12 noviembre 2014

Reflexión al Evangelio de hoy, 12 noviembre

Hace dos días decía que perdonar, curar, sanar, concentra lo más importante de la actitud del cristiano. Pero, ¿de dónde saca la fuerza para actuar así? ¿Para vivirlo y sentirlo desde lo más profundo del corazón y no como una actitud impuesta o una norma externa? Creo que el Evangelio de hoy nos lleva a la respuesta a estas preguntas. No es más que una palabra: agradecimiento. 
      El cristiano, el discípulo de Jesús, es una persona agradecida. Ese es el verdadero motor y gasolina de la vida cristiana, la energía que la mueve y hace posible. ¿De dónde viene ese agradecimiento? Pues precisamente de la experiencia de sabernos perdonados, curados, sanados, salvados. En el encuentro con Jesús hemos experimentado todo eso, lo hemos vivido. No es una lección aprendida en el catecismo. No es algo que le hayamos oído a un predicador o a un misionero. Es algo que lo hemos sentido en el corazón y hemos comprendido vitalmente. Dios nos ama y su amor nos crea y recrea continuamente. Nos levanta de la postración, nos llama a la vida, nos invita a ser libres y a comprometernos por el reino, a luchar por la justicia para todos, a trabajar por un mundo mejor, a amar sin exclusiones.

      Por eso, por puro agradecimiento, somos capaces de amar y perdonar, de curar y acoger, de construir el reino. Hemos entendido que el reino es nuestra casa y que esa casa no tiene sentido sin la presencia del Padre y de los hermanos y hermanas. 
      El extranjero que fue a dar gracias y alabar a Dios fue el único que se salvó de los diez leprosos. Los otros se curaron pero no llegaron a conocer lo que era el amor de Dios. Por alguna razón que se nos escapa no llegaron a entenderlo, a vivirlo, a experimentarlo. Sólo uno lo conoció en su corazón. 
      Seguro que los que leen estos comentarios son personas que han experimentado el amor de Dios. Por eso viven agradecidas. Por eso no excluyen a nadie. Ni siquiera a esos que han sido curados pero que por alguna razón el amor no ha llegado a su corazón. Les siguen amando, les siguen curando, porque saben que son también hijos e hijas de este Dios que nos ama tanto. 
Fernando Torres Pérez, cmf

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