27 julio 2014

¿Nos merece la pena?

Una imagen habitual en el comienzo de las rebajas es la gente que va de madrugada a esperar a que abran el centro comercial para ser los primeros en entrar y adquirir el producto que desean. Hace unas semanas fue noticia que un grupo de jóvenes estaban acampadas ya frente a una de las puertas de un estadio de fútbol para coger el mejor sitio en un concierto de un grupo, que tendría lugar dos meses más tarde. También fue noticia que una multinacional del mueble, para celebrar la apertura de una nueva tienda, regalaba 500 euros en compras al primero que entrase vistiendo los colores de la marca, y 100 euros más a los 100 primeros que vistiesen así, y desde casi una semana antes ya había personas acampadas. Cuando algo nos merece la pena, estamos dispuestos a dejar de lado todo (familia, estudios, trabajo…) y soportamos calor y frío, sol y lluvia, con tal de conseguirlo.
El Evangelio de hoy nos ha presentado el caso de dos personas que quieren conseguir lo que desean: un tesoro escondido, o una perla de gran valor. Y están dispuestas a vender todo lo que tienen, les merece la pena con tal de conseguirlo. Jesús utiliza este ejemplo para hacernos reflexionar acerca de cuál debe ser nuestra actitud ante el Reino de los cielos que Él anunció y nos ofrece. Nosotros no debemos entender el ejemplo en términos comerciales, porque evidentemente el Reino de los cielos no se compra, es un regalo que Jesús nos hace, y debemos decidir si lo vamos a aceptar o no.
El primer punto de reflexión es preguntarnos si el Reino de los cielos es para nosotros algo valioso, como ese tesoro o esa perla, algo que deseamos de verdad. Porque si no lo consideramos así, seguro que no vamos a interesarnos por él.
El segundo punto de reflexión es preguntarnos, aceptando que el Reino sea algo valioso y deseable, si nos merece la pena “vender todo lo que tenemos” para hacer nuestro el Reino, o si nos parece que “su precio” es demasiado elevado.
Quizá nos dé miedo arriesgarnos por ese Reino, tal como están las cosas de inciertas hoy en día. Quizá nos parezcan demasiados los sacrificios y dificultades que debemos afrontar para hacerlo nuestro, pero como decía San Pablo en la 2ª lectura: a los que aman a Dios todo les sirve para el bien.
Quizá en nuestra reflexión descubramos que no hemos interiorizado lo que el Reino de los cielos significa, y lo que se nos ofrece, para darnos cuenta que ninguno de los “reinos” que encontramos en este mundo se le puede comparar, y que nos merece la pena todo con tal de hacerlo nuestro.
¿Alguna vez he hecho algo extraordinario con tal de conseguir algo que deseaba? ¿Por qué, cuál era mi motivación? ¿Qué me aportó lo que conseguí? ¿Sé lo que significa y lo que ofrece el Reino de los cielos? ¿Es para mí algo valioso y deseable, como un tesoro o una perla? ¿Qué estoy dispuesto a “vender” con tal de hacerlo mío? Y siendo sincero, ¿qué no estoy dispuesto a “vender”?
Miremos con espíritu crítico los “reinos” de este mundo: el reino del poder, del materialismo, de la tecnología, de la informática, del consumismo, de la estética… y aunque nos resulten deseables y apetecibles, descubriremos que ninguno de estos “reinos” se puede comparar al Reino de los cielos, y que no merece la pena “vender” nada, ni “vendernos” a nosotros mismos por esos “reinos”.
Si para adquirir algo que nos interesa estamos dispuestos a acampar durante semanas, a soportar frío y calor, incomodidades… ¿no vamos a estar dispuestos a hacerlo por el Reino de los cielos, con todo lo que significa?
Hoy la Palabra de Dios nos hace una fuerte llamada al respecto: busquémoslo, descubrámoslo en toda su riqueza, deseémoslo de corazón, y “vendamos todo lo que tenemos” para hacerlo nuestro, como hemos pedido en la oración colecta: que de tal modo nos sirvamos de los bienes pasajeros, que podamos adherirnos a los eternos.

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