06 agosto 2014

Comentario al Evangelio de hoy, 6 de agosto

Pedro Belderrain, cmf
Queridos hermanos y hermanas,
Nuestro caminar en el tiempo ordinario se encuentra hoy con un hecho especial: la celebración de la fiesta de la Transfiguración del Señor, un episodio recogido por los tres evangelios sinópticos, cuyo significado probablemente sólo comprenderemos del todo cuando compartamos en plenitud la vida eterna.

¿Qué puede querer decirnos el Padre con este trance en la vida de Jesús? Es muy probable que su intención principal sea la señalada por el texto: mostrarnos a su Hijo amado, al Predilecto, e invitarnos a que le abramos de verdad nuestro corazón y le escuchemos. Algo parecido se nos invita ya a hacer en los relatos del bautismo del Señor, y cosa nada distinta se nos propone cuando, elevado sobre la cruz, el Padre nos muestra al Hijo Resucitado y Glorioso.
Escuchar a Jesús: fácil de decir y quizá no tanto de hacer, pero realmente importante. Sobre todo hoy, cuando en no pocas sociedades cada día escuchamos menos. Lo nuestro, lo mío, ocupa cada vez más espacio: es difícil hacer sitio al otro, cuanto más al Otro (con mayúscula). Como a los discípulos invitados a subir al monte con Jesús también se nos anima a contemplar el rostro de quien brilla como la luz. Según Benedicto XVI en este relato se muestra lo que sucede cuando Jesús conversa con el Padre: en su ser con él, Jesús mismo es Luz de Luz. Cuando Moisés subía al monte y se encontraba con Dios su rostro resplandecía, pero la luz le venía de otro; cuando Jesús sube al monte la luz ya está en Él; el Hijo comparte la Luz del Padre.
Hay quien sugiere que con la Transfiguración el Padre quiso ‘reforzar’ la fe de Jesús, ofrecerle un signo claro de su confianza que le animara a seguir camino, a emprender la subida a Jerusalén. Algún día lo sabremos del todo pero -como insinúa el prefacio de esta fiesta- la Transfiguración sí  cumple esa función en nosotros: el camino del discípulo puede parecer complicado, pero la nube del Hijo al que hay que escuchar nos cubre siempre.
No quiero acabar mi comentario sin dos recuerdos. El 6 de agosto trae a la memoria un momento bien triste de la historia: el lanzamiento de la primera bomba atómica contra una población civil. Oremos por la paz; sigamos empeñándonos en ella. Este día 6 evoca también al queridísimo Giovanni Battista Montini, que sirvió a la Iglesia como Pablo VI: el 6 de agosto de 1964 (hoy hace cincuenta años) publicaba su primera encíclica (Ecclesiam Suam); el 6 de agosto de 1978, gastado al servicio de la Iglesia, entregaba su alma al Señor. Buen día para recordarle agradecidos y para interceder por el papa Francisco: que el Señor siga bendiciendo y acompañando a su Iglesia.

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