04 febrero 2015

Comentario al Evangelio de hoy, 4 febrero

José Luis Latorre, misionero claretiano
Marcos narra el encuentro de Jesús con la gente de su pueblo, con la que había convivido durante muchos años y que le conocía desde niño. Va el sábado a la sinagoga, como había hecho siempre, y al empezar a enseñar “la multitud que lo oía se `preguntaba asombrada”. Lo que más atraía a la gente era la sabiduría de su corazón y la fuerza sanadora de sus manos. La palabra de Jesús no era la de un doctor de la ley, la de un pensador que explica una doctrina, sino la palabra de un sabio que comunica su experiencia de Dios y enseña a vivir bajo el signo del amor. No es tampoco un líder autoritario que impone su poder, sino un curador que sana la vida de las personas y alivia su sufrimiento.
La gente de Nazaret no le acepta y neutraliza su presencia con toda clase de preguntas, sospechas y recelos. No se dejan enseñar ni curar. Y por eso no hizo allí “ningún milagro” porque “desconfiaban de Él”. De tal manera que el mismo Jesús “se extrañó de su falta de fe”.
A Jesús no se le puede conocer desde fuera; hay que entrar en contacto con Él. Como dice el Apocalipsis: “Mira que estoy a la puerta llamando. Si uno escucha mi llamada y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3, 20).Y hay que dejar que Jesús nos enseñe cosas tan importantes como la alegría de vivir, la compasión y la misericordia, la voluntad de crear un mundo más justo y fraterno, la presencia amistosa y cercana de Dios Padre. La sabiduría de Jesús nos enseña a vivir de una forma nueva, no una doctrina. Como Él dirá en la última cena a sus discípulos “Si yo el Señor y el Maestro he hecho esto con ustedes, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros… les he dado ejemplo para que ustedes hagan lo mismo” (Jn 13, 16-18).
Experimentar la fuerza salvadora de Jesús es dejarnos curar por Él para recuperar la libertad interior; para liberarnos de los miedos que paralizan; para atrevernos a salir de la mediocridad o tibieza; para retomar el camino de la santidad tal como lo vivió Jesús haciendo el bien a todos y en especial a los más desfavorecidos y olvidados de la sociedad. Por eso Él decía “a los pobres los tendrás siempre con ustedes”.
Jesús sigue hoy “imponiendo las manos”, es decir, se sana quien cree y confía en Él. Ojalá que Jesús siga haciendo muchos “milagros” entre nosotros porque no somos como sus compaisanos.

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