27 enero 2015

Recursos Domingo IV de Tiempo Ordinario

EL BARRIO DE LOS ENAJENADOS
Acompañados por Jesús, en cuya intimidad vivimos, y llevados por su mismo Espíritu, nos acercamos a un barrio a veces tenebroso y duro, y otras difícil y complejo. Nos acercamos a la sinagoga –a la iglesia- y allí, sorprendentemente, nos encontramos con alguien que no es él mismo porque está como poseído por una fuerza ajena a su voluntad: el dinero, el sexo, la droga, el alcohol… Pero también la enfermedad mental, la depresión, el consumismo, la anorexia o las bulimia … Jesús no sólo “pasó haciendo el bien” sino “liberando a los oprimidos por el diablo”. Los exorcismos de Jesús son una parte importante de su “hacer el bien”, porque la misericordia de Dios es siempre liberación de esclavitudes. Jesús libera con fortaleza, no se anda con chiquitas. No se enfrenta a la persona, a la víctima, sino al explotador y al amo poderoso que esclaviza.
1. UN TEXTO
Una cultura del “descarte” y la “indiferencia” 
“… no podemos olvidar que la mayoría de los hombres y mujeres de nuestro tiempo vive precariamente el día a día, con consecuencias funestas. Algunas patologías van en aumento. El miedo y la desesperación se apoderan del corazón de numerosas personas, incluso en los llamados países ricos…. No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede tolerar más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es inequidad. Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil… Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Hemos dado inicio a la cultura del «descarte» que, además, se promueve… Para poder sostener un estilo de vida que excluye a otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una globalización de la indiferencia. Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe. La cultura del bienestar nos anestesia” (papa Francisco, Evangelii Gaudium, 52-54).

2. UN TESTIMONIO
San Juan de Dios
Se llamaba Juan Ciudad y había nacido el año 1495 en la población de Montemor o Novo (Portugal). Le llevaron a vivir a España, a Torralba de Oropesa (Toledo) y su vida fue toda una aventura: pastor, soldado, peón de albañil, librero… Flandes, Galicia y Portugal, Sevilla, Gibraltar, Ceuta y Granada… En Granada oye predicar a san Juan de Ávila y siente tal conmoción espiritual que da voces y gritos, lo que le lleva a ser juzgado por loco y a verse recluido en la sala para locos del Hospital Real de Granada
«… porque predicaba entonces en esta ciudad un santo clérigo que se llamaba el Maestro Ávila, predicador apostólico y de muy santa vida, y en la ciudad decían que este Padre Maestro lo había convertido. Y este testigo lo vido en la Iglesia mayor de la ciudad rodeado de mucha gente y dando voces, pidiendo misericordia a Dios y dándose muy grandes golpes en los pechos y decían que se había estado en la Iglesia tres días sin comer ni beber, y unos decían que era loco y otros que no era sino santo y que aquello era obra de Dios».
EL “CAMINO DE LA CUERDA-LOCURA”
Postrado ante ti, mi Señor, me dispongo a dejar el “camino de la cuerda-locura” que recorrí a partir de aquel día que tocaste mi entraña y me abriste los ojos del alma; me sentí enajenado: grité, lloré de amor, me revolqué en el lodo… Me creyeron loco y me encerraron.
Desperté de aquel trance encadenado; me aturdían los gritos, y el llanto de hombres y mujeres azo- tados cruelmente por cuidadores convencidos de que así harían entrar en razón a los dementes. Yo no entendía nada, sólo se me rompía el corazón al verlos y escuchar sus lamentos. Tuve que experimentar en propia carne el desprecio, la soledad, la angustia de un futuro sin dignidad, para entender que sólo con amor se consigue que el demente entre en razón.
Un día vi la luz: decidí actuar contra el sistema y por primera vez en mi vida descubrí en el pobre demente tu figura y me postré a sus pies; comencé a curar sus heridas, a darles de comer con ternura de madre, a hablar y reír con ellos. Allí, en aquel hospital sin alma, soñé con tener un día mi Hospital en el que los enfermos, los dementes, los pobres que malvivían y morían en los soportales de Granada, fueran tratados como hermanos y prójimos míos.
Sin más recursos que la fuerza de tu Amor que me abrasaba, comencé a recorrer el hermoso camino de la cuerda-locura de amar y de servir. He vivido estos años arrodillado a sus pies, convencido de que la mejor denuncia al desprecio del demente por quien se cree cuerdo es valorarlo y servirlo con la dignidad que tiene.
3. UNA ORACIÓN
Venimos a pedir, Señor, que no apaguemos el corazón
y no permitas que la vida nos lo apague.
in un corazón palpitante, ¿cómo corresponder a tu amor?;
sin una ternura profunda, ¿cómo servirte en los hermanos?
Señor, que eres comunidad con Jesús y el Santo Espíritu,
que eres amor que hace a los otros distintos
y los mantiene unidos sin confusión,
danos a sentir tu amor como sol
que encienda nuestra tierra,
como lluvia que la empape,
como viento que la esponje y estremezca.
Danos un corazón de carne,
aunque muera de dolor, de ansias o de desprecios.
Mándanos, Señor a que también nosotros lo aprendamos,
para que lo que te ofrecemos
no sea “morir por ti”,
porque tú eres un Dios de vivos
y tu gloria es que vivamos,
y enviaste a tu Hijo para que tengamos vida,
y vida en abundancia.
Te pedimos que vayamos por el mundo
aprendiendo de las hermanas y de los hermanos
lo que significa que tú quieres corazón,
para que practiquemos ese don tan desarmado.
Entonces nuestra vida no será un sacrificio triste
exhibido como mérito,
sino un pobre corazón que se desnuda
de importancias y seguridades
para seguir con libertad el juego divino
de las correspondencias:
de la escucha vigilante, de la espera, de la noche,
del encuentro y del encargo,
y también del extravío y del retorno humilde y esperanzado.
En esta hora de lobos en que manda la ley
de la lucha por la vida y el dominio del más fuerte,
en este orden establecido
sobre el sacrificio de la misericordia,
para que la opresión de las personas no cause ningún dolor,
tú nos envías a proseguir la misión que encargaste a tu Hijo:
“liberar a los oprimidos”.
Para esta sagrada misión te pedimos, Señor,
que transformes nuestro corazón de piedra
en un corazón de carne;
sólo él es irreductible, comprensivo, incansable.
Te pedimos, Padre, el Espíritu Santo de la solidaridad.
Sobre un texto de Pedro Trigo,
“Salmos de vida y fidelidad”,
Ed. Paulinas, Madrid 1989, págs. 53-55

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