08 octubre 2014

Ideas para la homilía. Domingo XXVIII del T.O. 12 de octubre


1.- DIOS NOS DICE QUE TODO ESTÁ PREPARADO

Por Antonio García-Moreno

HACIA LA CUMBRE. Nuevamente Dios nos habla de cosas terrenas para hacernos entrever las que son propias del cielo. Palabra humana que contiene realidades divinas, en la medida en que esto es posible. Hoy nos habla la liturgia de un festín maravilloso en la cima del monte santo. La montaña sagrada, ese símbolo que los hombres de todos los tiempos han sabido vislumbrar, sintiendo que allá en la cima de un monte es más sensible la grandeza de Dios .Cuántos santuarios están clavados en las peñas más escarpadas. Como nidos de águilas, colgados entre el cielo y la tierra, allá por donde las nubes pasan. Como si en estas alturas la cercanía de Dios fuera mayor, como si entonces hubiéramos llegado a la antesala del cielo.

Levanta el vuelo de tu imaginación, asciende por las zigzagueantes sendas que conducen a la altura. Escala día a día las escarpadas rocas de todos los momentos. Asciende, asciende siempre. Aunque la fatiga te haga detener la marcha por unos momentos. Entonces descansa un poco y emprende luego la escalada, asciende hasta la cumbre. Allí te espera Dios.


Nuestro gran místico castellano habló extensamente sobre la subida al monte Carmelo. Vio en éste el lugar un símbolo del encuentro con Dios. Juan de la Cruz, hombre de tierra llana, hijo de la ancha Castilla, voló tan alto, tan alto que a la caza le dio alcance... Subir, subir cada día un poco. Eso ha de ser nuestra vida siempre. Y saber dar a cada jornada el color y la luz que para un alpinista tiene el trecho de escalada que ha de recorrer. Aire deportivo para todas nuestras horas. Sin miedo al viento frío de las cumbres, con el alma limpia como el aire de los altos picachos. La piel tostada y los músculos tensos, coronando al fin de cada día las etapas que nos hemos señalado.

Volar como las águilas, remontarnos por encima de las mil miserias de la vida. Dios nos llama a cosas mayores, quiere vernos despegados de la materia pesada que frena nuestro vuelo. Quiere que seamos libres, con las alas del espíritu siempre limpias, ágiles y prontas para remontar el más bello y alto vuelo.

LAS BODAS DEL REY. En un reino las bodas del rey son, sin duda, uno de los acontecimientos más festivos que pueden ocurrir. Por eso el Señor se vale de esta comparación, en más de una ocasión, para hacernos comprender de alguna manera las alegrías del Cielo. Alegría y abundancia de toda clase de bienes que se prolongan por muchos días. En el caso del Cielo por toda la eternidad. Estamos ante la promesa mayor que el Dios omnipotente nos hace, eso que colmará finalmente todos los deseos y anhelos del corazón humano. Es lo más que podemos decir de ese premio que el ojo no vio, ni el oído escuchó, ni el entendimiento humano puede imaginar.

Y este rey invita a unos y otros, nos llama a todos a participar de esa gran fiesta. Pero muchos rechazan su invitación, se justifican de mil maneras, no comprenden la grandeza del don que se les ofrece y lo cambian por unos placeres efímeros y vacíos. Luego se darán cuenta del mal negocio que han hecho, se lamentarán mirando sus manos vacías, cuando pudieron tenerlas llenas. No seamos sordos a la invitación divina, no dejemos pasar ocasión alguna de aceptar lo que nos ofrece. Aunque por ello tengamos que privarnos de otra cosa, estemos persuadidos de que al final siempre saldremos ganando.

