10 enero 2015

Comentario al Evangelio de hoy, 10 enero

Queridos amigos y amigas:
Hay momentos en la vida en que se espera tanto que suceda un acontecimiento, que se vive en estado de expectación. Cuando dos personas se van a prometer su amor para siempre, cuando ese matrimonio va a tener su primer hijo, cuando uno confía aprobar un examen para conseguir un puesto de trabajo, cuando se espera el resultado de una prueba médica…
El pueblo de Israel también vivía en estado de expectación. Al menos algunos. Porque la historia de amor de Dios con su pueblo no podía acabar así… El Dios que les había liberado de la esclavitud de Egipto, el Señor de la Alianza que había mantenido su Palabra en medio de las infidelidades del pueblo, no les podía dejar solos. Aunque algunos dijeran que el cielo se había cerrado para siempre. Un resto fiel del pueblo de Israel esperaba que Dios se manifestara.

El evangelio de hoy nos presenta una escena del cumplimiento de esa promesa. Nazaret, el pueblo de María, puede representar a todo Israel. En la rutina de su vida cotidiana, aquella mañana de sábado, algo sorprendente aconteció: Jesús entró en la sinagoga, se puso en pie para hacer la lectura y proclamó las palabras de Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí… me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad…”. Y lo más sorprendente es que añadió: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”.
La expectación llega a su desembocadura. La promesa se cumple. Dios no ha cerrado su cielo para siempre. A pesar de la infidelidad de su pueblo y del egoísmo del corazón humano, Dios sigue estando por salvar. Por perdonar. Por tender un nuevo puente. Por abrir un nuevo camino. Por dar una nueva oportunidad. Quizá la definitiva… En Jesús, se cumplen sus promesas. Jesús es la promesa cumplida.
Y como en el Pueblo de Israel, en su pequeño pueblo ocurre lo mismo: si seguimos leyendo el relato, hubo muchos que se escandalizaron de sus palabras, diciendo que quién era Él para decir lo que decía. Pero también hubo un pequeño grupo de hombres y mujeres que, en respuesta a su llamada, se fueron uniendo al Señor para ser la semilla de ese nuevo camino que Jesús viene a traer de parte del Padre.
Nosotros somos los continuadores de ese pequeño grupo que, en medio de la humanidad, quiere seguir acogiendo la Buena noticia del Evangelio, con la ilusión de los orígenes y con la experiencia que nos da la historia, para hacerla vida en el mundo.
Gracias, Señor,
por seguir dándonos tu vida a través del Espíritu.
Haznos continuadores de tu camino
y reúnenos, al final, en tu Reino eterno. Amén

Vuestro hermano en la fe:
Luis Manuel Suárez CMF (luismanuel@claretianos.es)

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