04 agosto 2014

Ideas para la Homilía. XIX del T.O. 10 de agosto

1.- ¿TIENES MIEDO? ¡REZA!

Por Javier Leoz

Las Hermanas de Teresa de Calcuta se quejaban a su madre fundadora de que no llegaban, con su esfuerzo, en la atención a los enfermos y moribundos. ¿Qué hacemos, madre? Y, Teresa de Calcuta respondió: “una hora más de adoración al Santísimo”.

1. Había quedado atrás aquel milagro espectacular de la multiplicación de los panes y de los peces. Los discípulos, sin pensárselo dos veces, subieron a la barca invitados por Jesús. Con aquel Señor que cumplía lo que decía, que multiplicaba a miles, panes y peces, merecía la pena ser seguido y obedecido.


Pero, como en las películas, en el seguimiento a Jesús hay escenas de miedo. Momentos donde parece detenerse la felicidad. Instantes que uno quisiera pasar rápidamente para llegar al final cuanto antes.

Los discípulos se embarcaron en aquella aventura que Jesús les sugirió. Pronto nacieron las dificultades. Las aguas turbulentas, el mar violento les hizo comer su propia realidad: seguir a Jesús no implica vivir al margen de las pruebas, de los sufrimientos o de los temores. Eso sí, vivir con Jesús, aporta la fortaleza y serenidad necesarias para seguir adelante y para que nunca, las zancadillas, sean mayores que nuestra capacidad para sortearlas.

2. Uno, cuando es creyente convencido (no solo bautizado) pone sus afanes no solamente en la exclusividad de sus fuerzas y carismas. Jesús, aun siendo Hijo de Dios, necesitaba de ese “tú a tú” de la oración. Escogía espacio y tiempo, lugares y silencio para un coloquio con Dios.

A Jesús, en su experiencia de Getsemaní, se le diluyeron los miedos y las ganas de renunciar a su misión, por el contacto íntimo con Dios. ¿No será que nuestras fragilidades y cobardías son fruto de nuestra deficitaria comunión o comunicación con el Señor?

¡No tengáis miedo! Nos dice el Señor en este domingo. En pleno verano y con un sol de justicia, buscamos sombrillas y lociones que nos hagan más llevadero el tórrido calor. Tenemos miedo a quemarnos y miedo al dolor. La fe, cuando está sólidamente fundamentada y enganchada en Jesús, es la mejor sombrilla y la mejor loción que podemos utilizar para evitar quemaduras en el alma y sonrojo en el rostro.

Estamos en unos tiempos donde hemos de saber contemplar la presencia de un Dios que nos está tensando un poco. Que está purificando nuestro discipulado. Nuestra pertenencia a su pueblo.

Hoy, como Pedro, gritamos aquello de ¡Señor, sálvame! Dejemos un margen de confianza al Señor. Lancémonos a las aguas de nuestro mundo sin miedo a ser engullidos por ellas. Si, el Señor va por delante, tenemos las de ganar. Él es el dueño de la barca. El sentido de nuestra historia. El fin de nuestra oración y de nuestra entrega. En el silencio aparente, en la ausencia dolorosa es donde hemos de aprender a buscar y a ver el rostro del Señor que, un domingo más y en pleno verano, nos grita: ¡Animo soy yo, no tengáis miedo!

3.- TENGO MIEDO, SEÑOR

A que tu barca, la barca de  tu Iglesia,

me lleva a horizontes  desconocidos

A que, tu Palabra, veraz y  nítida

deje al descubierto el  “pedro”

que habita en mis entrañas.



TENGO  MIEDO, SEÑOR

De caminar sobre las aguas  de la fe

De nadar contracorriente

De mirarte y estremecerme

De hundirme en mis miserias

y en mis tribulaciones

en mi falta de confianza

y… de mis exigencias  contigo.



TENGO  MIEDO, SEÑOR

De que me vean avanzando

en medio de las olas del  mundo

con las velas desplegadas de  la fe

Que me divisen, de cerca o  de lejos,

navegando en dirección hacia  Ti



TENGO  MIEDO, SEÑOR

De que, en las dificultades,

no respondas como yo  quisiera

Que, en las tormentas, 

no me rescates a tiempo

Que, en la lluvia  torrencial,

no acudas en mi socorro.

