06 octubre 2014

Hoy es 6 de octubre, lunes de la XXVII semana de Tiempo Ordinario.

Hoy es 6 de octubre, lunes de la XXVII semana de Tiempo Ordinario.
La oración es un lugar de encuentro con Dios, un momento para estar con él. Para hablarle y escucharle. Pero también es un momento para estar con los demás, con los hermanos. Un momento para compartir con ellos la esperanza del reino de Dios. En este rato de oración, pídele al Señor que te ayude a estar más cerca de los que te necesitan a estar más dispuesto a socorrer a los demás. Repite internamente: Señor, enséñame a descubrir a aquellos que más necesitan de mí.

La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 7, 7-12):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: – Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre. Si a alguno de vosotros le pide su hijo pan, ¿le va a dar una piedra?; y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente? Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los que le piden!. En resumen: tratad a los demás como queréis que ellos os traten; en esto consiste la Ley y los profetas.
Las Témporas –dice el Misa romano- son días de acción de gracias y de petición que la comunidad cristiana ofrece a Dios, terminadas las vacaciones y la recolección de las cosechas. La fecha de su celebración en España ha sido fijada para el 5 de octubre. Es un día, pues, para mirar los muchos beneficios que el Señor nos ha concedido durante el año. Dicen que el corazón bien nacido es agradecido. Por eso, cada día y en todo momento debiera brotar de nuestro corazón la acción de gracias al Señor,  porque cada día recibimos ¡tántos dones de su amor! La dialéctica humana funciona en términos de “te doy para que me des”, mientras que la divina se cambia por estos otros términos: “Me has dado mucho y por eso te doy gracias”. Hoy, mirando lo mucho que  nos has dado, Señor, te decimos de todo corazón: Gracias por tu bondad conmigo, con mi familia, con todos tus hijos. Gracias por tantos beneficios que nos concedes cada día. Gracias por tantas maravillas de la naturaleza que nos has regalado. Gracias porque nos has hecho capaces de dominar la creación para sacar de ella nuestro sustento y el de  nuestros hermanos.
Y junto a la acción de gracias, la petición reiterada. El evangelio nos invita a pedir al Señor: “Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre”. ¡Cuán indigentes y necesitados nos sentimos a veces! No desechemos el consejo del Señor. Vayamos al Padre Dios para exponerle con confianza nuestras necesidades. El nos ama. Y porque nos ama, siempre nos escucha. Y, como padre bueno, siempre nos dará cosas buenas. No entenderemos a veces su respuesta; pero ¿entiende el niño pequeño que la medicina amarga que su padre le obliga a tomar, es algo bueno y lo mejor para él? Tampoco, a veces, entendemos nosotros las cosas de Dios. Pero el que cree de verdad que Dios le ama, en todo ve ese amor. “Para el que ama Dios todo le sirve para bien”,  dice san Pablo. ¿Quién no ha experimentado lo bien que le ha venido una enfermad, un fracaso, etc. acogidos y vividos con fe? De mí confieso -con humildad y agradecimiento al Señor- que nada me ha ayudado más a madurar humana y espiritualmente que el cáncer. ¡Cuánto bien me ha hecho la enfermedad! Sí, Señor, es verdad que siempre escuchas nuestros ruegos, y das “cosas buenas a los que te piden”…, aunque no sea precisamente lo que esperamos.
San Agustín dice que -aunque las cosas no sucedan, a veces, como a nosotros nos gusta-, “demos gracias a Dios por todo, sin dudar lo más mínimo de que lo más conveniente para nosotros es lo que acaece según la voluntad de Dios y no según la nuestra». ¡Cuánto más serena y llena de paz, sería nuestra vida, si en los acontecimientos de cada día viéramos la mano amorosa del Abbá que nos quiere y cuida y, porque nos quiere, a veces, nos poda, como el hortelano a los árboles, para que el fruto sea más abundante y más sano! Dame, Señor, el Espíritu Santo que me haga clamar: ¡Abbá, Padre! Así, nada en el mundo me podrá quitar la paz y la alegría de sentirme amado por ti.
Dedica este último rato de la oración a hablar con Jesús. Preséntale todas tus necesidades y tus riquezas.
Dios te salve María,
llena eres de gracia,
el Señor es contigo.
Bendita tú eres,
entre todas las mujeres
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María,
Madre de Dios,
ruega por nosotros pecadores
ahora y en la hora de nuestra muerte.
Amén.

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