05 octubre 2014

Hoy es 5 de octubre, domingo de la XXVII semana de Tiempo Ordinario

Hoy es 5 de octubre, domingo de la XXVII semana de Tiempo Ordinario.
Dentro de cada uno de nosotros hay una fuerza. Un aliento que es Dios mismo. Cada oración es una oportunidad para respirar hondo y sentir esa presencia que trae ilusión en las horas bajas y esperanza en el fracaso. Al final de la semana, este momento puede ser una nueva ocasión para encontrarte con el que siempre te habita. Expresa la alegría de quien ha abierto los ojos y ha descubierto al Señor y lleno de contento canta: he visto al Señor. Ese canto se convierte para nosotros en oración. He visto al Señor o siento que me llama a descubrirle en las personas, en las historias, en los aciertos y en los errores. He visto al Señor o quiero verle.
La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 21, 32-43. 45-46):
«Escuchad otra parábola. Cierto hombre que era propietario plantó una viña, la rodeó de una cerca y cavó en ella un lagar edificó una torre, la arrendó a unos labradores y se marchó de allí. Cuando se acercó el tiempo de los frutos, envió sus criados a los labradores para percibir sus frutos. Pero los labradores, agarrando a los criados, a uno lo golpearon, a otro lo mataron y a otro lo lapidaron. De nuevo envió a otros criados en mayor número que los primeros, pero hicieron con ellos lo misma. Por último les envió a su hijo, diciéndose: a mi hijo lo respetarán. Pero los labradores, al ver al hijo, dijeron entre sí: Este es el heredero. Vamos, matémoslo y nos quedaremos con su heredad. Y, agarrándolo, lo echaron fuera de la viña y lo mataron. Cuando venga el dueño de la viña, ¿que hará con aquellos labradores? Le contestaron: A esos malvados les dará una mala muerte y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a su tiempo.»

La Palabra de hoy nos muestra la amargura de Dios ante la negra ingratitud de Israel.  Isaías nos presenta a Dios como un  amigo que cuida con mimo de su viña, de Israel, y a Israel, que no da los frutos que esperaba Dios: en vez de uvas sabrosas, da agrazones: “Esperaba derecho, y dio asesinatos; esperaba justicia y dio lamentos de los oprimidos.” Y en el evangelio Jesús habla también del amor de Dios para con su pueblo y de la respuesta ingrata de éste: no sólo matan a los enviados  -a los profetas- sino que matarán al propio Hijo de Dios. La sentencia es tajante: se les arrebatará el Reino y se entregará a otro pueblo que produzca los frutos esperados: “arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a su tiempo.” Efectivamente, a Israel -los primeros arrendatarios- se le quitará la viña, es decir, el Reino de Dios, por no dar los frutos esperados, y será entregada  a otro pueblo nuevo – la comunidad de Jesús-  que sí producirá los frutos del Reino, los frutos de las Bienaventuranzas.
La Palabra de Dios que juzgó y llamó a la conversión a los del tiempo de Isaías  y a los del  tiempo de Jesús, hoy nos juzga y nos llama a la conversión a nosotros, que formamos parte del Nuevo Pueblo de Dios. ¿Cuánto amor ha derramado el Señor sobre nosotros y cuántas esperanzas ha puesto en nosotros? De Israel dice Isaías que “esperó derecho y ahí tenéis asesinatos; esperó justicia, y ahí tenéis lamentos.” Y de nosotros ¿qué espera el Señor? También derecho y justicia. Es decir, que vivamos los valores del Reino de Dios: amor, unidad, comprensión, justicia, servicio, verdadera fraternidad y apertura al hermano, con el que hemos de compartir cuanto tenemos, etc. ¿Y qué fruto encuentra? Muchas veces también “asesinatos y lamentos”. Es decir: egoísmo, olvido de los demás, intolerancia, intransigencia, división, etc. Miremos, si no, a nuestras familias, a nuestro barrio, a nuestro mundo… ¿No son éstos los frutos que florecen con demasiada frecuencia?
Los de la parábola, en su rebeldía, cuando vieron al hijo venir, pensaron: matémoslo y nos quedamos con todo,  y “agarrándolo, lo echaron fuera de la viña y lo mataron”.  Nuestra sociedad –y nosotros los cristianos de hoy- ¿no hemos hecho lo mismo? Nietzsche preguntaba:   “¿Dónde está Dios? Yo os lo voy a decir. ¡Nosotros lo hemos matado, vosotros y yo! ¡Todos somos sus asesinos!… ”  Con el Dios que tanto nos ha amado nosotros,  si  no lo hemos matado, sí lo hemos echado fuera  de nuestra vida personal, familiar, laboral, social…, pensando que seremos así dueños de nuestra vida y de la libertad y felicidad… ¿Y qué vemos? Cada vez más fuera del Reino de Dios: con una fe cada vez más mortecina, con las familias descristianizadas, y los hijos que se alejan de la Iglesia, con nuestros ambientes paganizados, con los matrimonios que se rompen con demasiada facilidad, etc. Señor, nos has amado gratuitamente y nos has elegido para que en esta sociedad demos los frutos de tu Reino, pero ¡qué desengaño el tuyo! Perdónanos. Con el salmista te rogamos: “Dios de los ejércitos, vuélvete: mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña, la cepa que tu diestra plantó… Señor, Dios de los ejércitos, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve”.
El Señor sale a nuestro encuentro para liberar, reconciliar y crear algo nuevo. Habla con Jesús sobre tus sueños o los sueños de otros, y si te sirve, recuerda durante la semana aquella frase que solía repetir Gandhi: El fracaso es la experiencia que precede al triunfo. El fracaso es la experiencia que precede al triunfo.

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