11 agosto 2014

Espiritualidad Franciscana: HIJOS DE DIOS Y HERMANOS DE LOS HOMBRES Y DE LAS CRIATURAS.



Por Julio Micó, o.f.m.cap.
Una de las pocas seguridades que jalonaron el camino espiritual de Francisco fue su convicción de que la forma de vida evangélica que el Señor le había inspirado debía crecer y realizarse dentro de la Iglesia. La Iglesia era el ámbito natural de la presencia del Señor hecha Palabra; en ella resonaba el Evangelio como una invitación a convertirse y entrar en la dinámica del Reino; por eso, en ella debía concretarse la respuesta existencial de la fe, viviendo el Evangelio según el modo que mejor expresase la decisión de seguir a Jesús.

El Evangelio, como utopía realizable de una NUEVA vida ofrecida por Jesús, puede quedarse en un proyecto etéreo si no se materializa en las formas ordinarias que los humanos tenemos para ser y expresarnos como hombres. Las propuestas de Jesús son para ser vividas, y en cada momento histórico hay que traducirlas a los esquemas y estructuras sociales que las hagan posibles.


ENTRE las propuestas evangélicas de Jesús está la fraternidad. El amor que Dios tiene a cada persona fundamenta la experiencia del amor fraterno. Si Dios quiere a todos, incluso a los ingratos y perversos (Lc 6,35), el amor cristiano debe hacerse extensible también a los enemigos (Lc 6,27s).

La fraternidad proclamada por Jesús tiene su expresión máxima en las comunidades primitivas. En ellas se palpa, al menos como tarea, el primer fruto del Espíritu: el amor. La comunión de corazones y el compartir los bienes aparecen no sólo como características de la comunidad de Jerusalén, sino como ideal para todos los cristianos que en el futuro entren a formar parte de la Iglesia.

Esta experiencia de fraternidad se fue condensando de manera particular en la vida monástica. La espiritualidad de los monjes tenía como modelo la vida apostólica; es decir, la imitación de los apóstoles y la primitiva comunidad de Jerusalén, hasta el punto que Casiano verá en el monacato la prolongación histórica de esa comunidad.

La fraternidad, como trama de relaciones mutuas donde se concreta de una forma real el amor de unos a otros, tiene en cada época su modo de estructurarse. A la fraternidad monástica acompañó, a partir del siglo XII, otro modo de sentirse hermanos, fruto de los cambios sociales y políticos. Los monjes entendían su fraternidad a partir del modelo estático y sedentario de la comunidad de Jerusalén. La sociedad feudal, que les aporta las estructuras, será la matriz de un amor jerarquizado y vertical, donde las relaciones con los iguales o no existen o están ritualizadas; mientras que las Fraternidades medievales, por apoyarse en estructuras socioculturales caracterizadas por relaciones de solidaridad y horizontalidad, buscarán su modelo apostólico en la comunidad de Jesús enviada en misión.

Francisco disponía, al menos, de estas dos formas eclesiales para encarnar su voluntad de vivir el Evangelio. La decantación por un tipo de Fraternidad que concentraba las NUEVAS aspiraciones tanto sociales como religiosas de la sociedad que estaba naciendo, supuso la aparición del grupo franciscano como la encarnación del ideal evangélico en unas estructuras significantes y provocadoras que trataban de desencadenar la conversión al Reino desde la perspectiva penitencial.

1. DE LA FRATERNIDAD A LA ORDEN

Cuando hablamos de Fraternidad, aunque no seamos conscientes, estamos hablando de dos cosas distintas si bien relacionadas entre sí. Por un lado, con la palabra Fraternidad estamos designando la institución, la estructura que agrupa a los hermanos y que en castellano podríamos denominar Hermandad. Por otro, el término fraternidad significa la relación existente entre los hermanos, la convivialidad o, como algunos prefieren, la fraternalidad. Nosotros, para seguir la tradición y, por otra parte, distinguir las dos acepciones, hablaremos de Fraternidad en mayúscula cuando se trate de la institución, y en minúscula cuando designemos las relaciones fraternas.

Francisco utiliza siempre este término en el primer sentido, o sea, para describir la institución. Mientras que para designar las relaciones fraternas usa siempre la palabra hermano, con todas sus implicaciones de reciprocidad. Para él, la fraternidad no consiste en la relación del hermano con la comunidad, sino en la relación de cada uno con los otros - alter alterius-, por lo que no habla nunca de fraternidad como un absoluto abstracto, sino de hermanos concretos que se relacionan unos con otros.