Porque, además, el rechazo a esa invitación supone no sólo la privación de unos bienes excelentes, sino también el ser castigados con el padecimiento de unos males terribles. La parábola habla del incendio de sus ciudades. Luego se refiere también a las tinieblas exteriores, al llanto y al rechinar de dientes. Para siempre a oscuras, mientras que los de dentro, los que disfrutan del gran banquete del rey, gozan de la luz y la gloria. Ellos reirán y cantarán cerca del Rey de reyes, vivirán por siempre la paz que sólo Dios puede dar. Los otros, los que no aceptaron la invitación de bodas, llorarán a lágrima viva, con un gemir desconsolado, con una desesperación que no tiene otro consuelo que la rabia y el coraje contra uno mismo, el apretar con fuerza los dientes, hasta hacerlos rechinar.

El banquete real está todavía abierto para ti y para mí, para todo aquel que aún está vivo. Sí, mientras hay vida hay esperanza. Dios nos invita otra vez, nos dice que todo está preparado. Respondamos que sí, confesemos humildemente nuestros pecados, revistiéndonos con la gracia del perdón divino, entremos en la sala del banquete, probemos en la Eucaristía cuán dulce y suave es el Señor.

2.- EL REINO DE DIOS ES COMO UNA GRAN BODA

Por Pedro Juan Díaz

1.- La imagen del banquete de bodas es usada con frecuencia en la Biblia. De hecho, hoy aparece en la primera lectura, en el Salmo y en el propio Evangelio. El Reino de Dios es como una gran boda, pero una boda de verdad, no los “enredos” (por decirlo suavemente y sin más adjetivos) en los que se han convertido las bodas de hoy en día. Veámoslo.

2-.De entrada, a esta “boda” o “banquete” (hablamos del Reino de Dios) se viene con invitación. Y por lo tanto, es gratuita. Somos invitados por el “Rey”, que es Dios, no por los méritos que hayamos hecho, sino por la generosidad del que nos invita. No hace falta entregar “sobre” a los novios, ni nada por el estilo. Simplemente hay que aceptar la invitación, cosa que no todos hacen (parece mentira, ¿eh? Con lo bien que “pinta” la cosa). La respuesta a la invitación ha de ser coherente. No basta solo con la invitación para poder entrar. Hace falta un “vestido” que esté a la altura de las circunstancias, que no desdiga del acontecimiento que estamos celebrando. Y es que este “banquete de bodas” al que nos invita Dios es para celebrar el Amor, en concreto, ese gran amor del que San Juan dice: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo…”. Por lo tanto, a este banquete hay que ir con el “vestido del amor”, que supone vivir cada día el gozo del amor. O lo que es lo mismo, que nuestra fe y nuestra vida vayan íntimamente unidas.

3.- Seguimos con este verdadero “banquete de bodas” que es el Reino de Dios. Aquí no hay lista de invitados, porque todos están invitados, buenos y malos. “Id ahora a los cruces de los camino y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda”. Todos son invitados por el “Rey”, porque Dios invita a todos a la fiesta de su amor, incluso a los que no esperan ser invitados porque no han hecho ningún mérito para ello. Hay unos invitados que son más “cercanos” al “Rey” y que se supone que van a participar, pero que rechazan la invitación. Sin embargo, aquellos más “alejados” la acogen con alegría. El “banquete”, por supuesto, es espléndidamente generoso: “Preparará el Señor… para todos los pueblos… un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares enjundiosos, vinos generosos”, dice el profeta Isaías en la primera lectura. El banquete es así de espléndido por la generosidad del que nos invita, que es Dios mismo, al que no podemos ganar en generosidad y que no escatima con nosotros, sus hijos, sus favoritos, especialmente si al banquete van los que están “en los cruces de los caminos”, los más pobres, los que no tienen ni reciben afecto alguno, y no tienen ni casa, ni trabajo. Porque por aquellos “caminos” a los que salieron a invitar no había otra clase de gente.

