03 octubre 2014

Hoy es 3 de octubre, viernes de la XXVI semana de Tiempo Ordinario.

Hoy es 3 de octubre, viernes de la XXVI semana de Tiempo Ordinario.
La gracia de Dios es un regalo, una ofrenda que nos hace. Pero Dios no nos obliga a recibirlo. Es una invitación. Una invitación a mirar, a ver, a estar con los ojos y los oídos abiertos. Me dispongo, al comenzar esta oración, a recibir su palabra y su llamada. Al comenzar mi oración te pido, Señor, que no sea sordo a tu voz, sino que esté atento para escucharte y cumplir tu voluntad.

La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 10, 13-16):
En aquel tiempo, dijo Jesús: «¡Ay de ti, Corozaín; ay de ti, Betsaida! Si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido, vestidas de sayal y sentadas en la ceniza. Por eso el juicio les será más llevadero a Tiro y a Sidón que a vosotras. Y tú, Cafarnaún, ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al infierno. Quien a vosotros os escucha a mí me escucha; quien a vosotros os rechaza a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí rechaza al que me ha enviado.»
Hoy escuchamos cómo Jesús recrimina a las gentes de Corozaín y Betsaida y de Cafarnaúm, que no se hayan convertido, aunque han escuchado el anuncio del Reino de Dios y presenciado muchos milagros. Jesús les ha ofrecido la salvación, y los milagros que han visto pretendían manifestarles la voluntad de Dios y predisponerlos a la conversión. Ellos han escuchado y han visto, pero no han abierto el corazón  a la oferta de Jesús. Y ahí continúan en su incredulidad.  “¡Ay de ti, Corozaín, ay de ti, Betsaida!”, exclama sobre ellos. Y yo, escuchando ese “¡ay de ti!” dolorido que brota del corazón despreciado de Cristo,  debo pensar en mí. Cada uno de nosotros somos Corozaín y Betsaida y Cafarnaúm. La ingratitud y dureza de corazón de aquellas gentes ¿no se albergan también en nuestros corazones? Como en aquellas ciudades, en las que Jesús ha desarrollado una intensa actividad y ha realizado muchos milagros, también sobre nosotros ha derramado abundantemente sus gracias. Y nosotros, desagradecidos,  ¿cuántas veces hemos rechazado sus llamadas? Pero el amor del Señor es tan grande que no se ha cansado de llamarnos.  Señor Jesús, te pido que deje ya de resistir a tu amor. Que tu gracia, Señor, gane, definitivamente, la batalla que llevas peleando conmigo tantos años: Que te abra el corazón y me convierta a ti.
De aquellas gentes dice Jesús que si los de Tiro y Sidón  -que era gente pagana-  hubieran recibido la oferta de salvación que ellos habían recibido y hubieran visto lo que ellos han visto, se habrían convertido y hecho penitencia. Por eso, el juicio les será más llevadero a los de Tiro y Sidón que a ellos.  Señor, cuando miro en torno a mí y veo cómo mucha gente sencilla, con apenas formación cristiana, vive y ama, me digo: “¿cómo habrían respondido a Dios estas personas, si hubiesen recibido las gracias que yo he recibido? ¡Qué vidas tan llenas de amor serían seguramente, Señor!  Y, sin embargo, ha sido a mí a quien has llamado y llenado de favores! ¡Qué misterio de amor, Señor, el tuyo! Que tu Espíritu enternezca y ablande este corazón mío, tan endurecido, para que el día del juicio sea para mí al menos tan llevadero como para esas buenas gentes sencillas que viven tu mensaje con más generosidad que yo.
Jesús había enviado setenta y dos de sus discípulos a anunciar el Reino de Dios. Refiriéndose a ellos, termina diciendo: «Quien a vosotros oye, a mi me oye». La palabra de los enviados es palabra de Jesús. Dios ha querido servirse de ellos para conducir a los hombres a la salvación. Sus mensajeros son servidores de la palabra.  ¿Lo soy yo? ¿Yo entrego tu palabra o la mía? Pero ¿cómo voy a ser “servidor de tu palabra”, si antes no soy buen oyente de tu palabra, y no la medito y la vivo? Pienso que necesito orar más. Ponerme delante de ti todos los días, para escucharte, meditar tu Palabra y recibir la fuerza necesaria para vivir tu evangelio. Entonces el que me escuche, sí te escuchará a ti.
Al volver a leer imagina cómo podrían sonar esas palabras de Jesús hoy en día. Pronunciadas aquí y ahora, en este contexto. Puedo ser yo de esos que teniéndolo todo son incapaces de sarse cuenta de la llamada a la conversión. Puedo pensar a veces que estoy en lo más alto, mientras en realidad ando con una fosa, lejos de la vida verdadera.
Señor, termino este rato de encuentro contigo. Tus palabras son severas y despiertan en mí preguntas y llamadas. Quiero recibir tu buena noticia. Quiero convertirme, avanzar hacia ti y tu proyecto. Quiero escuchar a tus mensajeros. Tener los ojos abiertos, los oídos atentos, las manos dispuestas para darme, a tu manera, tras tus huellas, hoy y siempre.
Alma de Cristo, santifícame,
Cuerpo de Cristo, sálvame,
Sangre de Cristo, embriágame,
Agua del costado de Cristo, lávame,
Pasión de Cristo, confórtame.
Oh buen Jesús, óyeme.
Dentro de tus llagas, escóndeme,
no permitas que me aparte de ti,
del maligno enemigo, defiéndeme.
y en la hora de mi muerte, llámame,
y mándame ir a ti, para que con tus santos te alabe
por los siglos de los siglos.
Amén.

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