27 noviembre 2014

Hoy es 27 de noviembre, jueves de la XXXIV semana de Tiempo Ordinario.

Hoy es 27 de noviembre, jueves de la XXXIV semana de Tiempo Ordinario.
Al comienzo de este tiempo de oración, ponte en la presencia del Señor. Dirige tu pensamiento hacia él. Haz silencio interior para acercate a aquel que ya está dentro de ti. Expresa tu confianza en su presencia y ofrece este tiempo de silencio y oración.
La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 21, 20-28):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando veáis a Jerusalén sitiada por ejércitos, sabed que está cerca su destrucción. Entonces, los que estén en Judea, que huyan a la sierra; los que estén en la ciudad, que se alejen; los que estén en el campo, que no entren en la ciudad; porque serán días de venganza en que se cumplirá todo lo que está escrito. ¡Ay de las que estén encinta o criando en aquellos días! Porque habrá angustia tremenda en esta tierra y un castigo para este pueblo. Caerán a filo de espada, los llevarán cautivos a todas las naciones, Jerusalén será pisoteada por los gentiles, hasta que a los gentiles les llegue su hora. Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues los astros se tambalearán. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y majestad. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación.»

Para entender este evangelio, hemos de recordar que los profetas, para hablar a la gente, a veces utilizaban un lenguaje cargado de imágenes catastróficas. Las predicciones que hacían tenían una finalidad pedagógica; eran como la advertencia que el maestro hace al alumno perezoso y molestón de la clase al que dice: si sigues así, suspenderás. Algo así decía el profeta al pueblo: si seguís así y no os convertís, vais a terminar mal. Y les habla de catástrofes que van a venir. Cuando Jesús habla a los suyos de su segunda venida, utiliza un lenguaje parecido. Hoy vuelve a hablar de la destrucción de Jerusalén, la ciudad obstinada que le rechaza. Sus habitantes vivirán el final con angustia y horror: será el momento del juicio de Dios y de castigo. Pero a los suyos les dice Jesús que se “alejen”, que “huyan”: ellos no han seguido el mismo proceder malvado; no le han rechazado, como los de Jerusalén. No perecerán, pues. Para ellos será momento de gozo y salvación, de victoria. De ahí que les diga: «Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación».
Así, el Juicio Final será día de terror para los que se hayan cerrado a la gracia y al amor de Dios. Pero para los que le hayan acogido lo será de gozo: «se acerca vuestra liberación». Por eso, los evangelios de estos días hemos de escucharlos, no como amenaza, sino como invitación a la esperanza y al optimismo: la liberación que se nos ha anunciado y esperamos, llegará, está llegando. Tanta cosa mala que vemos en el mundo terminará. Los que se han cerrado a las llamadas de Dios serán “destruidos”, dejarán de alardear y perseguir a los discípulos. Pero para los que le hayamos acogido, aquel día será el comienzo de la plenitud de la salvación: «entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria».Señor, tú vienes para librarme definitivamente de todas mis esclavitudes: de esta impotencia para vivir fielmente tu evangelio, de tanto pecado que habita aún en mí que y no logro vencer, de tanta injusticia y desamor como hay en este mundo… ¿Cómo no desear y esperar confiadamente tu venida, Señor?; ¿cómo temer tu venida, si vienes para llevarme contigo? Si mirara la muerte con ojos de esperanza, ¡cuán distinta sería mi actitud ante ella! La esperaría con gozo y paz como a la que viene a abrirme la puerta para ir a Dios.
Hemos de vivir la espera del Señor con confiada alegría. Pero estando sobre aviso; porque también nosotros podemos ser malos alumnos y holgazanear y acabar de mala manera el “curso” de la vida. ¡Cuántos hay que fueron cristianos fervorosos, pero han abandonado, en la práctica, el cristianismo…! Se han ido cerrando a las llamadas del Señor y han ido perdiendo el gusto por las cosas de Dios, han abandonado los sacramentos y la oración, han dejado de vivir los valores del evangelio para vivir los del mundo y buscar los goces pasajeros que éste ofrece. ¡Qué triste, Señor¡ Tu venida puede sorprenderles sin estar preparados y suspender en el examen último. Líbrame, Señor, de caer en esa desidia. Que yo te espere, buscándote, remando hacia ti –aunque a veces reme entre la niebla- y orando y trabajando por el Reino de Dios. María, Madre, guárdame. Que persevere hasta el final en el amor del Señor.
Al terminar este tiempo de oración, presenta al Señor tus temores. La desconfianza y el miedo que nos paraliza y nos impide alzarnos con la dignidad de hijos de Dios. Pide al Señor que nos conceda reconocer la liberación que Dios trae al mundo y a cada uno de nosotros.
Dios te salve María,
llena eres de gracia,
el Señor es contigo.
Bendita tú eres,
entre todas las mujeres
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María,
Madre de Dios,
ruega por nosotros pecadores
ahora y en la hora de nuestra muerte.
Amén.

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