10 octubre 2014

Para la homilía del 12 de octubre

El banquete deseable
Dios quiere hacernos partícipes de un banquete, invitarnos a una fiesta. Así es Dios, y una de las formas más sugerentes, cómo la Escritura presenta su oferta de salvación. Los seres humanos hemos pensado muchas veces lo contrario: que la salvación de Dios era la negación de la felicidad del hombre; como si decir que sí a Dios significa renunciar a todo aquello que es verdaderamente apetecible y bueno. Y sin embargo, «Dios prepara un banquete, un festín de manjares…». La salvación es el estado de plenitud en el que podemos gozarnos y celebrar la presencia de Dios clara y diáfana, abierta a todos los hombres; el consuelo definitivo del sufrimiento, esa sombra que amenaza nuestro estado de felicidad incipiente; la aniquilación del enemigo más radical de la vida del hombre: la muerte. Hoy podemos preguntarnos si los cristianos hemos hecho lo suficiente, con obras y palabras, para mostrar al mundo este evangelio, como un “banquete deseable”, un “manjar apetecible”. O si nuestra oferta aparece como una carga que hay que soportar con dignidad, una limitación que hay que aceptar con resignación o un obstáculo que hay que rechazar para así poder ser felices, al menos, en esta vida.

El cristianismo es una experiencia de salvación que hay que saber gozar y celebrar. Es una invitación a un banquete de bodas, abierto a todos los hombres, que hay que saber acoger y recibir. En primer lugar, hay que entender el momento oportuno de la oferta, pues cuando el banquete está preparado no podemos demorarnos en la respuesta, pendientes de cosas importantes (propiedad, comercio, etc.), pero en el fondo penúltimas, donde no se juega nuestra salvación definitiva. Ninguna preocupación mundana nos puede despistar de este tiempo oportuno en el que se nos ofrece la salvación (kairós). Pero además, en segundo lugar, no nos basta con aceptar la invitación, sino que debemos participar en la fiesta de una forma digna y conveniente, acorde con lo que la invitación lleva consigo. En el final de la parábola, auténtico centro de la narración, San Mateo afirma algo que puede causarnos escándalo, pero que está dicho para nuestra motivación y conversión. Ser llamado no significa directa e inmediatamente ser salvado. La invitación es a todos y se hace de forma gratuita, pero no es un “cheque en blanco”. Si hemos comprendido el tiempo favorable en el que vivimos para acoger esa invitación a la salvación, a ese banquete deseable, hagamos lo necesario para participar dignamente en él, desde la obediencia a la voluntad del Señor y la fructificación en obras de amor y de justicia (vestido de fiesta).
Ángel Cordovilla Pérez

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