26 octubre 2014

Hoy es 26 de octubre, domingo de la XXX semana de Tiempo Ordinario.

Hoy es 26 de octubre, domingo de la XXX semana de Tiempo Ordinario.
Iniciamos este rato de oración con el propósito de encontrarnos con Jesús. Puede que la semana halla pasado casi sin que te des cuenta. Las prisas nos ciegan y no nos permiten acceder a la realidad con toda su riqueza.
La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 22, 34-40):
En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?” Él le dijo: “”Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser.” Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los Profetas.”

Los fariseos habían hecho de la religión una auténtica maraña de prohibiciones y prescripciones: 365 prohibiciones y 248 prescripciones. En total eran: 613 mandamientos . Esto producía una gran desorientación en la gente y hacía que la religión fuera realmente agobiante para las personas que se veían impotentes para cumplir tanta norma. Sobre todo, para los más débiles y sencillos, que, por su incultura, ni siquiera llegaban a conocer toda la Ley. Y, por otra parte, favorecía el engreimiento y orgullo en los que los cono-cían y los cumplían, porque se sentían mejores que los demás… En esta situación, un fariseo, experto en la Ley, pregunta a Jesús: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?” Jesús responde dirigiéndose a lo que es el meollo y da valor al cumplimiento de la Ley y a toda religiosidad: “ Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser.” Es decir, Dios será el centro de toda tu vida. Todo cuanto hagas debe nacer del amor de Dios y estar orientado al amor de Dios. Sin este amor, lo demás de nada vale. Dios no quiere criados obedientes y cumplidores, sino hijos amantes… ¿Amo así yo Dios? Amar a Dios ¿es en verdad lo primero para mí? Su amor, ¿llena todos los rincones de mi vida? Cuanto hago ¿nace de ese amor y está orientado hacia ese amor?
Pero Jesús añade algo más:  El segundo es semejante a él: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” Es decir, el amor a Dios debe abrir las puertas del corazón para que entren los demás: los hijos de Dios. El místico Francisco de Osuna dice que “el amor de Dios es más ensanchador que ocupador”. Por eso, ensancha el corazón y hace sitio al amor de los hombres. Juan A. Pagola dice: “No es posible amar a Dios y desentenderse del hermano. Para buscar la voluntad de Dios, lo decisivo no es leer las leyes escritas en tablas de piedra, sino descubrir la exigencia del amor en la ida de la gente… No es posible añorar a Dios en el templo y vivir olvidado de los que sufren; el amor a Dios que excluye al prójimo se convierte en mentira.” El amor de Dios –si es sincero- debe sacarnos de nuestros egoísmos y orientarnos hacia los demás, sobre todo a los más débiles y necesitados. Según esto, ¿ soy en verdad cristiano? ¿Estoy construyendo mi vida sobre el amor: amor a Dios y amor a los demás? Señor, que mi amor a ti sea verdadero y esté avalado por mi amor al hermano.
Esto es lo nuestro como cristianos: vivir en el amor, vivir ante Dios y ante los hermanos en actitud de amar. Como dice J. Gafo, “a esto estamos llamados los cristianos: a vivir el amor. No a amar a éste o a aquel, sino a vivir en el amor que penetre todas nuestras actitudes y relaciones humanas. El que vive en el amor no puede amar a uno y odiar a otro, sino que el amor moldea todas sus relaciones.” Y el amor no se puede quedar en buenos deseos. Obras son amores, dice nuestro refrán. Donde no hay obras, no hay amor. Tú, Señor, nos has amado con obras, hasta el punto de entregar tu vida por nosotros. Y yo, ¿qué hago por ti y por los demás? ¿Qué poco generoso soy, Señor! Ni siquiera me entero de las necedades de los que están junto a mí. Señor, cambia mi corazón. Que me preocupe menos de mí mismo y de mis cosas y más de ti y de los necesitados que me rodean.
Ahora es el momento de charlar con Jesús, de compartir con él lo que te ha surgido en la oración. Cuéntale tus anhelos, tus faltas de fe, tus deseos. Pídele a Jesús que puedas ver tu realidad a través de sus ojos amorosos.
Que esta oración te pueda acompañar a lo largo de la semana, repitiendo en tu interior, una y otra vez, ese anhelo: Maestro, que pueda amar…; Maestro, que pueda amar…

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