11 septiembre 2014

Hoy es 11 de septiembre, jueves de la XXIII semana de Tiempo Ordinario.

Hoy es 11 de septiembre, jueves de la XXIII semana de Tiempo Ordinario.
Hoy siento de nuevo y me hago consciente del regalo que es en mi vida encontrarme contigo, de tú a tú, en paz, durante unos minutos. Este tiempo me serena, me transforma y me ayuda a integrar todo lo que se dispersa en mi vida sin ti. El trabajo, las prisas, los amigos, las amigas, las tareas domésticas. Contigo, todo se reubica.

La lectura de hoy es del evangelio de Lucas: (Lc 6, 27-38):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «A los que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian. Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames. Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Pues, si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien sólo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores lo hacen. Y si prestáis sólo cuando esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo. ¡No! Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; tendréis un gran premio y seréis hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y desagradecidos. Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. La medida que uséis, la usarán con vosotros.»
En el Levítico se mandaba: “Ama a tu prójimo como a ti mismo.” A este mandamiento le dará Jesús una gran importancia y lo pondrá a la altura del mandamiento sobre el amor a Dios. Y, además, lo interpreta de modo nuevo; el prójimo al que hay que amar son todos, hasta los enemigos:  Amad a vuestros enemigo…” Es lo más revolucionario del evangelio: amar al otro y vivir para él incluso cuando el otro sea nuestro enemigo. Por eso, hay que responder al mal con el bien, a la maldición con la bendición, a las injurias con la oración: “ Haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian”. Así ha de obrar el discípulo de Jesús. ¿No es lo que nos gusta que hagan con nosotros? Pues…,  tratad a los demás como queréis que ellos os traten”.Comentando esta llamada “Regla de oro”, dice A. Stöger: “El discípulo de Jesús no se ha de contentar con no hacer el mal, sino que ha de hacer el bien, todo el bien que él mismo desea para sí. El amor de nosotros mismos se hace ley y medida de nuestro amor al prójimo, amor que debe estar pronto a amar incluso al enemigo.” ¿Es ésta la norma que rige mi vida, sobre todo, con los que no me quieren o me hacen daño?
Y la razón de comportarnos así con el enemigo es que “ si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien sólo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores lo hacen.” Lo de la copla popular: “Querer a quien no te quiere / a eso llamo yo querer. / Pues querer a quien te quiera / se llama corresponder… / ¡Y eso lo hace cualquiera!” Los seguidores de Jesús hemos de hacer lo que no hace cualquiera: amar al que no nos quiere, devolver bien por mal. Los ejemplos de la mejilla y del manto son meros ejemplos que resaltan el comportamiento generoso al que invita Jesús a sus discípulos: nunca devolver mal por mal. Señor, ¡cuán lejos estoy aun de esta meta! Cambia este corazón mío tan cicatero, interesado, rencoroso y vengativo.
Añade Jesús una razón más poderosa aún para amar al enemigo: Porque así obra el Padre del cielo, que nos ama gratuitamente, independientemente de cuál sea nuestro comportamientoNunca nuestras ofensas –por graves que sean- romperán el amor del Padre. Así ha de ser el comportamiento de sus discípulos con los demás: “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo”. Así “tendréis un gran premio y seréis hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y desagradecidos”. Sólo si amamos así, podremos decir con verdad que somos hijos de Dios: el amor desinteresado nos hace semejantes al mismo Dios. Duro es lo que se nos pide. Pero es lo que Dios hace: amar sin condiciones, al bueno y al pecador. Y, sabiéndonos amados así, ¿cómo no amar también nosotros al que no nos quiere y al que nos hace daño? Señor, sé que esto supera mis fuerzas. Pero sé también que las tuyas no me faltarán.
Despídete de Jesús. Cuéntale lo que has experimentado, lo más profundo que se ha movido en ti, durante este rato. Él lo sabe, pero quiere que lo provoque, que lo pronuncies, que lo compartas con él. Sea lo que sea. Inquietud, pequeñez, llamada, vergüenza y confusión por tu actitud y falta de respuesta.
Padre, me abandono en tus manos
Haz de mí lo que quieras,
Hagas lo que hagas te lo agradezco,
Estoy dispuesto a todo.
Hágase tu voluntad en mí,
Esto es lo que quiero, Señor.

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