5.- Y por último, en este “banquete de bodas” que es el Reino de Dios, Dios va a hacer algo espectacular, muy grande, a la altura de su amor y su generosidad. Dios “enjugará las lágrimas de todos los rostros”, porque “aniquilará la muerte para siempre”. Es un gran anuncio de esperanza y de paz para todas las personas. Es su gran acción, por amor a toda la humanidad. Es un banquete donde no habrá más llanto, ni luto, ni dolor, sino paz y alegría eternas. Es el gran gesto de nuestro Dios, infinitamente generoso y que nos ama con locura.

6.- Dos aspectos a tener en cuenta para terminar esta reflexión. El primero sería si estamos dispuestos a acoger esta invitación que nos hace Dios. La respuesta parece que es que sí, porque estamos aquí, pero podríamos preguntarnos también que es lo que nos mueve a venir a este “banquete”. ¿Es el gozo del amor? ¿O es la rutina, la inercia, la costumbre, la obligación…? El segundo aspecto a tener en cuenta sería ver si estamos dispuestos a vivir en consonancia con lo que aquí estamos celebrando, es decir, si nuestro “traje de fiesta” es el adecuado para estar aquí, si la fe que aquí compartimos y celebramos la llevamos también a nuestra vida de cada día. Son dos cuestiones a las que nos invita a reflexionar hoy la Palabra de Dios.

De momento, la Mesa de la Eucaristía nos acerca un poco a ese banquete y nos ayuda a vivir la vida “alrededor de la Mesa”, donde Jesús nos alimenta para poder decir, como San Pablo: “todo lo puedo en aquel que me conforta”.

3.- LOS PILARES DE LA FE; NADIE LLEGA A LA FE A SOLAS

Por Gabriel González del Estal

1.- Id a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda. El título “los pilares de la fe” viene sugerido, naturalmente, por la fiesta que celebramos hoy “la Virgen del Pilar”. La Virgen María fue un auténtico pilar para afianzar la fe del apóstol Santiago; a su vez, el pilar de la fe del apóstol Santiago había sido el mismo Jesucristo. Cada uno de nosotros hemos tenido algún pilar sobre el que se edificó nuestra primera fe: nuestros padres, o educadores, o algún libro, o algún acontecimiento ordinario o extraordinario. La fe comienza por el oído, nos dice San Pablo, “fides ex auditu”. Por supuesto, que la fe es un don de Dios y Dios es siempre el pilar primero de nuestra fe. Por todo esto debemos valorar la importancia que ha tenido y tiene siempre el anuncio de la fe, la evangelización; la principal función de la Iglesia es la evangelización. Todos los cristianos debemos sentirnos pilares de la fe para el mundo que nos rodea, para nuestros familiares, amigos, compañeros, cualquier persona con la que, de una u otra manera, entramos en contacto. Nadie llega a la fe a solas; en el inicio de nuestra fe siempre hubo alguna persona o acontecimiento exterior que suscitó en nosotros el deseo de creer. Demos gracias a Dios hoy por todos los que a lo largo de nuestra vida han sido pilares de nuestra fe y demos gracias, sobre todo, a Dios, por haber depositado y hacer crecer en nuestra alma la semilla de la fe cristiana.

2.- Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta? A primera vista parece excesivo el castigo que el rey da al convidado que había acudido al banquete sin llevar traje de fiesta. Pero no debemos olvidar que se trata de una parábola, no de un hecho real, y en las parábolas no sólo es importante lo que se dice, sino también la intención de lo que se dice. Esta parábola está dirigida a los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo; ellos fueron los primeros invitados a la boda, pero no acudieron. Después fueron llamados todos los gentiles, los no judíos; de estos acudieron muchos, pero no todos acudieron con vestido de fiesta. La intención de la parábola es clara: los sumos sacerdotes y ancianos, los judíos en general, serán condenados por no acudir a la llamada, pero también serán condenados los gentiles que acudan a la llamada, pero lo hagan sin la debida preparación. Todos nosotros hemos sido llamados, vocacionados, al seguimiento de Cristo, pero Dios sólo nos aceptará si acudimos a la llamada con la debida preparación interior y exterior. Seguir a Cristo nos exige ser fieles a su evangelio, en pensamientos, palabras y obras. El traje de fiesta es una referencia directa a la limpieza interior y exterior que debemos tener todos los discípulos de Cristo.

