09 octubre 2014

Hoy es 9 de octubre, jueves de la XXVII semana de Tiempo Ordinario.

Hoy es 9 de octubre, jueves de la XXVII semana de Tiempo Ordinario.
Vengo a orar, un día más, para poner mi vida en tu presencia, Señor. Me dispongo a pedirte, a buscarte, a llamarte. Traigo conmigo muchos nombres, las circunstancias de cada día. Traigo palabras y silencios, preguntas, sentimientos. Todo esto lo pongo ahora ante ti. Te pido que seas luz en mi camino. Aquí estás, aquí estoy, preparando este encuentro.

La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 11, 5-13):
En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos: «Si alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche para decirle: “Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle.” Y, desde dentro, el otro le responde: “No me molestes; la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos.” Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite. Pues así os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?»
Ayer el Señor nos enseñaba a orar y nos entregaba el Padrenuestro. Hoy nos dice que, si Dios es nuestro Padre bueno, ¿cómo no acudir a él cuando nos sintamos necesitados? El Padre está siempre con las manos tendidas y abiertas para darnos lo que le pidamos. Dice Jesús: «Pedid y se os dará, buscad y ha­llaréis; llamad y se os abrirá». Así, sin condiciones. Si pedimos recibiremos; si llamamos, se nos abrirá la puerta. Jesús no dice cuánto tiempo hemos de insistir para que se nos atienda; pero dice que obtendremos resultado. Y nos propone la parábola del amigo importuno que, por insistir e insistir, logra ser atendido. Un maestro de Israel enseña: “El importuno vence al Maligno, ¡cuánto más al Dios que es todo bondad!” Efectivamente, Señor, si el amigo de la parábola (que parece que no era muy buen amigo puesto que se hace el remolón y se resiste a atender al amigo que ha acudido a él), por su insistencia consigue que su amigo se levante y le dé lo que pide para que lo deje en paz, ¿cómo no atenderás tú nuestros ruegos, si eres el  mejor Amigo?
Dios nos va a atender con seguridad, pero hemos de saber que, porque es bueno,  nos dará lo que más nos convenga, y no necesariamente lo que más le pidamos. Porque ¿qué buen padre, si el hijo pequeño le pide algo malo, algo que le va a perjudicar, se lo da?  Precisamente, porque quiere a su hijo, que no sabe distinguir lo que es bueno o malo, le niega lo que puede hacerle daño. Pues “¿cuánto más -dice Jesús-  el Pa­dre del Cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?” Tú, Señor, sabes más que yo lo que me conviene,  tú ves más que yo; por eso, hasta lo que me parece una dificultad, una desgracia, quiero recibirlo como un regalo de tu amor para mi vida. Porque sé muy bien –me lo dice la experiencia-  que, cuando oro, aunque no me concedas exactamente lo que te pida, las cosas no van a seguir igual. Como dice Vicent Ryan: “Por la presencia de Cristo en nuestras vidas no se desvanecen las preocupaciones y los problemas, pero se presentan con un aspecto mucho menos amenazador.” Porque tú, Señor, siempre me darás el gran don del Espíritu Santo, que iluminará los acontecimientos con una luz nueva, que hará que los vea desde la perspectiva de Dios.
Dice J. A. Pagola: “Sería una equivocación reducir la eficacia de la oración al logro de las peticiones que salen de nuestra boca en una situación concreta. La oración cristiana es «eficaz» porque nos hace vivir con fe y confianza en el Padre y en solidaridad incondicional con los hermanos…, nos hace más creyentes y más humanos. Abre los oídos de nuestro corazón para escuchar con más sinceridad a Dios. Va limpiando nuestros criterios, nuestra mentalidad y nuestra conducta de aquello que nos impide ser hermanos.” Señor, a veces me quejo de tu silencio, de mi estancamiento en la vida espiritual, de que no avanzo en el amor. Sin embargo, sé muy bien que, cuando he orado, cuando, con toda mi indigencia me he puesto delante de ti y he insistido en mi oración, las cosas han cambiado. Señor, concédeme llegar a saborear el gozo de la oración, de modo que pueda decir como Gandhi: “Se me hizo imposible ser feliz sin la oración. Luego, a medida que pasaba el tiempo, aumentó mi fe en Dios, y mi necesidad de orar se fue haciendo cada vez más irresistible.”
Al volver a leer el evangelio, intento imaginar a Dios como ese padre bueno que está deseando dar lo mejor a sus hijos. Como ese amigo que busca cuidar del amigo. Como quien sabe, mejor que yo, lo que más necesito y le pido que me ayude a confiar en él.
Hay una petición que engloba a todas las demás: hágase tu voluntad. Con esa petición termino hoy mi oración. Te presento, Señor, mis inquietudes y anhelos, mis necesidades y proyectos. Mis gentes y mis miedos. Todo ello lo pongo a tu puerta y te pido que en todo se haga tu voluntad, que con eso me basta.
Tomad, Señor y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento, y toda mi voluntad. Todo mi haber y poseer. Vos me lo disteis, a vos, Señor, lo torno. Todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad. Dadme vuestro amor y gracia, que esta me basta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja tu comentario