10 diciembre 2014

Miércoles II de Adviento

UNA CARGA LIGERA
Isaías 40, 25-31. Una población sin coraje: eso parece muchas veces Israel en su destierro. No deja de repetir que ya no hay futuro ni salvación posible. Discute, lo pone todo en tela de juicio, acusa a Dios de haberle olvidado…
Entonces se alza el profeta, pues no puede tolerar semejantes reproches. El sentimiento de la fidelidad divina tiene que seguir siendo la piedra angular de la fe de Israel. Así pues, el profeta invita al pueblo aponer la vista más allá: Dios es el único, el incomparable, el santo. No tiene que rendir cuentas a nadie y prosigue, incansable, su obra de salvación. El es el dueño del mundo. Entonces, ¿por qué adorar astros y consultar horóscopos, como hacen los babilonios?
El salmo 102, estructurado como un himno, bendice al Señor por el favor con que rodea de continuo a los que confían en él.

Mateo 11, 28-30. «El da fuerza al cansado, acrecienta el vigor del débil». Haciendo eco al profeta, Jesús habla para todos los que están alejados de Dios. En efecto, los escribas, al haber hecho extremadamente pesada la ley del Sinaí, prácticamente habían alejado de ella a la gente sencilla, que ya no podía encontrarse a sí misma. Jesús va a lo esencial, y descarga de obligaciones inútiles a los humildes. Su mandamiento es sencillo y, por lo tanto, la carga que resulta de él es ligera.
¿Quién no sueña con una vida sencilla, libre de las mil y una molestias que cada día le ensombrecen a uno la vida desde que se despierta? ¿Y qué decir de esas obligaciones religiosas, imaginadas para quién sabe qué humanidad perpetuamente al acecho de inauditas desviaciones?: Eso no se puede hacer… Cuidado con aquello… Con harta frecuencia, las leyes elaboradas por las gentes de Iglesia contienen ciertos resabios de sadismo, muy ajeno al Evangelio.
No es que predique la facilidad y la indolencia. El sabe mejor que nadie que el corazón del hombre necesita ser continuamente encauzado. Pero sólo él sabe también cuál es el camino para ello: su yugo es sencillo, fácil, esencial. Sí, la vida cristiana conlleva una carga, pero ésta, comparada con las cargas que los hombres imponen, es una auténtica liberación. ¡Esto lo entenderán los que han aceptado el yugo del amor!
Nada hay tan inverosímil como esa imagen de un Dios creador siempre tramando nuevas leyes para los hombres o, mejor dicho, ¡contra los hombres! Pero ¿no es ya de por sí la existencia una carga bastante pesada de llevar? Es verdad que el Dios infinito se interesa infinitamente por ese microcosmos que es el hombre; pero la manera de actuar de Dios está en las antípodas de los dioses inventados por los poderosos. Nuestro Dios es «manso y humilde de corazón»… Entonces, cuando ya no funciona ninguna otra cosa, cuando la religión te parece sobrecargada por el peso de la ley, piensa en esto y cobra nueva vida: Dios es manso, Dios es humilde. ¡El dueño de la vida es humilde!
Por los hombres aplastados por el peso de su miseria,
ven, Jesús, dulce y humilde de corazón.
Por los hombres desanimados por el peso de la ley,
ven, Mesías de los humildes y los sencillos.
Por los hombres alejados de Dios por despecho y hastío,
ven, Jesús, rostro del Padre.

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