba para Dios, lo veía como una misión. Y nosotros, siguiendo a Cristo, podemos y debemos hacer lo mismo.

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