18 febrero 2015

Miércoles de Ceniza, 18 febrero

LA FIESTA INTERIOR

Joel 2,12-18. «¡Rasgaos los corazones, no las vestiduras!». Tentación de refugiarse en ritos externos. Todos los profetas han advertido a Israel que se circuncide el corazón y no el prepucio. Es una recomendación siempre actual: las cenizas adquieren tan fácilmente valor de talismán…
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p style=”text-align:justify;”>«Tocad la trompeta en Sión». Que el eco de la trompeta llegue hasta las últimas aldeas de Judá. Que todos se reúnan, ya que es un gran día para Yahvé y su pueblo. Hoy es día de asamblea santa, hoy comienza el ayuno para el Señor. ¡Que todos se revistan de harapos, se cubran de ceniza y se abstengan de todo placer!
Conversión, despojo, compromiso. Joel anuncia el día de Yahvé. Precede al «Dios que viene del futuro». Al final del tiempo de Pascua, el día de Pentecostés, se volverá a leer a Joel, pero entonces el mundo antiguo dará paso a un mundo purificado habitado por el Espíritu.
«¿Quién cambiará mi corazón de piedra en corazón de carne?». El Señor. El crea para mí un corazón puro y me hace vivir de su fidelidad. El salmo 50 canta la miseria de los «pobres», los enfermos, los perseguidos, los amenazados en su vida o en sus bienes. Proclama la esperanza del que confía en Dios.

2 Corintios 5,20—6,2. La expresión «ministerio de la reconciliación» es muy evocadora para los Corintios. En efecto, les recuerda un hecho histórico determinado. En el momento de la reconstrucción de la ciudad (44 a. de C), César había hecho venir a colonos de Grecia y de todo el imperio; gentes de pasado comprometido a quienes el cónsul concedía una nueva oportunidad.
Dios no actúa de otro modo, explica el apóstol. El también llama a tintos los hombres a construir la nueva Jerusalén, y Cristo ha venido como embajador para el ministerio de la reconciliación. El tiempo de la Iglesia es el tiempo por excelencia de la conversión, ya que debe permitir la reunión de judíos y gentiles. Por lo tanto, no debemos dejar que pase, sobre todo porque el precio de la embajada de Cristo supera todo cuanto el hombre hubiera podido imaginar. «Al que no conocía el pecado, Dios lo hizo pecado por nosotros, para que por él llegáramos a ser justicia de Dios».
Mateo 6,1-6.16-18. Limosna, oración, ayuno: tres prácticas capitales de la piedad judía. Pero el hombre piadoso corre un riesgo: desviar estos ritos de su verdadero fin, que es Dios. En efecto, ¡qué escarnio cuando el hombre pone la religión al servicio de su propia gloria y cae en su propio juego! Adán, por querer ser como Dios, había comido del fruto prohibido.
«En lo escondido», es decir, en verdad, ante el Padre que sondea los corazones. Cierra tu puerta, pues al Señor le gusta hablar en el vacío de ni silencio. ¡Perfúmate, ya que Dios te llama a una fiesta!
«¿Para qué fiesta cantamos?». ¡Es verdad que muchos cristianos no ven fiesta alguna en el miércoles de ceniza! Y, sin embargo, la palabra de Dios es formal: «Congregad al pueblo, anunciad una solemnidad, santificad la asamblea». Hoy es convocada toda la Iglesia a una fiesta en la que el ayuno será el plato sustancial… ¡Curiosa fiesta! Pero, de hecho, ¿sabemos celebrar una fiesta? En nuestro mundo, donde todo tiene gusto a cenizas, ¿conocemos aún la alegría y los cantos? Quizá porque la Pascua ya no es el día bendito entre los días, la cuaresma se ha ensombrecido y es de un gris triste y brumoso.
«Cuando ayunéis, no andéis cabizbajos… perfúmate la cabeza». Ayunar, es decir, hacer el vacío en uno mismo, pues nuestro corazón se ha llenado de cantidad de cosas inútiles.
Despojarse, reencontrar la pobreza radical para que al fin Dios encuentre un sitio en el fondo de nosotros mismos. Pues la verdadera fiesta es interior: el Espíritu la suscita en nuestros corazones, si éstos quieren acogerla. Pero para ello hay que ayunar, tener hambre para conocer el deseo, despojarse para ir a la fuente. En el silencio llegará hasta nosotros el eco de la fiesta de Dios. En la humildad, nuestro espíritu se abrirá al soplo del Espíritu. Por medio del ayuno entraremos en la fiesta de los pobres, donde las cosas más pequeñas adquieren de pronto sabor de eternidad.
«¡Dios, haz que brille tu luz!». ¿No le veis venir? Llega el día de la fiesta pero en \o secreto, en el fondo de tu morada interior. Hermano, cierra la puerta. Todos somos convocados por el silencio. ¡Que nuestra asamblea haga sitio al Espíritu!

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