17 septiembre 2014

Hoy es 17 de septiembre, miércoles de la XXIV semana de Tiempo Ordinario.

Hoy es 17 de septiembre, miércoles de la XXIV semana de Tiempo Ordinario.
Una vez más me convocas a este espacio de calma. A este espacio de quietud, a este espacio de amor. Un día más quiero mirarte, dejarme guiar por tu palabra, dejarme transformar por ella. Ahora me importas tú.
La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 7, 31-35):
En aquel tiempo, dijo el Señor: – ¿A quién se parecen los hombres de esta generación? ¿A quién los compararemos? Se parecen a unos niños, sentados en la plaza, que gritan a otros: «Tocamos la flauta y no bailáis, cantamos lamentaciones y no lloráis».  Vino Juan el Bautista, que ni comía ni bebía, y dijisteis que tenía un demonio; viene el Hijo del Hombre, que come y bebe, y decís: «Mirad qué comilón y qué borracho, amigo de recaudadores y pecadores». Sin embargo, los discípulos de la Sabiduría le han dado la razón.
Jesús, sorprendido por la resistencia de la gente a sus llamadas a la conversión, les dice que son como chiquillos caprichosos, tercos y obstinados, que no se ponen de acuerdo a la hora de jugar. Unos quieren jugar a la fiesta de bodas y bailar, mientras los otros prefieren jugar a un funeral, llorando y lamentándose. Así son “los de esta generación”, dice Jesús.
A Juan el Bautista no lo escucharon, porque decían que era muy austero y duro, y parecía un endemoniado; y a él –a Jesús- que se comporta como una persona normal y participa en banquetes y fiestas, le acusan de “comilón y borracho, amigo de recaudadores y pecadores”,  y no acogen la Buena Nueva que predica, porque les parece poco austero y poco santo. Todo, menos reconocer que lo que les impide abrirse a la salvación de Dios es su yo engreído, que les hace creerse buenos y poseedores de la verdad religiosa. Sólo “los discípulos de la Sabiduría”, es decir, la gente sencilla, los publicanos y prostitutas, a los que todos condenaban, escucharon a Juan y escuchan a Jesús. Nosotros ¿entre quiénes estamos: entre los orgullosos jefes judíos o entre los “discípulos de la Sabiduría” que sienten necesidad de salvación y acogen la Buena Nueva de Jesús?
Tanto Juan como Jesús denunciaban los pecados y llamaban a la conversión del corazón. Este mensaje molestaba a los de aquella generación, y buscaban razones para justificar su no-acogida de la Buena Nueva. A Juan no lo escucharon, porque era demasiado austero y poco sociable y, además, andaba amenazando con el juicio de Dios, y a Jesús lo rechazan, porque trata con todos, y es demasiado tolerante con los pecadores y marginados. Bien. Esta palabra nos previene del peligro de caer en lo mismo que aquéllos: resistirnos tercamente a las llamadas que el Señor nos hace a la conversión y al cambio, refugiándonos en falsos pretextos. Yo, Señor, cuando me resisto a escuchar tus llamadas a cambiar, a orar más, a perdonar, a servir, a ser más solidario… ¿qué razones o pretextos me doy?  Y lo mismo, cuando critico o rechazo la vida más entregada y las opiniones o consejos de algunos hermanos. En un caso y en otro suelo darme muchas razones, pero ¿son las verdaderas? En realidad, ¿no andan por en medio mi egoísmo, mi comodidad, mi tibieza espiritual, mi orgullo y soberbia, mi miedo a complicarme la vida?… Señor, que deje de engañarme. Y que escuche tus llamadas, sin cobardías ni miedos.
En el evangelio de hoy se adivina la frustración y el dolor de Jesús ante la dura cerviz de aquella gente. Se niegan a creer en él y en su  mensaje, y no quieren reconocerlo como el Enviado de Dios. Y todo, porque no era como ellos pensaban que de-bía ser el Mesías: No condenaba ni despreciaba a los publicanos y pecadores, sino que los acogía y frecuentaba su trato y los defendía.  Hoy, Señor, por una parte, siento pena y te pido perdón por la tristeza que muchas veces te ha producido y aún te produce mi resistencia a tus llamadas. Pero por otra, siento que mi corazón se llena de gozo y de gratitud, precisamente porque no eres como los fariseos de tu tiempo te esperaban, ni como algunos “fariseos” de hoy te quieren, sino que eres “amigo de pecadores” y no rehúyes la compañía de los que somos débiles y estamos empecatados.
Hazme tú
Tú que eres amor, invádeme
Tú que eres Santo, santifícame
Tú que eres Fuente viva, sáciame
Tú que eres Entrega, utilízame
Tú que eres Presencia, utilízame
Tú que eres Presencia, envuélveme
Tú que eres Plenitud, lléname
Tú que eres Centro, céntrame en ti
Rebósame de Ti y muéstrame tu rostro
Hazme capacidad
Hazme silencio
Hazme tú.

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