17 octubre 2014

Comentario al Evangelio de hoy, 17 de octubre

Fernando Torres Pérez cmf
       Dice Jesús en el evangelio de hoy que hay que tener cuidado con la levadura de los fariseos. No vaya a ser que se nos pegue. Se me ocurre que puede ser interesante poner esta frase en relación con el santo que celebramos hoy: san Ignacio de Antioquía. Fue obispo y padre de la Iglesia. De él conservamos siete cartas que escribió a lo largo del viaje que hizo obligado de Siria a Roma, donde iba a ser ejecutado. En una de esas cartas dice a los cristianos de Roma que va allí “para ser trigo de Dios, molido por los dientes de las fieras y convertido en puro pan de Cristo.”
      Podemos comparar la levadura de los fariseos con el pan de Ignacio, que se quiere convertir en eucaristía para alimento de sus hermanos. La levadura de los fariseos está hecha de hipocresía, como dice el mismo Jesús. Es un fermento que transforma y mata, que hincha y anula a la persona. Encierra a la persona en el mero cumplimiento externo de la ley y, al tiempo, la llena de orgullo y la separa de sus hermanos y hermanas. El fariseo se sabe bueno y no necesita más que de sí mismo y de las normas que cumple. Lo demás no importa nada. 
      Ignacio se mueve en otra dimensión, en la de Jesús. Y su visión se concentra en la eucaristía. Donde Jesús y nosotros nos hacemos alimento de vida unos para otros. El pan de la eucaristía, hecho de vida, de fraternidad, de justicia, de entrega generosa y sin medida, no mata sino que da vida. No encierra a la persona en su orgullo sino que le abre al reino en el encuentro con el Padre. La Eucaristía se convierte en el gran signo de la vida cristiana. Y la vida cristiana, si quiere ser tal de verdad, se convierte en una eucaristía continua en la que el discípulo entrega la vida por los hermanos, como lo hizo Jesús. 
      El cristiano, como Ignacio, no tiene miedo de la muerte. Su confianza está puesta en el Padre, en el reino, en los hermanos. El banquete de la eucaristía se hace signo de lo que debe ser la vida diaria. Y la vida diaria tiene que ser el anticipo del banquete del reino cuando todos estemos sentados a la mesa del Padre compartiendo el mismo pan y el mismo vino.

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