14 diciembre 2014

Comentario al Evangelio de hoy, 14 diciembre

Julio César Rioja, cmf
Queridos hermanos:
“Estad siempre alegres”. Las palabras de Pablo dan sentido a este tercer domingo de Adviento, domingo de “cadete”, tan cerca ya de la Navidad. Isaías nos dice: “Desbordo de gozo con el Señor y me alegro con mi Dios”. Alegría porque estamos en un tiempo de gracia, tiempo para anunciar la Buena Noticia: “Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor”. El verdadero fundamento de esta alegría es el Espíritu que nos ha ungido como ungió a Jesús y nos ha enviado a dar buenas noticias a los pobres.

“No despreciéis el don de la profecía” nos comunica la segunda lectura, y el evangelio de hoy nos presenta en primer plano la figura de Juan, el precursor, el profeta o más que profeta como dirá después Jesús. Él es una voz que calma en el desierto, una voz que se deja oír denunciando la injusticia. Isaías, Juan y Jesús colocarán como base de esta justicia social el cambio interior, los hombres que intentan sanear la sociedad deben ser los primeros en sanearse a sí mismos. Es posible que ésta sea la mejor aportación de los cristianos dentro de las mediaciones que buscan un cambio dentro de la sociedad (partidos, sindicatos, asociaciones, plataformas…). La fe implica necesariamente un compromiso político (de polis), meterse dentro y desde dentro, denunciar y urgir la autenticidad de la cosas.
Aunque ya sabemos como suelen acabar los profetas, no podemos callar ante millones de seres humanos que mueren de hambre, que son víctimas de la violencia, que pierden la vida al intentar llegar a nuestras costas. No podemos permanecer mudos ante los desplantes de los poderosos, su falta de escrúpulos y sus corrupciones. Ante los desmanes del Capitalismo que acumula beneficios inmensos, regatea los salarios y crea condiciones de trabajo indignas. Ya está bien de desahucios, de recortes, de poner a los Bancos por encima de las personas, de la precariedad… de tantas cosas. Tenemos que hablar, tenemos que dar la cara. Porque creemos; por eso tenemos que hablar. Quizás parezca una palabra en el desierto, pero seguro que es para muchos, para los pobres, una palabra de aliento, de esperanza, de alegría, (algo de esto nos quiere comunicar el Papa Francisco), recordándonos con Isaías: “Qué como el suelo echa sus brotes, así el Señor hará brotar la justicia”.
La palabra de Dios nos llega en forma de advertencia: ¡Cuidado! “En medio de vosotros hay uno a quien no conocéis”. Jesús se encuentra entre las clases humildes y oprimidas, entre los ciegos, los presos…Si no lo buscáis allí, jamás lo encontraréis. Más aún ni siquiera lo conocéis. Su Espíritu nos ungió para dar buenas noticias, “no apaguemos el Espíritu”, el nos da autenticidad de vida y nos invita a  animar y sostener a los débiles. Sin Espíritu, sin mística, no es posible salir a las periferias y sin estar con los pobres es difícil vivir una sana espiritualidad. Eso es la Navidad, en esto consiste la alegría.    

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