Hoy es 25 de julio, miércoles de la XVI semana de Tiempo Ordinario, festividad de Santiago apóstol.
Allá donde estés, deja las cosas que te preocupan y detente a tener un momento de oración con el Señor. Déjate hacer por este momento de encuentro y siéntete acogido por las manos abiertas de Dios.
La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 20, 20.28):
En aquel tiempo, se acercó a Jesús la madre de los Zebedeos con sus hijos y se postró para hacerle una petición. Él le preguntó: "¿Qué deseas?" Ella contestó: "Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda." Pero Jesús replicó: "No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?" Contestaron: "Lo somos." Él les dijo: "Mi cáliz lo beberéis; pero el puesto a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre." Los otros diez, que lo habían oído, se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús, reuniéndolos, les dijo: "Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos."
Ser importante es una aspiración profundamente sentida por la persona humana. Y para satisfacer esa necesidad se procura ser poderoso y ocupar puestos importantes… Nosotros ¿cómo buscamos satisfacer esta necesidad? Es bueno preguntárnoslo hoy ante al evangelio de esta fiesta de Santiago. A los discípulos Jesús les había dicho, por tres veces, que subía a Jerusalén para ser entregado en manos de los judíos, que lo crucificarían, perol resucitaría al tercer día. Y a la madre de los Zebedeos –Santiago y Juan- no se le ocurre otra cosa que pedir para sus hijos los primeros puestos en el reino de Jesús: "Señor, ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda." ¡Qué tristeza debiste sentir, Señor! Por más que les digas, no acaban de entender el sentido de tu subida a Jerusalén: Tú subes a la entrega y a la humillación, ¡y ellos siguen pensando en un triunfo terreno, y en participar de ese triunfo ocupando los primeros puestos en tu reino! Aunque ¿puedo yo criticar a los Zebedeos? ¿No ambiciono lo mismo? Señor, ¿cuándo comprenderé tu mensaje de amor y entrega?
A la ambición de los Zebedeos Jesús les responde: ”No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?” Y lo mismo nos dice a nosotros ante nuestras ambiciones. Porque para participar del reino de Jesús, hay que “beber el cáliz” que él bebió, es decir, seguir su camino de humillación, participando en su pasión y muerte. Y lo olvidamos, como lo olvidaban los Zebedeos. A ellos se lo había dicho Jesús, pero no terminaban de entenderlo. Por eso ambicionan los primeros puestos, y los otros diez se enfadan. Sólo a la luz de la resurrección de Jesús comprenderán que, en el reino de Jesús, al triunfo se llega dando la vida. Entonces sí dirán al Sumo Sacerdote y al Sanedrín: “Hay que obedecer a Dios antes que los hombres”. Y por obedecer a Dios, y seguir dando testimonio de la resurrección del Señor, “Herodes hizo pasar a cuchillo a Santiago, hermano de Juan”. (Hechos 1ª lect.). Así “bebió el cáliz” del Señor Santiago. Yo, Señor, he escuchado también muchas veces que tu camino es de humildad, de entrega y de muerte. Sin embargo, sigo pensando y actuando como piensa y actúa el mundo. Cambia, Señor, mi modo de pensar, para que cambie mi modo de actuar.
Ante la ambición de unos y otros, Jesús les dice: “Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo”. Este es el camino para llenar nuestra ambición de ser importantes y ser valorados en el reino de Cristo: para ser primero, ser el último; para ser grande, servir; para ser señor, hacerse esclavo. ¡Cómo repugnan, Señor, estos criterios a nuestro orgullo! Pero fueron los que rigieron tu vida y tu actuación: “Igual que el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos”. Señor, al pobre Santiago le costó entender esto, pero lo entendió y lo vivió. Por su intercesión haznos comprender hoy que los tuyos, hemos de ser, como tú: los-que-sirven-hasta–dar-la-vida.
Después de haber recibido la palabra, de haberla rezado, es un buen momento para hablar con Dios. A partir de lo que surge en tu corazón y para disponerte a que tu vida de, cuanto más fruto, mejor.
Tomad, Señor y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento, y toda mi voluntad. Todo mi haber y poseer. Vos me lo disteis, a vos, Señor, lo torno. Todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad. Dadme vuestro amor y gracia, que esta me basta.
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