Por eso, porque tengo miedo,  Señor,

mírame de frente, de costado  y de lado

para que, en mis temores,

Tú seas el Señor

El Señor que venga en mi  rescate.

Amén

2.- DIOS ESTÁ PRESENTE EN NUESTRAS VIDAS

Por Pedro Juan Díaz

Dios está presente en nuestras vidas. Es una convicción que podemos sacar hoy de la Palabra de Dios. Si nos fijamos, las tres lecturas nos ayudan a afianzar este pensamiento. Y nos dan como tres pistas o criterios a tener en cuenta.

2.- El primero podría ser que Dios aparece donde menos se le espera, y en el momento que menos nos imaginábamos. Elías vive esa experiencia. Donde él espera verle (viento, terremoto y fuego), Dios no aparece. Sin embargo, en la tranquilidad, la paz y el sosiego de una brisa, allí le descubre. Cuando parece que todo está en orden y tranquilo, llega Él para darle un nuevo sentido a la vida y a las cosas que ocurren a nuestro alrededor.

3.- El segundo podría ser algo que hemos dicho en domingos anteriores y que nos lo recuerda el rechazo del pueblo de Israel a la Buena Noticia, que San Pablo comenta con dolor en la segunda lectura. Dios es nuestro gran tesoro. Esa es otra convicción fuerte y rotunda. Nada es superior a Él, ni más importante. Precisamente cuando le descubrimos tan cercano y amoroso, nos damos cuenta de que nos supera, nos desborda y nos llena como nadie. Verdaderamente es un tesoro por el que merece la pena dejarlo todo, venderlo todo y seguir sus huellas. San Pablo constata con “pena y dolor incesante” que el pueblo de Israel no haya acogido, ni descubierto este tesoro. Es el dolor del evangelizador frente al rechazo de la Buena Noticia.

4.- Y finalmente, en tercer lugar, el evangelio nos ayuda a caer en la cuenta de que la fe es un don, que no depende de nosotros, ni de nuestros esfuerzos, sino de Dios y de su gracia. Cuando Pedro camina sobre el agua y olvida esto, pone su confianza en sus propias fuerzas y su mirada en él mismo, y empieza a hundirse. Pero al principio no fue así. El Pedro que sale de la barca es un Pedro convencido de que Dios lo puede todo, de que si Jesús le ha dicho “ven” y él se fía, todo es posible. Nelson Mandela decía: “Todo parece imposible hasta que se hace”. Si somos capaces de mantener la mirada y el corazón fijos en Dios, seremos capaces de las cosas más grandes.

5.- Ahora estamos en la Eucaristía. Vemos a Jesús que se hace presente en nuestras vidas en el milagro más grande de la humanidad. Un trozo de pan y un poco de vino hacen posible que, con la fuerza del Espíritu Santo (no con las nuestras), Dios se haga presente aquí, como en un susurro, como en una brisa, de manera silenciosa pero profunda, desapercibida pero contundente. Dios está aquí y se nos da como alimento para que le encontremos fuera de aquí, en todas las ocasiones, en todos los momentos y circunstancias, en todas las personas, especialmente en los más pobres.

6.- La Eucaristía es también un don y un tesoro que Dios nos da, a través de su Hijo Jesús y del Espíritu, para que llenemos nuestra vida de él, y no pongamos nuestra confianza en otras cosas banales. Que este tiempo de verano lo aprovechemos para llenarnos de Dios en momentos como este.