Este vocablo, tan fundamental a la hora de conocer la identidad del grupo franciscano, tiene una trayectoria curiosa, y es que solamente lo utilizan Francisco y sus biógrafos, mientras que posteriormente desaparece al ser sustituido por Religión y Orden. En concreto, los comentarios de la Regla provenientes tanto de la Comunidad como de los Espirituales no EMPLEAN nunca la palabra Fraternidad; como tampoco la utilizaron las Constituciones hasta llegar a las de Perpiñán, en 1331, con la desgracia de que sólo estuvieron en vigor durante dos años.

Esto suscita una pregunta, y es por qué trataron de olvidar esta palabra apenas muerto Francisco y sustituirla por la de Orden, siendo así que está en la misma Regla como expresión del grupo de hermanos comprometidos en el seguimiento evangélico. La verdad es que en el siglo XIII, tanto en las fuentes franciscanas como en los otros escritos, el uso de los términos Fraternidad, Orden y Religión es bastante fluctuante, utilizándolos indistintamente. El mismo Francisco los usa así al hablar de los sacerdotes de la Orden (2 R 7,2; CtaO 38; VerAl 4.5) o de nuestra Religión (1 R 20,1); de los ministros de nuestra Religión (1 R Pról. 3; 2 R 8,1; CtaO 2.38.47) y de la prohibición de salir de esta Religión (2 R 2,12) o pasar a otra Religión (1 R 2,10); ser expulsado de nuestra Religión (1 R 13,1) y aceptar de los hermanos las cosas saludables que no se desvíen de nuestra Religión (1 R 19,3).

Aunque no conviene ignorar que las palabras Orden y Religión están aplicadas al grupo de hermanos, sí es curioso que se relacionen con actitudes jurídicas, por lo que no sería descabellado pensar o que fueron introducidas por los Ministros y Hugolino, colaboradores de Francisco en la tarea legislativa, o que el mismo Francisco las utilizara CITANDO el derecho eclesiástico.

Esta intercambialidad de los términos Fraternidad, Religión y Orden ha dado pie para que la mayoría de franciscanistas las tome como sinónimos, puesto que para Francisco, piensan, también lo eran presumiblemente. Pero la realidad es que no lo son y, por tanto, la sustitución de los términos tiene una intencionalidad que conviene aclarar.

A.- FRATERNIDAD, RELIGIÓN, ORDEN

Todo vocablo tiene su historia semántica, y para conocer la del término Fraternidad hay que remontarse, nada menos, que a la antigüedad romana.

a) Fraternidad

En la Roma clásica existían diversos tipos de corporaciones: corporaciones de los que ejercían el mismo oficio; hermandades de devotos de una misma divinidad; asociaciones de pobres interesados en tener una sepultura digna mediante un cementerio comunitario. Todos estos grupos son designados con los términos collegium, consortium y societas.

La ley romana les permitía reunirse para recoger las cotizaciones de sus miembros, realizar algún rito religioso o participar en alguna comida extraordinaria, a la que llamaban convivium. También existían grupos de amigos que se reunían para celebrar algún banquete festivo, contribuyendo a ello con alguna aportación en especie o en metálico.

Muchas de las disposiciones estatutarias de estos grupos romanos pasaron a los estatutos de corporaciones o cofradías de la Edad Media. Pero en el Medioevo, empapado de religiosidad, para designar a estas pías asociaciones de laicos se recurrirá a las palabras latinas ágape, cáritas, fratérnitas y a sus respectivos neologismos, que en castellano será el de hermandad, palabra que engloba tanto a los grupos profesionales o gremiales, como a las asociaciones piadosas.

La descripción un tanto imprecisa de estos términos se debe, en parte, al silencio de los juristas. Ni el derecho civil ni el canónico parecen interesados en conceder entidad jurídica a esta realidad social, por lo que su conocimiento sólo nos llega a través de los propios DOCUMENTOS internos de dichos grupos. Sin embargo, sí podemos afirmar que la palabra fratérnitas es polivalente; sirve tanto para designar a esos grupos que, en sentido amplio, podríamos llamar predecesores del franciscanismo, como a otros que no tienen ninguna relación con él. La fratérnitas es, pues, un grupo de iguales, asociados por una obra común, que puede ser religiosa o profana.

