16 enero 2015

Viernes I de Tiempo Ordinario

DESCANSO
Hebreos 4,1-5. 11. El autor prosigue con su exhortación: es preciso perseverar en la fe en Cristo y confiar en el sumo sacerdote compasivo. A continuación, a manera de lección, recuerda el ejemplo de los antepasados. Dios se había comportado con ellos como un Padre solícito. Les había sacado de Egipto y acompañado a todo lo largo de su marcha a través del desierto. Les había alimentado. Con todo, aquella solicitud no impidió a Israel, atormentado por la sed, querellarse contra Dios, cuando el asunto de las aguas de Meribá.
¿Hacen más caso de la palabra de su Señor los cristianos de hoy? Sin embargo, es ella la que conduce a la comida preparada por Dios para sus fieles desde antes de la creación del mundo.
El salmo 77, de notable extensión, parece ir dirigido contra los sacerdotes del templo de Silo, que favorecieron el culto del becerro de oro (1 Re 11). El salmista redactó este salmo en estilo de requisitoria, pero el discurso divino ha sido reemplazado por una leyenda sagrada que recuerda las difíciles relaciones entre Yahvé y su pueblo.
Marcos 2,1-12. Vocación de los discípulos y primeras curaciones: el ministerio de Jesús se inició con los más favorables auspicios. No obstante, el mal se mantiene ojo avizor, a la espera de la primera ocasión de poder sorprender en falta al nuevo profeta.

Aquí está ahora un paralítico: postrado en su camilla, es semejante a un muerto. Jesús le dice: «Tus pecados quedan perdonados». Las palabras de Jesús han estallado como una bomba en los oídos de los presentes, sabedores de que Dios es el único que puede perdonar los pecados. Al hablar Jesús en tales términos, se ha hecho culpable de blasfemia. Los letrados murmuran…
Jesús sale al paso de lo que están pensando: «¿Qué es más fácil: decirle al paralítico ‘ ‘tus pecados quedan perdonados” o decirle ‘ ‘levántate, coge la camilla y echa a andar” ?». De este modo revela el origen de su autoridad. Es más que un simple curandero; es el Hijo del hombre, a quien Dios ha dado todo poder sobre las naciones de la tierra (Dn 7). Al mismo tiempo, desenmascaran la endeblez del juicio de los letrados, manifestada en sus murmuraciones: con su actitud están impidiendo la acción liberadora de la palabra de Dios.

«¡Aún está en vigor la promesa de entrar en su descanso!». El autor de la carta a los Hebreos atestigua una vez más el núcleo de la fe: Dios se declara a favor del hombre, y su voluntad es hacernos felices.
Ahí tenemos a un paralítico llevado ante Jesús por cuatro hombres. Su camilla hace pensar en una corte de los milagros; en esa camilla se podría tender a todos los lisiados de amor; a los que han perdido la esperanza, a los recluidos en su soledad, a los que tienen el corazón completamente seco; al mundo antiguo, a este mundo nuestro envejecido, marchito, sin salida…
Jesús se inclina hacia el paralítico y le dice: «¡Levántate!». ¿Qué sucede? Que el Hijo de Dios, lejos de mirar al pasado, lejos de enviscarse en un mundo de miseria, abandona su gloria para sumergirse en plena masa hu- mana. Sí, sólo Dios puede perdonar los pecados; pero ¿sabéis a qué precio? Al que es el Dios tres veces santo, al que no tolera el mal, Dios le ha identificado con el pecado para que el hombre pueda ser salvado. Dios nos hará entrar en su descanso, pero ¿sabéis a qué precio? El Hijo llevará nuestra carga, y su yugo —nos lo dice él mismo— es llevadero.
Dios nos dará su descanso. Y nosotros hemos echado sobre las espaldas de los hombres cargas imposibles de soportar. Hemos preferido la casuística de las normas al amor al pecador, la seguridad de una buena organización al calor del fervor misionero. Preferimos hacer uso de sofisticadas terapéuticas antes que arriesgarnos a pronunciar una palabra audaz: «¡Levántate!».
«Yo os daré el descanso». Y el descanso es paz. No la paz que nace de una buena conciencia siempre pronta a sentirse satisfecha, sino la que nace del perdón implorado y agradecido. El descanso es, además, libertad. No la libertad del «laissez-faire» o de la excusa fácil, sino la de quienes han descubierto el dinamismo del Reino. El descanso es, en fin, confianza. Pero no la confianza que se apoya en las propias fuerzas, sino la que tiene su origen en la fe audaz en la acción de Dios.
¡Levántate y anda! Este es el dinamismo del Reino. El descanso es el tiempo de andar, llevando a Dios por compañero.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja tu comentario