3.- LA FE EN JESÚS AHUYENTA EL MIEDO A LOS FANTASMAS

Por Gabriel González del Estal

1. La poca fe de los discípulos de Jesús fue la causa de se les llenara el alma de miedo, cuando le vieron andando sobre el agua, sin distinguir bien quién era. Los discípulos navegaban solos en medio de las aguas del lago de Tiberíades. Era de noche, estaban cansados por el trabajo y la emoción que habían sentido durante la tarde anterior, cuando la multiplicación de los panes y los peces; sin duda, la oscuridad de la noche y el sueño les pesaban ahora en los ojos. El Maestro había subido al monte para encontrarse, a solas, en oración, con su Padre, Dios. Es probable que los discípulos fueran hablando de lo sucedido durante el día anterior: ¡qué profeta tan grande y maravilloso, qué compasivo y qué poderoso en obras y palabras, es Jesús de Nazaret! ¿Será éste el Mesías de Israel? Cuando miran a la orilla del lago y ven a Jesús creen entrever una sombra, con forma de hombre, que camina sobre las aguas. ¿Será un fantasma? El corazón y los ojos se les llenan de miedo. Jesús percibe inmediatamente el miedo que atenaza a sus discípulos y les grita desde la orilla: ¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo! Todos se sobresaltan y Pedro, que no las tiene todas consigo, se atreve a decir: Si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua. Ya sabemos lo que pasó después. ¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado? La fe de los discípulos era frágil y quebradiza. Como tantas veces la nuestra. Cuando las cosas nos van bien, cuando Dios nos mima y nos va resolviendo los problemas, nos resulta fácil y rentable creer en Dios. Pero cuando las cosas se tuercen, cuando nos visitan la enfermedad, o los desengaños del alma, o la injusticia del mundo, o cualquier cosa que nos mete de bruces en el fracaso o la desilusión, entonces nos desinflamos y tendemos a pensar que el Dios en el que tanto confiábamos es algo lejano e inútil, algo parecido a un fantasma.

2. En aquellos días, al llegar Elías al monte de Dios, al Horeb, se refugió en una gruta. En la lectura del primer libro de los Reyes vemos cómo el profeta Elías huye asustado y, al llegar al monte Horeb, se refugia en una gruta. Allí esperaba el paso del Señor y sólo al escuchar el susurro de la brisa descubrió a Dios y salió a su encuentro. No le descubrió en el viento huracanado, ni en el terremoto, ni en el fuego devorador; le descubrió en la suavidad de un susurro. Es una teofanía distinta de la de Moisés; no es el Dios que aniquila y castiga, el Dios que truena y centellea; es el Dios que acaricia y consuela, que llena el alma de ilusión y la fortalece. En las cosas pequeñas, en el amor de cada día, en el crecer de la hierba, en la salida del sol y en el ocaso, debemos aprender a descubrir el paso del Señor por nuestras vidas. Dios nos habla cada día, con voz suave e insinuante, valiéndose de situaciones y acontecimientos cuotidianos y habituales. Debemos tener siempre bien abiertos los ojos y los oídos del alma para descubrir cada día el paso del Señor por nuestras vidas.

3. Como cristiano que soy, voy a ser sincero; mi conciencia, iluminada por el Espíritu Santo, me asegura que no miento. En la lectura de la Carta a los Romanos descubrimos hoy a un Pablo lleno de amor al pueblo judío, a su pueblo. Le vence el sentimiento y llega a decir, en un momento de tristeza inmensa, que por el bien de sus hermanos, los de su raza y sangre, quisiera incluso ser un proscrito lejos de Cristo. El amor a su pueblo le ha llenado el ama de sentimiento y le ha nublado un poco la razón. Este amor extremo de Pablo por los de su raza y sangre nos descubren el corazón generoso y magnánimo del apóstol de los gentiles, de los no judíos. Es de corazones buenos amar a los más cercanos, a los de nuestra raza y sangre, pero también es propio de los corazones generosos dedicar todas las fuerzas de la vida a salvar a los que nos parece que están más lejos, a los que no son ni de nuestra raza, ni de nuestras creencias, ni de nuestras mismas ideas, hasta a nuestro enemigos. Porque así lo hizo el Maestro, así lo hizo también san Pablo. Así se lo exigía su gran fe en Jesús, el auténtico Mesías del pueblo de Israel.

4.- DESCUBRIR LA PRESENCIA DE DIOS EN NOSOTROS

Por José María Martín, OSA

1- “¡Animo, soy yo, no tengáis miedo!” Imaginamos a Jesús agotado físicamente después de haber saciado el hambre de la gente y de haberse despedido de todos. Los discípulos se han ido a pescar, pero El necesita retirarse a solas para orar. Si el mismo Jesús necesita orar, ¡cuánto más nosotros! La barca de los discípulos se deja llevar sin rumbo por el viento. Así es nuestra vida muchas veces: caminamos sin rumbo, arrastrados por nuestras pasiones, sin un objetivo fijo, sin fuerzas para enderezar nuestra vida. Pero Jesús acude en su ayuda caminando sobre las aguas. Es un signo de su divinidad y los discípulos se asustaron, "se turbaron" como María cuando recibió el anuncio del ángel ante el misterio de Dios que se le había revelado. Pedro y los doce quedaron turbados ante la verdad de Jesús que se estaba manifestando. Jesús les da ánimo, su identidad, "soy yo", da confianza al hombre que se debate siempre en el temor, la angustia, la desesperación o el vacío.

