20 enero 2015

Comentario al Evangelio de hoy, 20 enero

Jesús y la nueva ley del Evangelio
La actitud de Jesús ante la Ley está llena de contrastes que pueden a veces desconcertarnos. Por un lado, Él mismo dice que no ha venido a abolirla (cf. Mt 5, 17); antes bien, la reinterpretación que Jesús hace de los preceptos de la antigua ley en el sermón del monte parece una radicalización de sus exigencias. Por otro lado, el texto de hoy es un ejemplo de la sorprendente libertad con que Jesús se comporta respecto de la Ley. ¿Se trata aquí, tal vez, de un caso de “excepción” que relativiza los preceptos legales en vista de situaciones de necesidad? Es poco probable, pues la situación que se describe no habla de una necesidad extrema. Tampoco parece plausible que Jesús invite a una interpretación meramente subjetivista de la Ley, en función de las necesidades y opiniones de cada uno.

Jesús ha venido a “dar cumplimiento” a la Ley y a los Profetas: en Él se revela el sentido profundo y auténtico de todos los antiguos preceptos y en Él se cumplen todas las promesas de los oráculos proféticos. Esto significa, en el fondo, que Jesús no se limita ni a sancionar, ni a abolir la Ley, ni tampoco a suavizarla, ni a radicalizarla, sino que Él mismo se convierte en Ley para sus discípulos. No se trata, pues de interpretar de un modo u otro (rigorista o laxista) determinados preceptos, ni de sustituirlos por otros nuevos; de lo que se trata es de que el mismo Jesús, su Palabra, sus hechos, su modo de vida, de relación con su Padre Dios y con los hombres, sus hermanos, y, en definitiva, su muerte y resurrección es quien constituye la nueva Ley del Evangelio: es ahí, precisamente, en donde encontramos el espíritu y la clave de comprensión de todo posible precepto. Sólo quien acepta en fe la persona de Jesús y la convierte en norma de su propia vida puede adoptar la perspectiva justa en relación con todo precepto social, moral o religioso, porque precisamente en Él adquirimos la sabiduría que penetra en las verdaderas exigencias de nuestra condición humana, de nuestras relaciones con los demás y con Dios.
Saludos cordiales
José M. Vegas cmf

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