CORRIENTE DE AZAHAR
Agua bajando
a carcajada limpia
en una mueca cristalina
que enamora con su guiño.
Corre, se despeña
y el olor se desprende
del ruido que acaricia la carne verde.
Tacto líquido en la tierra,
beso llamado ladera.
Canciones de chapoteos, corrientes,
el son de los duendes
y el embriagador aroma
del azahar: el aliento presente.
Aquí brota la resurrección
al ascender o descender
los correntíos,
al remar contra corriente,
al fundirse en el río su afluente.
Bajar hacia la desembocadura
entre saltos, meandros,
calmas, sequías e inundaciones.
Ritmo de toda cascada,
torrente o laguna.
Y al atardecer, llegar a la mar salada
sin fronteras ni cauces,
con marea y resaca
porque fluir es la vida;
la llamada del hombre
a probar del néctar del azahar,
adentrarse de lleno
en el sabor del torrente que grita:
“Ven a mí,
danos el ritmo de la alegría”.
(Antonio Martínez. Para alentar las corrientes y el olfato)
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