Además de esta acepción del término fratérnitas entendida en el sentido de pías uniones de laicos, con el NOMBRE de fraternitates, associationes, societates, familiaritates son conocidos desde finales del siglo VIII particulares modos de unión entre monasterios con vistas a una ayuda caritativa. Inicialmente se trataba de asociaciones de oración y de caridad, extendiéndose posteriormente a las ayudas materiales. En tiempos de Pedro el Venerable, Cluny contaba con una fratérnitas de 314 asociados entre iglesias, monasterios y capítulos.

b) Religión

La palabra Religio, aunque alguna vez se use como sinónimo de cofradía, significa casi siempre la vida religiosa o el grupo reconocido y aprobado en el que se vive la vida religiosa, significado que expresa bien la frase entrar en religión. Esta afirmación del término se debe a la preferencia del concilio Lateranense IV (1215) al RESERVAR el vocablo ordo para las órdenes sagradas (1 R 19,3; Test 6), y religio para las órdenes religiosas.

c) Orden

El término orden también tiene varios significados. San Benito en su Regla (21, 43. 63) da a esta palabra el significado de fila, de puesto del monje en el coro, de orden de antigüedad. Otro significado es el de disposición ordenada, del modo de realizarse una ceremonia, como en la expresión Ordo divinii officii. Para los religiosos, orden significa el modo de vivir, como expresa el Liber Ordinis de los canónigos regulares de S. Víctor.

El traslado semántico hacia el significado actual se hizo al designar con el término orden el conjunto de monasterios que observaban las mismas costumbres, es decir, el mismo ordo. Así Ordo Cluniacensis y Ordo Cisterciensium es lo mismo que el conjunto de monasterios que profesaban la Regla de S. Benito según el libro de costumbres de Cluny o de Cîteaux.

Otro sentido del término orden es el referente a los estados en la Iglesia. Aunque varía con el tiempo, en los siglos XII y XIII se da el ordo de los casados, de los continentes y vírgenes y, por encima, el de los prelados. Junto a estos órdenes eclesiásticos están los sociales; lo que hoy llamaríamos clases o capas sociales. La sociedad medieval se dividía, jerárquicamente, en estos órdenes: los oratores, los bellatores y los laboratores; es decir, los que rezaban, los que guerreaban y los que trabajaban, según la terminología EMPLEADA en el famoso poema de Adalberto de Laon.

Resumiendo el proceso de estos tres conceptos -Fraternidad, Religión y Orden-, podemos concretar, a partir de los DOCUMENTOS medievales, que, mientras Orden y Religión tienden a convertirse en sinónimos, Fraternidad y Orden no lo son nunca, y Fraternidad y Religión, en muy contadas ocasiones.

B.- LA JERARQUÍA Y LAS FRATERNIDADES

La reacción oficial ante estas Fraternidades fue siempre negativa. Además de negarles su existencia jurídica al no incluirlas en el Corpus Juris, cada vez que la autoridad local se preocupa de ellas es para denunciar abusos -o supuestos abusos- y condenarlas. Esta actitud de la jerarquía hacia ellas denota, en el fondo, una desconfianza absoluta, ya que suponían una amenaza para la institución. Estas Fraternidades representaban una nueva concepción del poder que se basaba en el pacto mutuo, lo cual vaciaba de sentido la obediencia feudal, con todo lo que esto suponía de desestabilización. En una sociedad jerárquica y vertical, en la que cada uno está ligado a superiores e inferiores sin tener en CUENTA las relaciones entre iguales, el juramento mutuo de ayuda y fidelidad supone una organización social solidaria que echa por tierra todo el sistema feudal.

Las Fraternidades, por su inspiración y por su lógica interna, son la negación de los órdenes como estructura cerrada. Si miramos la eclesiología de los órdenes del siglo XII, da la impresión de que están insistiendo en un arcaísmo ya superado. Incluso en la formación de los Comunes, el motivo evangélico en el que éstos se basan denota que no se consideraban subversores sino cumplidores de la ley de Cristo al proponer una sociedad igualitaria y fraterna. Al menos así lo expresan los fundadores de uno de esos Comunes: «Algunos de los nuestros, deseando no abrogar la ley sino cumplirla, han hecho juramento común, con vistas al propio gobierno, de que todo prójimo fuese protegido, en caso de necesidad, como un hermano».

