"Hijos, cuán
difícil es entrar en el Reino de Dios para los que confían en las riquezas. Más
fácil es que pase un camello por ojo de una aguja, que un rico entre en el
reino de Dios" (Mc 10, 24).
Hace
pocos días falleció el presidente del banco más importante de nuestro país. Los
comentarios en la prensa han sido variados: expresión de luto, sarcasmo en
algunos de los titulares, comentarios variados en general. Uno de los
comentarios que he leído en estos días me ha producido una inmensa tristeza y
una reflexión posterior: “hoy ondean los billetes de 500 a media
asta”.
Es triste como a las pocas horas de su muerte era más urgente la
reunión de los dirigentes de dicha entidad para elegir un sucesor/a que otras
muestras de duelo; su propia hija, heredera del negocio familiar, ha hablado
más veces del proyecto de futuro del banco que de historias vividas con su
padre. ¡Qué pena! ¡Qué vacío dentro de tantos millones de euros!
¿Todos
los ric@s son malos? ¿La riqueza envilece a los humanos? Lo malo es el apego
desmedido a esas riquezas (distintas manifestaciones se han producido ante
estas noticia), la autosuficiencia y el abuso de poder que da el dinero es lo
que mata el corazón y degrada a los potentados económicos; lo diabólico es la
idolatría al dinero: nos aparta del necesitado, instala el privilegio para unos
poc@s a cambio del sufrimiento de muchos.
Solo
pasará por el ojo de la aguja, rico o pobre, el que consuela, el que emplea sus
bienes en el bien común, el que se aleja de la usura, el que concede crédito a
las relaciones, al perdón y no al dinero.
Siempre
recuerdo una anécdota que me contó un anciano franciscano sobre la vida de
Antonio de Padua: “En Toscana, gran región de Italia, se estaban celebrando solemnemente,
como sucede en estos casos, las exequias de un hombre muy rico. Al funeral
estaba presente nuestro San Antonio, que, movido por una inspiración impetuosa,
se puso a gritar que el muerto no tenía que ser enterrado en un sitio consagrado,
sino a lo largo de las murallas de la ciudad, como un perro. Y esto porque su
alma estaba condenada al infierno, y aquel cadáver no tenía corazón, como había
dicho el Señor según el santo evangelista Lucas: Donde está tu tesoro, allí
está también tu corazón. Ante esta exhortación, como es natural, todos se
quedaron estupefactos, y tuvo lugar un encendido cambio de opiniones. Al final
se abrió el pecho del difunto. Y no se encontró su corazón que, según las
predicciones del Santo, fue encontrado en la caja fuerte donde conservaba su
dinero.”
Nadie
puede convertirse en juez de nadie, solo me pregunto: ¿dónde está nuestro
tesoro?, ¿nuestro corazón es avaro o espléndido solidario?
Con afecto: Antonio Martínez, Valladolid.
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