2 - Sólo la fe en Jesús nos ayuda a caminar. Pedro se quiere hacer el valiente y quiere poner a prueba sus propias fuerzas. Pero le entró miedo, comenzó a hundirse y suplicó "¡Señor, sálvame!". Intuyó el poder de Jesús y por eso se dirige a El caminando sobre las aguas, pero luego piensa en las dificultades y los problemas y esto le provoca el hundimiento. Esto le ocurre por dejar de mirar a Jesús y poner los ojos en otro sitio. El conocimiento de nosotros mismos, de nuestras miserias y oscuridades nos desconcierta, sólo la fe en Jesús nos ayuda a caminar. No nos conocemos suficientemente, nos da miedo bajar a lo profundo de nosotros mismos. Pedro era un hombre impulsivo, terco y primario, pero generoso y por eso se lanza fácilmente sin tener en cuenta los obstáculos. Pedro es uno de los que gritan por el fantasma, después pasa a una actitud petulante y atrevida, pero después se angustia al ver su propia realidad. Sólo la fe en Jesús sostiene su vida, por eso exclama con todos: "Realmente eres Hijo de Dios".

3.- ¿Cómo encontrarnos con Jesús? Es aleccionadora en este sentido la lectura del Libro primero de los Reyes: el profeta Elías en su huida de la pérfida reina Jezabel se metió en una cueva del monte Horeb. Recibió el anuncio de que el Señor iba a pasar. Pero no le vio en el huracán, ni en el viento, ni en el terremoto, ni en el fuego, el Señor vino con la brisa tenue. Es imposible descubrir a Dios en el ruido, en el jaleo, cuando estamos fuera de nosotros mismos. Es verdad que Dios está en todos los sitios, pero es imposible percibirle si no profundizamos en nosotros mismos. Es dentro de nuestro santuario interior donde podemos darnos cuenta de su presencia. Ahora tenemos más tiempo para el descanso, para el encuentro con nosotros mismos. La Palabra de Dios de cada día o un buen libro de meditación nos pueden ayudan a descubrir el gran tesoro de Dios que todos llevamos dentro. Y no olvidemos que un lugar privilegiado para el encuentro con Dios es el hermano que sufre, que está solo, al que nadie quiere. ¡Descúbrelo!

5.- ACUDAMOS COMO PEDRO AL SEÑOR.

Por Antonio García-Moreno

1.- SILENCIO.- El libro primero de los Reyes recoge uno de los peores momentos de la vida del profeta Elías. La reina pagana Jezabel le persigue con saña inaudita, queriendo vengarse a toda costa de ese hombre que ha vencido a los seudoprofetas del dios Baal. Elías, atemorizado, emprende la ruta del desierto, se esconde en el monte, como un fugitivo al que están a punto de darle alcance sus perseguidores. Y al llegar al monte Horeb, se refugia en una cueva, buscando en la soledad la cercanía de Dios.

Elías comprende que sólo del Señor le puede venir el consuelo para su amargura; sólo en él puede encontrar la fortaleza necesaria para seguir caminando cuesta arriba. Por eso huye de los hombres y se interna en el misterio recóndito de la intimidad de Dios. Y Dios le espera ahí, en esa soledad serena. Como te espera a ti que, quizás, no acabes de refugiarte en Él... Buscar a Dios, hasta encontrarle en la soledad de nuestra habitación, en la lejanía de la montaña, o en la cercanía del río, en la compañía de sólo árboles, sol y agua. Buscar a Dios, llegar hasta él, acudir cada día, por unos momentos al menos, a esa cita, siempre abierta, de este Jesús Señor nuestro que siempre aguarda nuestra llegada.

