23 enero 2015

Viernes II de Tiempo Ordinario

EL INICIADOR
Hebreos 8,6-13. El autor de Hebreos acaba de señalar la insuficiencia del culto sacrificial, que era el culto de la antigua alianza. Pero de ello no se puede concluir que la antigua alianza misma fuera insuficiente; tal conclusión permitiría suponer que la alianza y el culto nacido de ella fueran como de la misma naturaleza. Para el autor, la caducidad de la primera alianza queda demostrada por el mero hecho de haber sido sustituida. Y aduce como prueba un texto del profeta Jeremías (31,31-34). La antigua alianza había sido grabada en piedra del Sinaí; pero, si en el pensamiento de Dios aquella alianza suponía una conversión del hombre, su resultado fue un fracaso: condujo a una obediencia externa, meramente legalista.
Por el contrario, la segunda alianza, cuyo mediador fue Jesús, es toda ella interior. En efecto, en Jesús, la voluntad de Dios alcanzó el deseo del hombre; por esta razón, los mandamientos no estaban ya escritos en piedra, sino en el corazón del que al entrar en el mundo dijo: «Aquí estoy para hacer tu voluntad» (Sal 39). Así inscribió Jesús en su carne la imagen de Dios.
El salmo 84 tiene carácter de plegaría nacional. Su segunda parte expresa la esperanza de un oráculo favorable en respuesta a la lamentación pública. La liturgia cristiana utiliza este salmo para cantar su esperanza en Adviento.
Marcos 3,13-19. En el punto de partida de la vida de las comunidades primitivas, está la actuación histórica de Jesús. Marcos, al recordar los comienzos del ministerio de Jesús en Galilea, muestra el paralelismo que se da entre la historia del fundador de la Iglesia y el nacimiento de ésta. La insistencia del evangelista en la institución de los Doce indica de manera evidente esta intención.
Jesús ha creado un movimiento de atracción hacia su persona. Ahora se impone una etapa nueva. Por una parte, es preciso responder a las necesidades crecientes de la gente, para lo cual hay que aumentar el número de colaboradores que compartan la autoridad del Maestro y la responsabilidad de la predicación; por otra parte, frente a las mismas multitudes, es necesario contar con una comunidad más interesada por la interioridad que por la brillantez externa. Jesús instituye los Doce en memoria de las doce tribus de Israel.
La lista de discípulos atestigua el cuidado puesto por la Iglesia en autentificar su fundación. Como había hecho Yahvé con Abrahán y Jacob, Jesús impone un nuevo nombre a Simón; en lo sucesivo se llamará «Pedro», es decir, «la roca». El duodécimo discípulo es Judas, el que traicionará a Jesús, como insinúa su nombre postpascual de Iscariote, que significa «el que le entrega».


¡Nuestra vocación se ha hecho realidad! ¡Nuestra tarea se ha cumplido! «Pondré mis leyes en vuestra mente», «¡Hágase tu voluntad!»: la Alianza propuesta por Dios se encarnó en el Hijo único. Nuestro servicio se ha cumplido, porque Jesús es el mediador de la Alianza nueva.
Nuestra vocación se ha hecho realidad… Y, sin embargo, no triunfa la paz, no impera la justicia, la duda trabaja nuestros espíritus y todavía está presente el pecado en todos los sectores de nuestra vida. ¿Dónde está el orden nuevo del que es mediador Jesús? ¿Cómo afirmar que gracias a él nuestro mundo se ha puesto del lado de la vida y de Dios?
Podemos afirmarlo no porque nuestra fe sea un sueño o una ilusión, sino porque es como el corazón que percibe los pasos del amigo, aun cuando el ritmo de éstos no podría despertar a quien duerme. Podemos afirmarlo, porque la fe es como el corazón que oye la música cuando el oído sólo percibe el silencio. La fe es como el corazón que se dilata de antemano con el sol del verano cuando el cuerpo está sintiendo aún las mordeduras del frío. Jesús es el mediador, el iniciador de un orden nuevo cuya medida sólo el corazón puede calcular.
Jesús es el iniciador de nuestra vida, que él despierta para hacerla conforme al orden de Dios. El despierta nuestras vidas como una música que se apodera de nosotros con su ritmo, como un calor que nos invade o como una presencia que se descubre cuando, de manera espontánea, el espíritu sintoniza y el corazón vibra con las mismas emociones. Nuestra vocación se ha hecho realidad, pues de manera secreta, pero real, nuestra vida depende de aquel que nos marca el camino hacia el mundo de Dios. Jesús es el barquero que nos pasa a la orilla de la tierra nueva: «Yo soy —dice— la Puerta que se abre a la eternidad».

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja tu comentario