3.- Preparará el Señor de los Ejércitos para todos los pueblos un festín de manjares suculentos. El profeta Isaías ya habla aquí de la universalidad de la llamada de Dios; Dios quiere la salvación de todos los pueblos, de todas las personas. Los cristianos debemos ser universalistas, católicos, en todos nuestros juicios y acciones. Dios quiere la salvación, la felicidad, de todas las personas; también nosotros debemos estar siempre dispuestos a dar nuestra mano y a abrir nuestro corazón a todas las personas de buena voluntad.

4. Sé vivir en pobreza y abundancia. San Pablo agradece a los cristianos de Filipos la ayuda económica que le han mandado, pero les dice que para él más importante aún que la ayuda económica que le han mandado es la generosidad que ellos han mostrado al mandarles esa ayuda. Él sabe vivir con hartura y con hambre, porque es Cristo el que de verdad le alimenta y le conforta. En este caso, como en tantos otros, san Pablo es un buen ejemplo para todos nosotros: debemos saber vivir siempre con sobriedad, poniendo nuestra fe y nuestra conducta cristiana por encima del apego a los bienes materiales. Si los cristianos entendiéramos bien esto, no habría entre nosotros ningún caso de corrupción y malversación económica, o política. Y, sin embargo y por desgracia, haberlos, los hay.

4.- INVITADOS A LA FIESTA

Por José María Martín OSA

1.- La invitación de Dios es universal. Compartir una comida es signo de fraternidad y de alegría. Cuando alguien celebra algo importante suele hacerlo con una comida. Algunas religiones imaginan la felicidad de la otra vida como una mesa llena de manjares a la que se sientan aquellos que han sido invitados. También los israelitas celebraban la cena pascual, recuerdo y actualización de la liberación de Egipto. En el texto de Isaías de este domingo se anuncia un festín de manjares suculentos "para todos los pueblos". La invitación de Dios es, pues, universal. No hay duda de que Dios no hace acepción de personas, para El todos somos iguales, a todos nos invita a participar en su fiesta.

2.- No todos responden positivamente a la invitación. Los primeros invitados no quisieron ir a pesar de la insistencia del rey que les ofrece terneros y reses cebadas. ¿No era esto suficientemente atractivo o tal vez esperaban conseguir cosas mejores en otros lugares? Se nos dice que uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios… ¡Cómo se parece esta parábola a la actitud de tantos hombres y mujeres de nuestro tiempo a quienes la utopía les hacía soñar con un mundo mejor, pero la facilidad de "otros negocios" les despertó de sus sueños y les acercó a la gallina de los huevos de oro! Mataron la utopía y se instalaron en una realidad material que llenaba sus bolsillos y vaciaba su espíritu.

3.- El vestido adecuado. Hay muchos que respondieron positivamente. Pusieron su vida al servicio de los más necesitados, se dejaron guiar por los criterios evangélicos de la sencillez y fraternidad, entendieron lo que significa celebrar la vida. A la invitación responden tanto buenos como malos. San Agustín hace referencia al Bautismo, don que reciben todos los cristianos, también la fe la reciben muchos y muchos también han recibido el sacramento del altar. Pero no todos llevan el vestido nupcial. ¿Cuál será este vestido? San Pablo nos presenta un bolso lleno de cosas extraordinarias: lenguas de los hombres y de los ángeles, ciencia y profecía, fe para trasladar los montes, distribución de bienes a los pobres. Pero falta el vestido nupcial: "Si no tengo caridad de nada me sirve". Los invitados deben acudir vestidos de justicia y santidad, pero lo primero sigue siendo la invitación y ésta es siempre motivo de gozo. Es necesario e indispensable entrar con el ajuar apropiado al gran banquete que Cristo nos invitará, este ajuar es la fraternidad.

