15 diciembre 2014

Reflexión al Evangelio de hoy, 15 diciembre

Juan Carlos Martos, cmf

Este lunes de la tercera semana de adviento nos coloca ante un episodio polémico en la vida de Jesús. En aquella ocasión, Jesús acudió al Templo y se puso a enseñar allá. Su comportamiento causó revuelo entre las autoridades religiosas, que lo interpretaron como una intromisión indebida -¡y sobre todo escandalosa!- en aquel lugar santo. El motivo era muy serio: Jesús había tomado posesión del Templo, expulsando a los vendedores, paralizando el culto y denunciando el haber convertido la casa de Dios en cueva de bandidos. Ante ese modo de proceder, las autoridades le preguntan airados por qué ha actuado de esa forma.


Sorprendentemente, Jesús no responde. O más bien, responde a la contra. Pasa de ser confrontado a confrontar. Les devuelve la pregunta sobre si el bautismo de Juan era cosa de Dios o no. Esa pregunta resultó ser tan turbadora como desequilibrante porque con ella les echaba en cara el no haber creído que Dios actuaba en Juan el Bautista. Por tanto, si no llegaron a creer en el Bautista Juan, mucho menos creerían  en Él. Les encerró en un callejón sin salida al desvelar la hipocresía que había en sus demandas.

A la pregunta de Jesús, los Sumos Sacerdotes y los Ancianos reaccionan de manera diplomática. ¡No quieren cogerse las manos! Por eso, responden con la inhibición y el desmarque: “¡No sabemos!”. Ante esa actitud cobarde, Jesús corta el diálogo por lo sano. Renuncia a explicarles la razón de su actuación en el Templo.

¿Hay algo que aprender de este episodio para nuestro adviento? ¿Qué enseñanzas podemos encontrar en él?
Para escuchar y acoger las palabras de Jesús hace falta una mirada limpia, unas intenciones sanas, un empeño sincero por aguzar el oído interior… (¡Qué sugerente la metáfora de Balaán, “el hombre de ojos perfectos” que contempla con los ojos abiertos!, como leemos en la primera lectura).

Limpiar las intenciones exige, además, no esconder las propias incoherencias bajo justificaciones o fingimientos. Suele suceder que ganamos en credibilidad cuando no justificamos nuestros desatinos ni encubrimos nuestras inconsistencias. La verdad nos hace siempre más libres. La mentira, por el contrario, nos debilita y esclaviza.
Preparar el camino al Señor, esperarle, acogerle cuando llegue… exige también aceptar la incomprensión, el desafecto, el rechazo de los que no entienden a Jesús. La amistad con Jesús es transformante, porque ninguna amistad verdadera nos deja intactos jamás. Soportar antipatías y desprecios por fidelidad a Jesús es un indicador plausible de honestidad.

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