24 octubre 2014

Recursos Domingo XXX Tiempo Ordinario

HASTA DÓNDE DEBE PENETRAR EL REINO
Hasta el corazón de la persona, que es el AMOR, a todos los niveles, pues es, en cada uno, la raíz y el subsuelo de todos los valores. Amor a Dios y amor al prójimo es una única realidad, y su piedra de toque son los débiles y vulnerables de la vida: el inmigrante, el huérfano y la viuda.
UN TEXTO
“… el amor no es solamente un sentimiento. Los sentimientos van y vienen. Pueden ser una maravillosa chispa inicial, pero no son la totalidad del amor… Es propio de la madurez del amor que abarque todas las potencialidades del hombre e incluya, por así decir, al hombre en su integridad. El encuentro con las manifestaciones visibles del amor de Dios puede suscitar en nosotros el sentimiento de alegría, que nace de la experiencia de ser amados.
Pero dicho encuentro implica también nuestra voluntad y nuestro entendimiento. El reconocimiento del Dios viviente es una vía hacia el amor, y el sí de nuestra voluntad a la suya abarca entendimiento, voluntad y sentimiento en el acto único del amor. No obstante, éste es un proceso que siempre está en camino: el amor nunca se da por « concluido » y completado; se transforma en el curso de la vida, madura y, precisamente por ello, permanece fiel a sí mismo… La historia de amor entre Dios y el hombre consiste precisamente en que esta comunión de voluntad crece en la comunión del pensamiento y del sentimiento, de modo que nuestro querer y la voluntad de Dios coinciden cada vez más: la voluntad de Dios ya no es para mí algo extraño que los mandamientos me imponen desde fuera, sino que es mi propia voluntad, habiendo experimentado que Dios está más dentro de mí que lo más íntimo mío. Crece entonces el abandono en Dios y Dios es nuestra alegría (cf. Sal 73 [72], 23-28)” (Benedicto XVI, Dios es amor, 17).
DOS ANCIANOS ENAMORADOS
Cuentan que, hace mucho tiempo, vivía en un pueblo una pareja de esposos muy ancianos y pobres, muy pobres. No habían tenido hijos y vivían sólo de lo que la gente del pueblo les daba. Todas las mañanas, él iba al mercado con la esperanza de conseguir algo para comer.
El único tesoro de él era una vieja pipa de madera que hacía años que no veía el tabaco, pero se la ponía en la boca todas las noches e imaginaba que fumaba y, así, espantaba un poco el hambre del día. El único tesoro de ella eran sus largas trenzas blancas, que no conocían peine alguno desde hacía mucho tiempo, pero ella se sentaba todas las mañanas a la entrada de la choza que habitaban y las hacía y deshacía una y mil veces para, así, olvidarse un poco de la comida.
Así, día tras día. Llegó la fecha del aniversario de su boda. Él salió temprano al mercado, como cada mañana, pensando en qué le regalaría a ella. Ella se sentó a la entrada de la choza, como todos los días, pensando cómo celebrarlo si no había con qué. Sin embargo, al atardecer, él apareció con un paquetito que le entregó con un suave beso en la frente al tiempo que susurraba: “Feliz aniversario”. También ella, sacó de debajo de la silla otro paquetito que le tendió con una gran sonrisa mientras decía: “Feliz aniversario”.
Cuando cada uno abrió su pequeño regalo, se miraron a los ojos, se abrazaron y lloraron en silencio. Ella había vendido sus trenzas y había comprado un poquito de tabaco para la pipa de él. Él había vendido su pipa y había comprado un hermoso peine para las trenzas de ella.

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