4.- ¿Cómo celebramos nuestras Eucaristías? Podemos imaginarnos la sorpresa de los que fueron invitados en la plaza pública y acudieron al convite desde todos los caminos, la alegría tumultuosa al entrar en la sala del rey..., pues algo así es la alegría de los que creen y aceptan el evangelio. Es verdad que han de posponerlo todo y dejar muchas cosas ante la urgencia del Reino: las tierras, la casa, los negocios... pero lo dejan todo para acudir a una fiesta: ¡Dichosos los llamados a esa fiesta! En la Eucaristía hacemos lo que Jesús nos ordenó que hiciéramos en su memoria, y en ella anticipamos la gloria que nos ha prometido, por eso es una fiesta. Convertir la eucaristía en una simple obligación es aguar su carácter festivo y desfigurar por completo su sentido. Es volver a las andadas y empezar a recorrer el camino viejo que no conduce a ninguna parte, el camino de la ley y de las obras de la ley. ¿Venimos vestidos de fiesta, es decir con cara alegre?, ¿se nota que estamos celebrando la alegría de nuestra fe?, ¿estamos en comunión con el Señor y con los hermanos?, ¿nos damos cuenta de que la Eucaristía nos compromete a ser constructores de un mundo donde reine la justicia y el amor? Si no es así, es que no tenemos puestos el traje de fiesta adecuado.

5.- ¡NO SEAMOS AGUAFIESTAS!

Por Javier Leoz

¿Es Dios un aguafiestas? Así rezaba, no hace mucho tiempo, un artículo sobre si merece la pena creer en Dios o si, por el contrario, impide disfrutar al hombre –de la vida- como él quisiera. Lo cierto es que, cuando nos empeñamos en prescindir de Dios, el gran banquete de la vida, se nos puede indigestar. Entre otras razones porque no sabemos qué alimentos verdaderos podemos comer, a qué mesas acudir o en qué puertas llamar.

1.- El Señor nos sigue llamando. Y no precisamente tres veces como el evangelio de este día nos narra. ¡Cien! ¡Mil! ¡Cien mil veces! Las veces que sean necesarias, como un padre que disfruta viéndose rodeado por sus hijos. Dios nos convoca. Lo hace con nombre y apellidos.

Cada silla en la eternidad, por si lo hemos olvidado, está reservada para cada uno de nosotros en particular. Ninguno somos imprescindibles pero, para Dios, todos somos necesarios. Cada lugar, y al hilo del evangelio del anterior domingo, está reservado para cada uno de nosotros. Nadie, en nombre nuestro, lo ha de ocupar.

Participar cada domingo en la eucaristía es comprender que, el Señor, nos da siempre todo lo que más necesitamos. Tal vez, aparentemente, no veamos los frutos de este agasajo. O, incluso, algunas de sus palabras nos puedan resultar un tanto “aguafiestas” para la gran vidorra que llevamos o pretendemos soñar. Pero, como San Pablo, conocedores de lo que somos y de aquello a lo que aspiramos ojala que seamos capaces de afirmar: Cristo lo es todo. Por ello mismo venimos puntuales a estos encuentros. Nos engalanamos de fiesta por fuera y preparamos el alma por dentro. Ante el Señor que nos invita sólo cabe una respuesta: ¡Cuenta conmigo, Señor!

2.- Un gran enemigo que en muchas ocasiones nos impide ser agradecidos con la invitación del Señor es el “factor tiempo” o el “factor ocupación”. Todos tenemos espacio para todo, menos para lo esencial. Y en algunos momentos, tan absorbidos por lo externo, podemos correr el riesgo de acudir a la cita con Dios con un traje inapropiado:

-Cuando llevamos una vida excesivamente cómoda y sin más referencia a Dios que nuestro estar bautizados

-Cuando descuidamos la caridad y pronunciamos aquello de “sálvese quien pueda”

-Cuando nos encerramos en nuestros propios intereses y olvidamos las heridas de los demás

-Cuando utilizamos y tallamos un Dios a nuestra medida y descafeinamos o desvirtuamos el Evangelio

3.- ¿A qué te invita el Señor? ¿Tal vez a ser sacerdote o catequista? ¿Consagrado o formar un ejemplar matrimonio cristiano? ¿A comprometerte más y mejor con la Iglesia, con tu parroquia, con tus sacerdotes…con las necesidades del lugar dónde vives? (…..) ¿Y vas a decir que no? ¿Otra vez que no?

