14 octubre 2014

Hoy es 14 de octubre, martes de la XXVIII semana de Tiempo Ordinario.

Hoy es 14 de octubre, martes de la XXVIII semana de Tiempo Ordinario.
El evangelio de hoy nos introduce en una escena en la que vemos a Jesús comiendo en casa de un fariseo. Se diría que un banquete es un espacio privilegiado para la relación y el intercambio. Para una comunicación distendida y cordial. Pero una vez más en el evangelio va a ser ocasión de polémica y surgirán dos maneras muy distintas de entender la vida: la del fariseo, centrado en lo de fuera y la de Jesús a quien le importa lo de dentro.
La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 11, 37-41):
En aquel tiempo, cuando Jesús terminó de hablar, un fariseo lo invitó a comer a su casa. Él entró y se puso a la mesa.

Como el fariseo se sorprendió al ver que no se lavaba las manos antes de comer, el Señor le dijo: «Vosotros, los fariseos, limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro rebosáis de robos y maldades. ¡Necios! El que hizo lo de fuera, ¿no hizo también lo de dentro? Dad limosna de lo de dentro, y lo tendréis limpio todo.»
¡Con qué libertad actúa Jesús! Lo mismo se deja invitar por un publicano que por un fariseo. No teme las críticas. A él sólo le importa buscar al pecador y ofrecerle la salvación . Ante el fariseo que le ha invitado actúa como siempre: se sienta a la mesa sin cumplir el rito de lavarse las manos. Esto escandaliza al fariseo, y Jesús aprovecha la ocasión para hablarle de la pureza que importa a Dios, que es la de dentro, la del corazón: “Vosotros, los fariseos, limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro rebosáis de robos y maldades.” ¿Y nosotros limpiamos el vaso “por dentro”? Solemos cuidar muy bien lo exterior, lo que se ve; pero en el corazón ¿qué hay? ¿Hay amor o rutina?; ¿hay perdón o resentimiento?; ¿hay comprensión o crítica y juicio?; ¿hay desprendimiento sincero o vanidad y búsqueda de aprobación? Señor, dame un corazón sincero y limpio. Que ni la doblez ni la hipocresía quepan en él. Que lo que aparece hacia fuera habite también en el interior.
Jesús no rehúye nunca obrar y hablar con verdad. El disimulo no iba con él. Ni le importa el qué dirán ni la incomprensión y ni que le abandonen. El siempre dice y hace lo que ha aprendido del Padre. Sin embargo, ¡qué lejos de esa sinceridad y coherencia estamos muchos cristianos! ¿Dar testimonio sincero y valiente de nuestra fe en un ambiente no favorable?; ¿opinar y obrar de modo contrario a lo que se lleva en moral o en cuestiones de religión? Pensamos: “Se van a reír de mí, van a pensar que soy un anticuado”… San Basilio decía que, «de nada debe huir el hombre prudente tanto como de vivir según la opinión de los demás». Pero nosotros, muchas veces, cobardemente, no nos atrevemos a desentonar y nos acomodamos al ambiente. Y menos testigos de Cristo parecemos cualquier cosa. Dame firmeza en mi fe, Señor. Que no me someta a ser y obrar “como todos”, cuando se trate de algo indigno de un cristiano.
“¡Necios! El que hizo lo de fuera, ¿no hizo también lo de dentro?” Los fariseos cumplían la “letra” de la Ley estrictamente. Pero no eran capaces de descubrir el “espíritu” de la Ley. Ellos cuidaban mucho “lo de fuera” -la pureza exterior-, pero descuidaban “lo de dentro” -la pureza moral- que es la que importa a Dios. Jesús les dice: “Dad limosna de lo de dentro, y lo tendréis limpio todo”. La pureza interior se logra con la limosna de lo que hay “dentro” de los platos y los vasos, es decir, compartiendo sus bienes. El amor que se traduce en obras es el que hace limpio el corazón. Y esto vale para nosotros: para ser buenos cristianos, no basta cumplir la letra de la ley, eso sería limpiar el plato y el vaso por fuera y dejar la suciedad dentro: el egoísmo y la injusticia. La plenitud de la ley está en el amor: Amar, darnos nosotros y compartir lo nuestro, eso es lo importante. Lo demás es engañarnos y engañar. Señor, cambia mi corazón. Conviérteme. Que ame, como tú amas Y entonces lo tendré limpio todo.
Dios te salve María,
llena eres de gracia,
el Señor es contigo.
Bendita tú eres,
entre todas las mujeres
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María,
Madre de Dios,
ruega por nosotros pecadores
ahora y en la hora de nuestra muerte.
Amén.

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