11 septiembre 2014

Comentario al Evangelio de hoy 11 septiembre

Queridos  amigos:
La Santa Biblia es un libro lleno de enseñanzas, pero a veces nos encontramos con textos difíciles de entender. Así nos sucede hoy al leer la carta de Pablo a los Corintios. Aquella comunidad vivía en ambiente pagano, que tenía por costumbre honrar a sus dioses sacrificando animales. ¿Un cristiano podía comer la carne de esos animales? Lo que no se comía en el templo se vendía en el mercado. Naturalmente, el cristiano o la cristiana no participaban en el culto a los ídolos. Pero, ¿podía comprar la carne en el mercado y comerla? He aquí la cuestión.

En la comunidad había cristianas y cristianos escrupulosos que consideraban dicha carne como contaminada ya de idolatría y, por tanto, no la comían y se escandalizaban de que otros lo hicieran. El cristiano formado sabe que las carnes sacrificadas a los ídolos son como otra carne cualquiera y nada hay de malo en comerla. Pero si amo a mi hermano de comunidad no puedo escandalizar al hermano o a la hermana que tiene la conciencia menos formada o escrupulosa. Y provocar la caída del hermano es hacer grave ofensa a Cristo. No pretende el Apóstol que dejemos al de conciencia débil en su ignorancia. Todo lo contrario. Sin embargo, es el respeto al débil y al ignorante lo que da a nuestra libertad su calidad de libertad cristiana, es decir, una libertad presidida por la caridad. En definitiva, ésta es la verdadera libertad que nos ha traído Jesús: La primera ley es el amor, el bien de mi hermano.
Hoy el evangelio de Lucas nos presenta el amor desinteresado. La propuesta de Jesús, o más que propuesta, el mandato es que tenemos que construir una sociedad en la que todos seamos iguales. Para conseguir esta sociedad nueva Jesús nos señala el camino  del amor, la bendición y la oración sin excluir a nadie. Y nos invita a poner en práctica:
  • el perdón activo, entendido como pasar por alto una ofensa a condición de que el agresor tome conciencia del mal que causa, y cambie;
  • el compartir generoso como reacción contra la codicia;
  • el rechazo decidido a la avaricia y a la usura como causas fundantes del enriquecimiento de unos y empobrecimiento de otros;
  • en una palabra, comportarse con los demás como quisiéramos que los demás se comportaran con nosotros.
Carlos Latorre
Misionero Claretiano

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