4.- SI ME INVITAS, YO QUIERO IR… SEÑOR

Porque necesito disfrutar y  sentir,

aun en medio de tantas dificultades  y penas

un momento de dicha y de  fiesta

de alegría y de amistad

de plenitud, paz y  reconciliación conmigo mismo



SI  ME INVITAS, YO QUIERO IR… SEÑOR

Pero bañado con el traje del  amor

inundado con la fuerza de tu  presencia

calzado con el espíritu de  las bienaventuranzas



SI  ME INVITAS, YO QUIERO IR… SEÑOR

¿Me dejarás compartir tu  mesa, Señor?

Es tanto lo que me falta  para ser un perfecto invitado

Digo amor, y mis obras se  quedan en un vacío pregón

Pretendo la justicia, y me busco  a mí mismo

Añoro un mundo nuevo, y lo  pienso sin Ti

Trabajo por sobrevivir, y no  siempre lo hago mirando al cielo

¿Aún sigues empeñado en  invitarme, Señor?



SI  ME INVITAS, YO QUIERO IR… SEÑOR

Haz que, tu convite, llegué  al lugar donde yo pueda responder

A mi corazón, para que sólo  sea para Ti

A mi alma, para que sienta  que vives en mí

A mi caminar, para que no me  sienta sólo ni desamparado

A mi trabajo, para que mis  ocupaciones no me alejen de TI



SI  ME INVITAS, YO QUIERO IR… SEÑOR

Haz que, mis palabras, suenen  a fiesta de fe

Haz que, mis pasos, no se  alejen de tus caminos

Haz que, mi semblante, sea  agradecido por la fiesta convocada



SI  ME INVITAS YO QUIERO IR… SEÑOR

Contigo, aquí en la tierra,  y un día…ojala en el cielo

Contigo, aquí en el dolor, y  un día…en el gozo eterno

Contigo, aquí en las dudas,  y un día…en la gran verdad que me espera

Contigo, aquí en las  sombras, y un día…ante el rostro del Padre.

Amén.

6.- EN EL MONTE DE DIOS… CON TRAJE DE FIESTA

Por Ángel Gómez Escorial

1.- Impresiona la profecía de Isaías que hemos escuchado. Llegará un día que Dios terminará con toda la penuria humana y, además, aniquilará la muerte para siempre. Y hay palabras misteriosas, como las que dice: “arrancará en este monte el velo que cubre a todas los pueblos, el paño que tapa a todas las naciones. Y preparará para todos un gran banquete. En la descripción del banquete recuerda, sin duda, al salmo 22, en el que el Señor nos lleva a fuentes tranquilas y prepara una mesa ante nosotros. Llegará, sin duda, ese día final de gran alegría y de conocimiento total de lo que nos falta por saber de la existencia futura. La promesa de Dios es para todos los pueblos. No sólo para el pueblo elegido, para Israel. Pero no sólo, tampoco, para nosotros los cristianos, que no podemos creer, asimismo, elegidos. Serán todos los pueblos.

