17 octubre 2014

HASTA DÓNDE DEBE PENETRAR EL REINO

HASTA DÓNDE DEBE PENETRAR EL REINO
Damos un paso más en estos domingos 29º a 34º, con la salvedad del día de los Difuntos (domingo 31º) y la Dedicación de la Basílica de Letrán (domingo 31º). Este Reino de Dios, con sus valores y sus paradojas, ¿hasta dónde tiene que llegar? Lo iremos viendo: hasta la ciudad (domingo 29º), hasta el corazón de la persona (domingo 30º), hasta configurar el proyecto personal y la Iglesia (domingo 33º).
Hasta la ciudad. Dice Ignacio que “el caudillo de todos los enemigos” esparce a los demonios por el mundo «no dejando provincias, lugares, estados ni personas algunas en particular» (Ejercicios 141). Pero de la misma manera «el Señor de todo el mundo escoge tantas personas… esparciendo su sagrada doctrina por todos los estados y condiciones de personas» (Ejercicios, 145). Los creyentes somos “ciudadanos” y nuestro deber es practicar responsablemente la CIUDADANÍA, para transformar el mundo en reino, «no dejando provincias, lugares, estados ni personas», en una sana laicidad.

UN TEXTO
“El Concilio exhorta a los cristianos, ciudadanos de la ciudad temporal y de la ciudad eterna, a cumplir con fidelidad sus deberes temporales, guiados siempre por el espíritu evangélico. Se equivocan los cristianos que, pretextando que no tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la futura, consideran que pueden descuidar las tareas temporales, sin darse cuanta que la propia fe es un motivo que les obliga al más perfecto cumplimiento de todas ellas según la vocación personal de cada uno. Pero no es menos grave el error de quienes, por el contrario, piensan que pueden entregarse totalmente del todo a la vida religiosa, pensando que ésta se reduce meramente a ciertos actos de culto y al cumplimiento de determinadas obligaciones morales. El divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra época” (Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes, no 43).
EL COPO DE NIEVE
«Dime cuánto pesa un copo de nieve», preguntó el pájaro carbonero a la paloma salvaje.
– Nada de nada, -fue la respuesta-.
-En tal caso debo contarte una historia maravillosa, -dijo el pájaro carbonero-. Al empezar a nevar me posé en la rama de un abeto, cerca de su tronco. No nevaba mucho, no era una gran tormenta, no, era como un sueño, no había heridas ni violencia. Como no tenía otra cosa mejor que hacer, me puse a contar los copos que se iban asentado en las ramitas y en las hojas de mi rama. Su número exacto fue de 3.741.952. Cuando el último de ellos se posó sobre la rama, sin pesar nada de nada, como has dicho, la rama se partió.
Habiendo dicho eso, el pájaro carbonero se alejó volando. La paloma, que desde el tiempo de Noé era una autoridad en esta materia, estuvo reflexionando un rato sobre la historia que le habían contado y por fin se dijo: «Quizá solo haga falta la voz de una persona más para que la paz llegue al mundo».

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