05 noviembre 2014

Hoy es 5 de noviembre, miércoles de la XXXI semana de Tiempo Ordinario.

Hoy es 5 de noviembre, miércoles de la XXXI semana de Tiempo Ordinario.
Me preparo para pasar un rato contigo, Señor. Necesito escucharte, detener por unos momentos mis actividades, mi prisa, mis ruidos. Hacer silencio en mi corazón y abrirlo a tu palabra. Hoy me vas a dar un mensaje de realismo. Vivo en un mundo en constante transformación. Me pregunto qué necesito para vivir aquí y ahora tu evangelio. Qué estrategias me van a ser necesarias para ello. Me dispongo. Ayúdame.
La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 14, 25-33):
En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: «Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío. Así, ¿quién de vosotros, sí quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: “Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar.” ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.»

No olvidemos que Jesús sube a Jerusalén, el lugar de su exaltación, pero también el de su pasión y muerte. Le acompaña mucha gente. Pero acompañarle no basta para ser discípulo suyo. Por eso durante el camino les va desgranando las condiciones del discipulado. Como primera condición, el evangelio de hoy recoge unas frases de Jesús que a nuestros oídos terrenos suenan, al menos, a poco cuerdas: “ Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío .” Así de claro: para ser discípulo hay que anteponer el amor de Cristo a los gustos, proyectos e intereses propios y de la familia. Para el discípulo nada ni nadie puede estar por delante de Cristo. Él es el Señor. El único Señor. En la estima y el amor del discípulo todo lo demás ha de estar por detrás… Señor, yo quiero seguirte. Pero veo que, fácilmente, se me cuelan por delante de tu amor demasiadas cosas: afectos, vanidades, bienes materiales, familia, comodidades… Señor, ayúdame. Dame tu gracia para que nada en mi vida esté por delante de ti.
La segunda condición es estar dispuesto a morir por el Maestro: “Quien no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío”. Jesús sube a Jerusalén, donde va a ser crucificado y morir. Seguir a Jesús y llevar la cruz detrás de él significa subir con él a Jerusalén para ser crucificado como él. Es realmente algo serio ser discípulo. Son serias las renuncias que supone. Pero sólo el poco reflexivo, cuando encuentra algo mejor, no renuncia con gusto a lo que tiene para conseguir lo que es mejor. Y ser discípulo de Jesús es haber encontrado algo que vale más y nos llena más que lo que teníamos: El Reino de Dios. Si mirásemos las cosas así, ¿no se convertiría en gozo cualquier renuncia o sacrifico? Señor, que no tema cargar con la cruz de tu seguimiento. Ten misericordia de mí. Que, cuando pese demasiado mi cruz, te mire a ti llevando la tuya. Y tú mírame a mí, Señor. Que entonces se me hará más ligera la mía.
Con las parábolas del que construye la torre y el que va a la batalla el Señor nos invita a reflexionar sobre nuestra disposición para seguirle, para responder a su invitación. Monseñor Oscar Romero, comentando este texto, dice que con ellas viene a decirnos el Señor: “Ponte a meditar tu capacidad de desprendimiento, tu capacidad de cruz. No te estoy ofreciendo yo corona de rosas ni ventajas sociales o políticas. Estoy ofreciendo únicamente la cruz. El que se quiere venir conmigo tiene que estar tan desprendido que el mismo amor a su madre, a su esposa, a sí mismo, no debe ser un obstáculo para seguirme…Sólo los amigos de la Cruz, sólo los que la abracen sin temor a perder amores en esta tierra, sólo los que se entreguen al seguimiento del absoluto, con un sentido, sólo éstos serán los valientes con quienes cuenta Cristo.” Señor, sabes que me da miedo, que soy débil. Pero con la ayuda de tu gracia, hoy quiero decirte que cuentes conmigo.
Al volver a leer el texto me fijo en cómo van unidas, en la invitación de Jesús, varias llamadas. A la radicalidad y a la sensatez, al cálculo y a la audacia, a saltar al vacío, pero pensárselo bien antes. Retengo en mi memoria aquellas llamadas, que me lleguen con mayor fuerza y le pido grabarlas en mi corazón.
Ya me voy despidiendo Señor, después de este rato de encuentro contigo. Me llevo un profundo mensaje. Quisiera hacerlo vida en lo cotidiano de mis trabajos, de mis relaciones con los demás, de la ayuda que pueda dar y recibir, porque en todo eso tú también estás presente. Sé que me acompañas siempre y de manera incondicional. Gracias Señor.
Tomad, Señor y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento, y toda mi voluntad. Todo mi haber y poseer. Vos me lo disteis, a vos, Señor, lo torno. Todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad. Dadme vuestro amor y gracia, que esta me basta.

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