2.- Y cuando Jesús narra una nueva parábola a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, está ahora es más radical que las anteriores que hemos ido escuchando estos domingos. Los convidados importantes, de alcurnia, no han querido ir la boda que ya profetizaba Isaías o han caso omiso a la invitación que durante mucho tiempo Jesús les está haciendo, en nombre de Dios, para que cambien y hagan de la religión un modo de servicio de Dios y a los hermanos, y no un instrumento de poder y de opresión. Pero Jesús ya sabe que no van a aceptar ese cambio, que su soberbia les hace seguir engañando y engañándose con la verdadera naturaleza de Dios. Niegan su presencia futura en el Reino. Y, entonces, ese Reino será para “lo peor” del pueblo, para los pobres y los delincuentes, para aquellos que mal vivían en las encrucijadas, en los cruces de caminos, pues no les dejaban entrar en las ciudades.

3.- Pero, una vez más, aparece la condición criminal de los que no aceptan la invitación del Señor, del Rey. Si el domingo pasado los arrendadores de la viña, asesinaban al heredero, al Hijo del Dueño, ahora dan muerte a los enviados, a quienes portan la invitación para la boda. Son –como ya hemos dicho en semanas anteriores—los últimos días de Jesús, son, asimismo, los últimos combates dialécticos del Maestro con los jefes de la religión judía. Y son, por supuesto, los últimos intentos de Jesús por convencer a sus enemigos de su error, abandonar su falsedad respecto a Dios y convertirse. Pero la posibilidad de la muerte de Jesús de Nazaret, su ejecución arbitraria y terrible es presentida por Él, pero no huye, no vuelve a su Galilea natal, donde puede sentirse más seguro, lejos de Jerusalén. Tiene que cumplir con su deber. Y parte de ese deber es convertir con sus duras palabras a esos personajes que ya solo creían en sí mismos y en su sistema de vida.

4.- Será la muerte de Jesús, el efecto redentor total de su sacrificio, la vía única que va a llevar a la humanidad al Monte del Señor, a ese lugar elevado donde Dios Padre prepara un gran banquete final a sus otros hijos, libres de culpa por la acción redentora de su Hijo Único. Obviamente se llega al Monte del Señor después de una vida esforzada, donde cada uno tendrá que hacer las cosas que Jesús nos ha enseñado que es el camino hacia la verdad y la vida. Por eso en la parábola que hoy nos narra San Mateo hay otro hecho duro, muy duro. Un pobre se encuentra en el banquete sin traje de fiesta y es atado de pies y manos y lanzado a las tinieblas. ¿Puede un pobre vestirse de fiesta? ¿Tiene medios para encontrar un rico traje? Ese vestido de gala no es otra cosa que la limpieza de corazón que enseña Jesús de Nazaret. Aceptar el camino que Jesús nos enseña no es costoso. Y está a la altura de cualquiera. Su yugo es suave y su carga es ligera. La dureza de corazón no es siempre patrimonio de los poderosos. Por eso cada uno –todos nosotros—debe examinar su propia vida, no vaya a ser que esté anclado en la soberbia y en el pecado del disimulo, como los fariseos.

5.- Y decir para terminar que San Pablo, como siempre, nos ofrece una descripción del camino que necesitamos. Él mismo dice que sabe que vivir en la pobreza y en la abundancia, que está entrenado para todo. Y la receta es sencilla en su definición y profundísima en su realidad concreta: “Todo lo puedo en aquel que me conforta”. Dios –mostrado por su Hijo Jesús, el gran mediador—es quien nos ayuda a seguir, a escalar el camino hasta la cumbre del Monte de Dios.

LA HOMILÍA MÁS JOVEN

LA ILUSIÓN DE DIOS

Por Pedrojosé Ynaraja

1.- Yo no sé si existen otras creaciones, es cosa que pertenece a la libertad de Dios, no a los mecanismos físicos de nuestro Universo, que no es el único porque, y ahora me rectifico, sin ninguna relación con moléculas de agua o estructuras del elemento carbono, fueron creados los ángeles. Poco sabemos de ellos y nos es imposible investigar en este terreno. La nuestra, en la que estamos sumergidos, es una existencia empapada de ilusión divina, llamada a la felicidad, en eterna y universal fiesta. En esto nos parecemos a ellos.

