12 agosto 2014

Hoy es 12 de agosto, martes de la XIX semana de Tiempo Ordinario.

Hoy es 12 de agosto, martes de la XIX semana de Tiempo Ordinario.
En medio del viento fuerte que azota mis días, necesito un árbol firme para protegerme. Entro en la oración como si llegara de todas mis urgencias y demandas a guarecerme ante Dios. Dejo que él entibie mi corazón con el calor de su amor. Él me calma, me vuelve a mi centro, me equilibra, cuando siento que el viento golpea mi carga, el Señor la arregla y la vuelve a esquivar.

La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 18, 1-5.10.12-14):
En aquel momento, se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: «¿Quién es el más importante en el reino de los cielos?»
Él llamó a un niño, lo puso en medio y dijo: «Os aseguro que, si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Por tanto, el que se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el reino de los cielos. El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí. Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro de mi Padre celestial. ¿Qué os parece? Suponed que un hombre tiene cien ovejas: si una se le pierde, ¿no deja las noventa y nueve en el monte y va en busca de la perdida? y si la encuentra, os aseguro que se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se habían extraviado. Lo mismo vuestro Padre del cielo: no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños.»
A los pobres discípulos, contaminados de los sueños de grandeza de su ambiente, les cuesta entender a Jesús y su camino de humillación y abajamiento. Hoy vemos que, después de haberles hablado varias veces de su muerte y resurrección, a ellos les sigue preocupando ser importante no sólo entre ellos –en la comunidad- , sino ante Dios: Por eso preguntan a Jesús: ¿Quién es el más importante en el reino de los cielo?...  Al meditar éste pasaje, me imagino al bueno de Jesús mirando a sus discípulos con mirada de pena y decepción. Él está empeñado en que comprendan –y acepten- su camino mesiánico de humillación y muerte, y ellos siguen con sus delirios de grandeza, sin apenas entender el mensaje de Jesús. Bien escribió L. Evely que no hay ninguna enseñanza de Cristo a la que los su apóstoles hayan resistido con mayor obstinación que la de su rebajamiento, humillación y cruz. Y a nosotros, ¿no nos ocurre lo mismo? Cambia, Señor, esta mentalidad nuestra tan “según el mundo”, y que no temamos aceptar la tuya.
Jesús quiere hacerles entender que, entre sus seguidores, lo que debe reinar es el espíritu de servicio, entrega, perdón y amor gratuito, sin buscar su propio interés y sobresalir.  Para ello realiza el gesto profético de poner a un niño en medio de ellos. “Y dijo: Os aseguro que, si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el reino de los cielos.” Ahí está, en la comunidad de Jesús, el centro y modelo es el niño, el  pequeño,  el que menos cuenta, según la mentalidad de entonces. Y este es el criterio con el que deben medir la importancia de las personas en la comunidad cristiana: al  revés que en el mundo, en el reino de los cielos, el más importante es el que más sirve. Así de sencillo: Para ser importante, hemos de hacernos niños,  pequeños. Niño ante Dios, necesitado, débil, pero con una inmensa confianza en el amor del Abbá. Y niño para con los hermanos, es decir, el servidor humilde de ellos. Así es grande e importante el cristiano.  Es lo que hizo Jesús. El era el Señor y Maestro y se hizo el servidor. Y si tú obraste así, Señor,  ¿cómo obrar yo de otra manera?
El evangelio concluye hablándonos de la oveja que se separa del rebaño y se descarría y deja de ir tras el pastor. Pero el pastor la ama como si fuera única. Por  eso, deja las noventa y nueve restantes y va a buscarla. “Y si la encuentra, os aseguro que se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se habían extraviado. Lo mismo vuestro Padre del cielo: no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños." ¡Qué palabras tan consoladoras, Señor, para los que somos débiles y pecadores! Te seguimos, hemos escogido ser de los “pequeños”, de los que sirven en tu comunidad;  pero podemos separarnos de tu comunidad, renunciando a ser de los “pequeños”. Y entonces nos descarriamos buscando caminos de grandeza.  Pero, Señor,  hoy nos dices que, si algo hemos de tener seguro, es que tú nos amas y nos buscas,  porque no quieres “que se pierda ni uno de tus pequeños.” Y cuando nos encuentras, organizas una fiesta. Gracias, Señor Jesús, por ese amor tan inmenso. Que yo te ame como tú me amas.
Leo nuevamente el texto de Mateo y me quedo con la imagen de un niño. ¿Qué me dice el Señor a mí con esa imagen?
Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja tu comentario