29 julio 2014

San Francisco... ¿medieval o moderno?




Fuente: Jacques Le Goff
San Francisco de Asís, Ediciones Akal, Tres Cantos (Madrid), pp. 65-66

...Francisco, tan ortodoxo como se ha indicado y más tradicional de lo que se ha querido ver después, ¿no fue entonces un verdadero innovador? Sí, y en aspectos esenciales.

Tomando y dando por modelo al mismo Cristo y no a sus apóstoles, embarcó a la cristiandad en una imitación del Dios hombre que devolvió al humanismo las ambiciones más altas, un horizonte infinito.

Sustrayéndose a sí mismo a la tentación de la soledad para ir al centro de la sociedad viva, en las ciudades y no en los desiertos, los bosques o los campos, rompió definitivamente con el monacato del aislamiento del mundo.

Proponiendo como programa un ideal positivo, abierto al amor a todas las criaturas y a toda la creación, anclado en la joie y nunca más en la sombría accedia, en la tristeza, rechazando ser el monje ideal dedicado a llorar de la tradición monástica previa, transformó la sensibilidad medieval y cristiana y reencontró el júbilo primigenio, rápidamente ahogado por un cristianismo masoquista.

Franqueando el acceso de la cultura caballeresca de los trovadores y la cultura laica popular del folclore campesino, con sus animales y su universo natural a la espiritualidad cristiana, el milagro franciscano hizo saltar la tapa que la cultura clerical había hecho colocar sobre la vieja cultura tradicional de la humanidad.

De este modo, el retorno a las fuentes fue el signo y el testimonio de la renovación y el progreso.


Un retorno a las fuentes, porque no debemos olvidar que, en última instancia, el franciscanismo es reaccionario. De cara al moderno siglo XIII, fue la reacción, no de un inadaptado como Gioacchino (de Fiore) o Dante, sino de un hombre que quería salvaguardar unos valores esenciales frente a la evolución. Para el mismo Francisco, estas tendencias reaccionarias podían aparecer como vanas y también peligrosas. En el siglo de las universidades, el rechazo de las ciencias y los libros y, en el siglo de la acuñación de los primeros ducados, los primeros florines o los primeros escudos de oro, el odio visceral por el dinero. Francisco, en la Regla de 1221 y menosprecio de todo sentimiento económico, se quejaba: "No debemos conceder más utilidad al dinero y a las monedas que a las piedras. ¿No era éste un peligroso disparate? Sí, si Francisco hubiese querido englobar en su Regla a toda la humanidad. Pero, precisamente, Francisco tampoco quería transformar a sus compañeros en una orden, no quería más que reunir un pequeño grupo, una élite que mantuviera un contrapeso, una inquietud y un fermento en el avance del bienestar. Este contrapunto franciscano aún es una necesidad del mundo moderno, tanto para los creyentes como para los no creyentes. Y como Francisco, por la palabra y por el ejemplo, predicó con un ardor, una pureza y una poesía inigualables, el franciscanismo es considerado todavía hoy, y en palabras de Tomás de Celano, una sancta novitas, una santa novedad, y el Poverello no es sólo uno de los protagonistas de la historia, sino uno de los guías de la humanidad.

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