Elías espera la llegada de Dios, sumergido en el silencio de la montaña. Y de pronto el viento se levanta violento, un huracán que hace crujir las rocas. Pero allí no estaba Dios. Luego la tierra comienza a temblar y a resquebrajarse en profundas grietas. Y tampoco en el terremoto estaba Dios. Apenas se calla el rugido de la tierra, cuando comienzan a crepitar en llamas los árboles de la ladera. Pero tampoco en el fuego estaba Dios.

Es una brisa tenue, un susurro de las ramas, un silencio apenas roto. Y Elías se postra en tierra, consternado y exultante al sentir la cercanía de Dios... De siempre el espíritu del hombre ha necesitado el silencio para escuchar la voz de Dios. En efecto, el silencio no es sólo un sedante para los nervios y un reposo para nuestras facultades psíquicas, es también el clima habitual donde Dios se nos comunica. Aunque a veces es posible que la voz del Señor nos llegue en medio del fragor de la vida corriente. Pero de ordinario, y Dios así lo quiere, hay que buscarlo en la soledad, en el silencio de una iglesia, en la calma del amanecer, en la tarde serena y callada. Junto al río, en la montaña, cara al cielo, en el silencio.

2.- ¡SEÑOR, SÁLVAME! - Jesús se nos muestra con frecuencia recogido en oración. Él que venía a enseñar a los hombres estando en medio de ellos, se retiraba a menudo para estar a solas con el Padre. Ese gesto ya era un modo claro de enseñarnos que hemos de retirarnos a la soledad para hablar con nuestro Padre.

Se ha dicho, y es verdad, que la oración es como el respirar del alma. En efecto, es imposible vivir una vida interior seria, de íntima unión con Dios, si no se hace mucha oración. Por otra parte, y dicho de otra manera, es imposible alcanzar la perfección cristiana sin hacer oración. Quizás por eso hay pocos santos, porque no hay muchos que hagan oración.

La oración es descanso del alma, fortaleza del espíritu, serenidad y confianza en medio de las más arduas dificultades. Orar es acercarse a Dios, hablarle, comunicarse con Él. De ahí que la oración levante el ánimo y alegre el corazón, ilumine nuestro camino y nos capacite para recorrerlo.

El texto nos narra también que los apóstoles bogaban en medio del mar encrespado, que el viento y las aguas estaban a punto de hundirles la barca. En aquella noche cerrada, las olas se agitaban y los vientos les eran contrarios. Jesús se les acerca entonces. Atónitos contemplan cómo anda sobre las aguas. Es un fantasma, gritan aterrados. Pero el Señor exclama: Ánimo, soy yo, no tengáis miedo. Fueron unos momentos que luego han pasado a ser un símbolo para todos los que se encuentran en medio de un peligro similar, esos momentos en los que parece que todo está perdido y nos hundimos en medio de la oscuridad que nos rodea. Entonces hemos de escuchar cómo también a nosotros nos dice que no tengamos miedo. Sí, el Señor está siempre cerca y nos anima.

Pedro, como tantas veces, intervino de modo un tanto atrevido. Y se pone a caminar sobre las aguas, hacia Jesús que le espera. Se sostiene por unos momentos, pero de pronto duda y comienza a hundirse. ¡Señor, sálvame!, grita asustado... Qué poca fe. Como tú y yo tantas veces. Pero no importa, acudamos como Pedro al Señor. También a nosotros nos tomará de la mano cuando todo parezca perdido y nos salvará.