C.- FRANCISCO Y LA FRATERNIDAD

Uno de los pocos caminos por el que se puede rastrear la identidad de la primitiva Fraternidad es el de las Fuentes. Pero hay que tener en cuenta que todas ellas fueron escritas cuando la Fraternidad se había convertido en Orden, por lo que sus autores tienden a describir los hechos antiguos según el cuadro de las instituciones que ellos conocen y viven diariamente, cometiendo a veces anacronismos que ellos ni siquiera perciben.

Por los materiales que nos ofrecen estas Fuentes, sobre todo las biográficas, se PUEDE deducir que la voluntad de Francisco al encontrarse con los primeros compañeros es formar una de esas Fraternidades piadosas laicas en la que poder vivir el Evangelio de una forma gratificante.

El ambiente social de los Comunes, en el que se había criado Francisco, favorecía la tendencia a buscar y preferir, en los grupos, las relaciones horizontales fraternas e igualitarias a las verticales, más propias del feudalismo. El que Francisco perteneciera a una peña o grupo de jóvenes, que se reunían, entre otras cosas, para organizar banquetes y divertirse (1 Cel 7; TC 7), es una prueba de su sensibilidad por este tipo de asociaciones seculares que afloraban en la sociedad.

Cuando Francisco se convierte, su lectura del Evangelio está condicionada por esta formación comunal que había recibido. Al formar la Fraternidad, la respuesta que dan los primeros compañeros a los que preguntan por su identidad es clara: «Somos penitentes y oriundos de ASÍS» (TC 37). Esta forma de organizarse en Fraternidad se mantiene aún después de haber sido aprobados por Roma, puesto que sus pautas de comportamiento no pueden definirse como de verdaderos religiosos. Carecen de Regla propiamente dicha; no tienen residencias estables donde poderse remitir; no rezan el oficio canónico, etc. Por el contrario, sus formas de desenvolverse son las típicas de los movimientos religiosos laicales: consiguen la Porciúncula como sede social de la Fraternidad; hacen reuniones o capítulos, según Vitry, «para alegrarse en el Señor y comer juntos»; realizan un apostolado de talante laico, a pesar de que ya hay algunos sacerdotes, etc. Todo ello indica que el grupo primitivo franciscano, lejos de considerarse una Orden, se ve más bien como una Fraternidad de iguales que buscan vivir el Evangelio.

D.- UNA FRATERNIDAD QUE SE CONVIERTE EN ORDEN

Si el franciscanismo nació como Fraternidad, cabe preguntarse por qué motivo llegó a convertirse en una Orden que se avergonzó de sus propios orígenes y los ocultó por considerarlos humillantes. El análisis del proceso seguido nos puede ayudar a encontrar la respuesta.

Para explicar esta transformación se suele dar un peso decisivo a la intervención de la Curia romana. Pero en realidad lo que hacía la Curia era poner en práctica las ideas de Inocencio III, el cual, por lo que se refiere a la vida religiosa, seguía una política de centralización. En 1201 proyectó unir bajo una sola Regla a todos los religiosos que misionaban en Livonia. En 1203, con el fin de promover la reforma de la vida religiosa, ordena a todos los abades de una misma región que se reúnan en capítulos generales. Hacia 1207 se propuso reunir a todas las monjas de Roma en un solo monasterio de estricta clausura.

Por otro lado, hay que destacar su empeño en normalizar jurídicamente, por medio de un Propósitum, a todos los movimientos pauperísticos disidentes que reunieran las mínimas CONDICIONES para ser readmitidos en la Iglesia. Así los Valdenses de Durando de Huesca y Bernardo Prim, los Humillados, etc. Este proceso de centralización se percibe también en su habilidad para convertir en congregaciones religiosas algunos grupos que, aun disponiendo de una Regla propia, no eran considerados corno órdenes monásticas o canonicales. Así lo hizo con los Trinitarios y los Hospitalarios de Montpellier y de S. Marcos de Mantua, los cuales, habiendo sido reconocidos primeramente como Fraternidad, se transformaron en Religión.

Sin embargo, si bien es verdad que la Curia tenía su propio plan de reforma de la vida religiosa que Inocencio III trató de llevar a cabo, su acción no fue impositiva sino, más bien, persuasiva. Es decir, que aprovechó sus dotes para terminar de convencer a la mayoría de los frailes más representativos para que trabajaran en la evolución de la Fraternidad en el sentido que estaba marcado desde Roma.