2.- Cambio de tercio. De esto hará unos 60 años, pero me quedó muy fijo en la memoria. Se trata de un film que se proyectó con éxito y motivó muchas discusiones. Una película titulada “El renegado”, la vi sin contar con permiso de los superiores, mayor aliciente. Pues bien, se trataba de un sacerdote de borrascosa vida y renegado respecto a la Fe, de aquí el título, y de un seminarista que lo conoció en sus buenos tiempos y le había admirado mucho. Su ensueño, el del joven, era que recobrara la Fe y volviera a la Iglesia. Se habían citado en un determinado lugar. El aspirante acudía en tren. En su interior resonaba la parábola del evangelio que recoge la misa de este domingo. La secuencia, larga y sincopada, mostraba la ventana por la que pasaba el paisaje velozmente, se oía claramente como él chico decía y repetía: “he preparado una fiesta, tengo preparada la mesa y os he invitado…” mientras, como música de fondo, se escuchaba la “Sinfonía de los salmos” de Igor Stravinski. Por aquellos años nos costaba poco a los que éramos jóvenes, identificarnos con un tal personaje. Podíamos carecer de muchas cosas, como consecuencia de la II Guerra mundial y de las pertinaces sequías que nos asolaron, entre otros factores, pero el clima espiritual era primaveral.

3.- Se aceleraba el corazón a medida que avanzaba el tren y se acercaba el encuentro. No os he dicho, mis queridos jóvenes lectores, y es importante no ocultarlo, que yo era seminarista. Soñaba que un día podría ayudar a muchos, principalmente en el terreno espiritual, de manera que me identificaba totalmente con la ilusión del protagonista.

4.- Dios es Dios, no hay duda, ni tampoco que aceptado su misterio, no podamos circunscribirlo a ninguna definición nuestra. Pero, por una especie de fenómeno resonancia espiritual, nos sentimos movidos a vivir en el empeño de ser felices. Y Dios no ahoga esta ilusión, ya que Él la ha sembrado. Se identifica, para que podamos entenderlo un poco, con el soberano que organiza la fiesta de la boda de su hijo. Escoge los manjares y los vinos, el aperitivo y los postres. Su deseo, su felicidad, consistirá en contemplar cómo disfrutan sus invitados. Pero, ay, estos “no tienen tiempo”. Se excusan, explican fútiles motivos, se escabullen… Cuando escucho repetidamente el “no tengo tiempo” pienso siempre que tal vez viven muertos, porque muchos que lo dicen, no me entero después de que se ocupen en cosas de provecho propio o ajeno.

5.- Al rey de la fiesta, le ocurrió el dicho popular ¡Todo el gozo en un pozo! Pero, no. No quiso gozar él sólo del festín, invitó a muchos otros. Acudieron y llenaron el palacio. Pasaba satisfecho entre los convidados. Miraba y saludaba sonriente. Pero, ¡qué horror! Lo que veía era una desfachatez. Se había colado un intruso que no respetaba los modales. Calzaba chanclas, un trapo largo y sucio y un trozo de cadena oxidada colgaba de su cuello. Una boda es una boda y un banquete real exige limpieza y corrección. No le hubiera irritado verle descalzo, pero limpio. Con poca ropa, pero sin la horrible y sucia gorra que lucía descolocada entre sucios pelos. No, este no podía permanecer. Que lo expulsasen, que era una mosca en leche, que deslucía a la concurrencia…

6.- Mis queridos jóvenes lectores, veo tanta juventud que vive desencantada, indecisa, aburrida, adormecida, infeliz… Quiere uno pasarle la invitación a la felicidad, lo hace con los mejores modales de que es capaz y comprueba que es inútil: no tienen tiempo. No te enrolles otra vez, me dicen… La fiesta está preparada. Alegría en esta vida, con un poco de sal, que son dificultades, molestias y algún dolor. Felicidad en la existencia eterna, es lo que está escrito en el menú. Las puertas están abiertas de par en par… ¿Cuál es vuestra respuesta?

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