6.- ESPEREMOS A DIOS EN CALMA

Por Ángel Gómez Escorial

1.- Elías esperaba a Dios como una fuerza magnificente y terrible y llega como un susurro. Los Apóstoles --a bordo de la barca de Pedro: la Iglesia-- creen que se van a hundir, pero en seguida llega la calma. Esto nos debe enseñar que Dios está más presente en la serenidad de nuestra calma interior, que en los hechos agitados de la vida. Pero en esos tiempos duros no podemos olvidar a Dios: Él va a llegar, precisamente, cuando más le necesitemos. Pero deberíamos entender que Dios es normalidad, es quietud, es paz. Su poder es evidente y podría presentársenos como algo terrible y tonante. Jesús aparece transfigurado, junto a Moisés y a Elías. Pero, El conoce a sus criaturas y sabe que partir las aguas del Mar Rojo solo es para algunas ocasiones de indudable importancia o gravedad. La enseñanza del Evangelio que acabamos de escuchar es esa. Porque Dios, Nuestro Señor, está en los hechos cotidianos, en los pucheros de Santa Teresa, en nuestro lugar de trabajo, en el hogar junto a la paz amorosa de la vida familiar. Sin embargo, no debemos limitar el poder de Dios. Jesús camina sobre las aguas en medio de la tempestad para que los discípulos no duden de su poder divino. Y si nos fiamos de Él, seremos capaces de lo extraordinario, de lo inexplicable. Pero nuestra condición humana pesa y nos hunde. Pedro no es capaz de caminar sobre las aguas. Y eso es más que normal. Las tribulaciones, los miedos, las ausencias de fe, siempre estarán en nosotros. Y así, cuando nos hundimos, si invocamos al Señor Él nos salvará. Luego llegará la calma y el cambio de la tribulación a la paz nos va a hacer exclamar, como a los Apóstoles que "realmente eres Hijo de Dios".

2.- Pedro nos da otra lección cuando dice: "Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua". Podemos encontrarnos en nuestra vida con momentos, incluso de fuerte contenido espiritual que necesitemos pedir al Señor Jesús que nos ayude a conocer si está en lo que nos llega. San Ignacio de Loyola, cuya fiesta celebramos la semana pasada, habla en sus ejercicios en discernir los espíritus y en los engaños del maligno convertido en ángel de luz. Por ello habrá momentos en los que nuestra oración deberá dirigirse, como la de Pedro, con la expresión de "Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti" y podremos reconocerle, como Elías, en el susurro, en la quietud y paz de nuestro espíritu.

3.- Este episodio de Elías, en el Horeb, en el Monte de Dios, que espera, por indicación de Dios, su llegada, nos muestra la necesidad de discernir constantemente respecto a los sucedidos que ocurren a nuestro alrededor. Tenemos la necesidad de comprender cuales son --y como son-- los designios del Señor. Y a veces nosotros nos hemos hecho idea de un Dios inaccesible, fuerte, poderoso, que ejerce su poder con gran aparato y espectáculo. "Vino un huracán –leemos en el Libro Primero de los Reyes—tan violento que descuajaba los montes y hacia trizas las peñas delante del Señor; pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento, vino un terremoto; pero el Señor no estaba en el terremoto. Después del terremoto, vino un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego". Elías no encuentra allí al Señor. Espera y soporta la inclemencia con fe. Así pueden ser algunos momentos de nuestra vida: terribles y portadores de dificultad y de temor. Hay que saber esperar y entender, con la ayuda de Dios. "Después --sigue el relato bíblico-- del fuego, se oyó una brisa tenue; al sentirla, Elías se tapó el rostro con el manto, salió afuera y se puso en pie a la entrada de la cueva". Elías ha reconocido a Dios y se comporta con debe hacerlo en su presencia: tapa su rostro y espera su gracia. Los Apóstoles iban a vivir un suceso parecido. Él no era la tormenta, pero tiene poder sobre ella e instantáneamente llega la calma. Ahí debe estar nuestra esperanza: en la paz que el Señor nos va a dar si le invocamos en tiempo de peligro o de tribulación. Es más que obvio que todo esto puede aplicarse a los hechos cotidianos de nuestro tiempo, los cuales, a veces, se presentan con una dureza y violencia extraordinarias. Esperemos, pues, la paz y la calma de Dios. Pidámoslas a Nuestro Señor Jesucristo.