Francisco había intuido una forma de vivir el Evangelio bastante original, pero la mayoría de los frailes que le seguían no estaban del todo convencidos de que ese modo tan informal y jurídicamente indefinido fuera el mejor; de ahí que desearan ser aprobados por la Iglesia como una Orden más y con todas las consecuencias. Vivir el Evangelio como pretendía Francisco podía ser algo sublime, pero la ausencia de referencias jurídicas les hacía vacilar en su identidad, por lo que se prefería andar por los caminos ya trillados, pero seguros, de las Ordenes religiosas ya aprobadas por la Iglesia.

Un ejemplo del desprecio con que se miraba a estos nuevos grupos que, a pesar de ser reconocidos por la Iglesia, no formaban parte del Corpus Juris es la respuesta de Esteban de Tournai, abad de Santa Genoveva de París, a la pregunta del maestro de novicios de la abadía cisterciense de Pontigny sobre si podía dar el HÁBITO a unos novicios de Grandmont a pesar de las promesas que habían hecho. La respuesta resulta pintoresca: «El libro que contiene sus constituciones, los grandmonteses no lo llaman "Regla" sino "Vida". Por consiguiente, si los que profesamos una Regla somos "regulares", ellos, que profesan una Vida, deberían ser llamados clérigos o laicos "vitales"». La infravaloración de la forma de vida de Grandmont, que pretendía hacer vivir el Evangelio como principal Regla, es evidente; pero esta coherencia cristiana no significaba nada para los que pretendían seguir a Jesús desde una visión jurídica.

La forma de vida evangélica que Francisco trataba de realizar era jurídicamente insegura, y uno de los motivos de esta inseguridad ante un modelo de vida no identificado jurídicamente pudo ser el crecimiento tan rápido y desorbitado de la Fraternidad, en la que se hacía imposible la asimilación del carisma de Francisco que los aglutinara y les diera consistencia. De los doce que eran en 1209 cuando van a Roma, se convierten en cinco mil en el Capítulo de 1219. No existe un grupo humano capaz de asimilar esta tasa de crecimiento sin que tenga que realizar profundas reformas en su estructura. El paso de la Fraternidad a la Orden se realiza en un contexto de reforma estructural y de lucha por el poder.

En un grupo tan NUMEROSO y sin capacidad de autocontrol por carecer de una autoridad impositiva, es lógico que aparecieran los grupos de poder que trataran de dirigir a la Fraternidad hacia sus propios planteamientos. Esta situación se convirtió en explosiva cuando en el Capítulo de 1219 el grupo formado, sobre todo, por los Ministros provinciales trató de presionar a Francisco, por medio del cardenal Hugolino, para que la asamblea se decidiera por una de las Reglas clásicas, tal como había propuesto el concilio IV de Letrán, y así pudiera ser aprobada como una Orden más (EP 68). Aunque de momento no se adoptó esa decisión, un año después Francisco tuvo que dimitir, y en su lugar se ponía a Pedro Catáneo (2 Cel 143).

La situación se estaba clarificando. Los partidarios de la Fraternidad seguían en minoría, mientras que los más eran partidarios de una estructura clásica. Por otra parte, la Curia tampoco veía con buenos ojos esa estructura igualitaria e incontrolable con que pretendía Francisco llevar adelante su forma de vida evangélica. El resultado fue el previsto. La Regla bulada de 1223, aunque mantenía en cierto modo la inspiración de Francisco, consagra el paso de la Fraternidad a la Orden.

Tal aprobación no puede ser leída como un triunfo de la tenacidad de Francisco por mantener la estructura de la Fraternidad, ya que la bula Solet annuere era un formulario que se utilizaba para conceder privilegios ordinarios y no en el caso de aprobación de una Orden religiosa, que solía hacerse con el formulario más solemne: Religiosam vitam eligéntibus. La prueba está en que la bula utiliza el término Orden, mientras que la Regla EMPLEA el de Fraternidad.

Este silencio sobre la estructura primitiva del grupo se irá generalizando progresivamente. El título oficial de Orden de Hermanos Menores hará que se vaya olvidando poco a poco que en la Regla Francisco describe la organización del grupo en FORMA de Fraternidad, no de Orden. Ni los compañeros de Francisco ni los Espirituales después evocarán esta realidad, por lo que los Cronistas seguirán creyendo y escribiendo que los franciscanos eran, evidentemente, una Orden, ya que no podían sospechar que alguna vez pudieran haber sido otra cosa.

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