 4.- El fragmento de la Carta a los Romanos que acabamos de escuchar plantea uno de los hechos más sorprendentes de la historia humana. ¿Por qué los integrantes del pueblo elegido se opusieron totalmente a la acción salvadora de Cristo? Con ello se modificó la forma de la Redención y el género humano en lugar de obtener su salvación de manera inmediata tuvieron que iniciar un largo peregrinaje. Es verdad que la negativa judía a aceptar a Jesús como Salvador nos hizo a todos nosotros --que si confiamos en la salvación de Jesús-- en cooperadores y continuadores de la labor de Cristo hasta la consumación de los siglos. Pero el hecho de esa negativa histórica está ahí --a nivel humano-- como un gran misterio, que de todos modos muestra la libertad plena que Dios ha dado a sus criaturas. Libertad incluso que llegaría a la negación total y a la ejecución sumaria de su Hijo. Pablo, de hecho, no se lo explica todavía y expresa su pesar ante la actitud de su pueblo. En el contexto de las otras dos lecturas de hoy, en las que Dios se nos manifiesta en paz, la Carta de Pablo es el necesario contraste muy pegado a la realidad: Dios no se hará presente a quienes le niegan constantemente y lo le invocan. No es una negativa divina a aparecer, es una locura humana a buscar la presencia de Dios donde, precisamente, no está.

LA HOMILÍA MÁS JOVEN

LA BONDAD DE DIOS ES SUAVE, EL AMOR DE JESÚS, PURO CARIÑO

Por Pedrojosé Ynaraja

1.- Desde la alta Galilea hasta el desierto del Sinaí, hay unas cuantas horas de coche, pongamos diez, que el trayecto no es por autopista. Elías huía del furor real, exhausto por el esfuerzo, molido por el calor del desierto, llegó un momento que sintió que no podía más y se deseó la muerte. Dios le dio un empujoncito y le indicó que le esperaba en el Horeb. Al ardor del sol se le sumaba la subida por la falda pedregosa. Si hasta el pie de la montaña he ido siempre en vehículo, la subida la he hecho varias veces andando. Hasta el llano donde se dice que se refugió el profeta, hay unas dos horas de camino.

2.- Buscó él al llegar una hendidura y se refugia en ella. Ni el viento fuerte, el que arrastra arena y pule las rocas, ni la tormenta que con sus rayos lo quema todo, ni un terremoto, el lugar está situado en la gran brecha que nace con el Jordán y acaba en la región de los grandes lagos, nada de tan aparatosas y peligrosas manifestaciones del poder de la naturaleza, evidenciaban que Dios se abriga en ellas. Se hizo el silencio y reino la paz, soplo una suave brisa, en ella sí, se envolvía el Señor.

3.- El relato de la primera lectura de este domingo es de los que más admiro y me consuelan. Dios exige un gran esfuerzo y valor, para que el hombre sepa que es afable. La enseñanza es de gran valor. No podemos desdeñar el esfuerzo de Elías. Debemos sentirnos agradecidos a él y a Dios y vivir confiados y recordarlo especialmente cuando los avatares nos conduzcan a la depresión o al examinar y constatar que hemos conseguido poca cosa.

4.- Paso a la lectura evangélica. Jesús había llegado al lugar huyendo del peligro. En vez de acobardarse atendió a la multitud que acudía a escucharle. Multiplicó los panes. La gente quedó satisfecha, quiso estar solo y despidió a los apóstoles. No tenía tiempo de irse con ellos a pescar. No tenía tiempo, debía continuar al día siguiente su labor. Que no, que no tenía tiempo, como le pasa a tanta gente de hoy en día. Precisaba descansar también. Pues no, en esta situación, y visto lo que le espera, debe entregarse a la oración, que es lo más importante e imprescindible. ¿A quién de los que se quejan de no tener tiempo, se le ocurre solucionar la contrariedad, dedicándose a la oración?

5.- Conseguida la serenidad, el Maestro va al encuentro de los suyos. Que recurra a sus poderes no tiene demasiada importancia, que les enriquezca trasmitiéndoselos, sí que es admirable. Pero el gozar del don no excluye la duda. Pedro ha empezado decidido, enseguida se deja arrebatar por la desconfianza y se hunde en el lago. No se alarma el Señor, le da la mano. Reunidos todos, reina la paz. Hasta las olas que cada noche, y de repente, aparecen y se encrespan, deciden amainar. Precioso homenaje de la naturaleza.

6.- Nuestra Fe, el Señor que se hace Gracia en nosotros, nos procura la felicidad. Observad, mis queridos jóvenes lectores, que no he acudido a discursos teológicos que tienen su valor. Ahora bien lo importante, y no os lo perdáis, es la experiencia de la bondad de Dios. Es la mejor fortuna.

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